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El lado irónico del marketing
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Dicho sencillamente el marketing es el arte de sondear profundamente los intereses del ser humano, y como tal, es excelente, porque nos permite averiguar asuntos importantes con el fin de efectuar mejoras en los campos donde se requiere. Lamentablemente, el desmedido afán por las utilidades seduce a los expertos a averiguar lo que la gente quiere con el fin de fabricar el producto o servicio que se adapte a sus deseos y vendérselo al precio que ella misma escoja.

La pugna entre los deseos y las necesidades de la humanidad ha sumido al mundo en una confusión tremenda. Los deseos han ganado la batalla y se han hecho cada vez más bajos. La marcada tendencia a averiguar lo que la gente quiere ha desplazado a un segundo plano la necesidad más apremiante. Especialmente los jóvenes anteponen sus gustos a sus necesidades, de modo que se convencen de que son los gustos en vez de las necesidades lo que se ha de satisfacer. El resultado es una especie de culto al placer superficial con desmedro del profundo.

Han añadido el prefijo "qué importa" a cada pregunta cuya respuesta edifica su escala de valores (¿de dónde vengo? ¿qué hago aquí? ¿a dónde voy?), y los colores oscuros, los ambientes lúgubres cargados de humo, las construcciones y decoraciones de fierro y plástico son cada vez más comunes en las películas sobre el futuro, porque así es como lo imaginan. Sin duda, preguntarles "¿Qué producto quisieran que les fabriquemos?" producirá un mar de respuestas interesantes.

¿Lo deseo? ¿Lo necesito?

El mundo subterráneo de las drogas es un ejemplo aleccionador. Nos muestra el extremo hasta el cual puede llegar el deseo descontrolado. Satisfacer todo deseo, lejos de ser una manifestación de libertad, es la respuesta equivocada. Las diferentes armas de destrucción masiva son otro ejemplo. Un ser humano empuña un cuchillo contra su semejante porque tiene miedo de lo que este le haría si estuviera desarmado. El cuchillo pueden quitárselo y usarlo en su contra. Los países hacen algo parecido, la sangre se derrama en cantidades asombrosas, y el odio se arraiga todavía más.
¿Deseamos pelear? ¿Necesitamos alucinar? ¿Es cierto que nadie tiene derecho de decirme cuáles son mis límites? Las preguntas más importantes se responden con un criterio basado en una brújula loca. Sin duda que los productos y negocios del futuro cercano, así como la publicidad y el periodismo, todavía nos asombrarán. Antes ganaba la guerra el bando que tomaba al enemigo por sorpresa; hoy este puede averiguar la estrategia de su oponente viendo las noticias de la noche.

La opinión de la mayoría

En muchos lugares se ensalza la opinión de la mayoría o el sentido común como si se tratara del conocimiento iluminado de un gurú o la predicción acertada de un vidente, cuando el caso es que la masa nunca reflexiona ni se concentra. Cada individuo va tras sus propios deseos e intereses. La cultura del yo primero cierra las puertas a las probabilidades de alcanzar nuestro óptimo como humanidad.

Hasta en los países más democráticos los presidentes tienen poco menos de la mitad de la población en contra. En realidad, ¿les preguntaremos a todos lo que quieren? ¿Dejaremos que la mayoría decida qué productos y servicios crear?

En un mundo donde los deseos controlan lo que se decide es fácil predecir hacia dónde vamos. He ahí la ironía del marketing. Aunque les preguntamos a todos lo que quieren, solo fabricamos los productos para la mayoría o para ciertos sectores, productos que solo satisfacen sus deseos. La opinión de los menos siempre permanece solo como un punto de referencia.

Darle al niño lo que quiere nunca ha sido la mejor manera de criar, de la misma manera como darle a los adultos lo que piden nunca produjo un mundo mejor. Porque la respuesta a todos nuestros problemas está tras la satisfacción de las verdaderas necesidades, las más profundas.

La opinión de la gente madura y equilibrada rara vez se toma en cuenta. Los viejos cuentan poco. Su experiencia ha sido guardada en un frasco de laboratorio, solo como recuerdo de una época. Los nuevos productos son para los que pueden pagar por ellos. Los estudios de mercadeo son caros. Las ganancias futuras tienen que justificar la inversión. Hasta el negocio más insulso requiere un sondeo para prosperar.

¿Quién tiene el control?

Un hogar requiere una administración eficaz. Si dejamos que el deseo de los niños sea el punto de referencia para tomar las decisiones, sin duda imaginamos el caos que reinaría. El deseo de los niños representa para mí la opinión de la mayoría que solo se basa en el deseo apremiante.
Aunque la opinión de la mayoría puede cumplir un propósito puramente comercial, de ninguna manera puede satisfacer las verdaderas necesidades de la humanidad, que se basan en requerimientos mucho más profundos. Como lo muestran las lecciones que nos ha dejado la historia. Cuando el corazón ha controlado a la mente, los resultados generalmente han sido desastrosos.

Si fuese cierto que cada uno puede hacer lo que desee, y que nadie tiene por qué fijarle límites a nadie, ¿por qué meten presos a los delincuentes? Ellos solo hacen lo que quieren. La verdad es que los límites son necesarios, como también lo son nuestras verdaderas necesidades.

Se pondrá interés en las necesidades cuando los muros de la civilización comiencen a derrumbarse, vale decir, cuando la cuenta de la reparación cueste más de lo que podamos pagar. Seguimos preguntando cuál es el perfume que más 'nos gusta', y nos olvidamos de crear sistemas educativos dinámicos que enseñen a las personas a ser mejores ciudadanos y sintonizar con sus verdaderas necesidades.

Aunque tenemos los instrumentos y la tecnología suficiente para averiguar y producir lo que verdaderamente necesitamos, lamentablemente sacrificamos el futuro y matamos la esperanza (las necesidades) de muchos, interesándonos solo en lo que la mayoría quiere y explorando solo la superficie (los deseos), produciendo 'juguetes' para todas las edades.

En vez de decirle a la gente lo que la gente necesita oír, se le dice lo que quiere oír, satisfaciendo sus deseos en vez de sus necesidades. Se ha dicho que el hambre es una de las principales carencias y se desestima lo más importante: el entendimiento y la sabiduría con que se puede conseguir una comida de manera digna.

En verdad el marketing es un gran instrumento para el desarrollo, y muchos investigadores, científicos y organizaciones lo están utilizando positivamente para el bien del futuro de la humanidad. Lamentablemente, por lo general el marketing cuesta mucho dinero y está al servicio de quienes pueden pagar por una larga y profunda investigación, los cuales a veces tienen en mente solo sus utilidades e intereses. El resultado es que, por obtener ganancias a toda costa, muchas veces se procura satisfacer a una mayoría que, a pesar de estar poco o mal informada, acaba controlando el destino de los demás, satisfaciendo intereses particulares y echando a perder el beneficio de todos a largo plazo. Ese es, a mi modo de ver, el lado irónico del marketing. Un arma de doble filo capaz de promover la vida o la extinción.
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