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Cómo ayudar en la educación de un hijo tímido
Por Miguel Ángel Ruiz Orbegoso


Uno no necesita investigar mucho para saber cuánto daño puede causarle a una persona la timidez. No es necesario tomar un curso para enterarnos de la enorme desventaja que le resulta a una persona sentirse tímida ante situaciones comunes que otros suelen enfrentar con naturalidad, como presentarse a una entrevista de trabajo, pedir un aumento, declarar su amor a otra persona, pedir la palabra en medio de un gran auditorio o poner los "puntos sobre las íes" cuando alguien pretende pisotear sus derechos.

Y no necesitamos pensar mucho para darnos cuenta de que el otro extremo tampoco es ventajoso: Ser una persona inmodesta y fanfarrona, que siempre cree que tiene todas las respuestas y todas las soluciones, que cae mal y tiene dificultades para formar relaciones humanas agradables. Probablemente de niño le pegaba a sus compañeros, les robaba sus dulces o hacía lo que le daba la gana sin respetar regla alguna; y en la juventud no recibía buena acogida en grupos sociales decentes.

De modo que cierta medida de timidez puede ser tanto natural como saludable. De hecho, tal vez no se trate de verdadera timidez, sino de la importante cualidad de la modestia, que caracteriza a las personas simpáticas y carismáticas.

¿Cómo se vuelven tímidos los hijos?

"¿Cómo se vuelve tímido un hijo", preguntan a veces algunos padres, para evitar cometer los mismos errores que sus padres cometieron con ellos. Al conocer maneras básicas como se contribuye a la timidez se los hijos y nietos, podemos hallar una clave al éxito.

Cuando la timidez, propiamente dicha, se convierte en un sentimiento dominante, un rasgo característico de la personalidad, esta no florece en el mundo exterior, sino en las profundidades de la persona, lo que llamamos 'el fondo de su corazón'.

Nadie necesita una definición técnica para entender la timidez. Cualquier diccionario la definiría como un sentimiento característico o una actitud de temor, la persona se siente corta de ánimo. El tímido se encoge ante cualquier situación nueva o que le exija tomar una decisión. Algo tan sencillo como responder una pregunta, escoger si va por la derecha o la izquierda, o qué postre prefiere pueden convertirse en montañas difíciles de cruzar.

Casi todos, hasta el más valiente de nosotros, hemos experimentado algún grado de timidez al enfrentar situaciones comprometedoras, tal vez queriendo zafar el cuerpo, yéndonos por la sombra, refugiándonos en un baño o simplemente haciéndonos humo. Sin embargo, la conveniencia de retirarnos de una situación comprometedora no necesariamente nos convierte en tímidos. La connotación de timidez se adquiere dependiendo de la actitud con la que lo hacemos. ¿Realmente nos conviene retirarnos, o se trata de que siempre nos encogemos temerosos en cualquier situación?

¿Qué vuelve tímidos a algunos?

Está plenamente establecido de que los niños nacen sin temor. Nadie nace tímido. La timidez se aprende. De modo que, para responder a la pregunta "¿Qué vuelve tímidos a nuestros hijos?", deberíamos comenzar por volvernos más objetivos y francos, y preguntar "¿Quién o qué vuelve tímidos a nuestros hijos?". Porque es un hecho científicamente demostrado que los niños no se vuelven tímidos a sí mismos.

Al reformular la pregunta necesariamente tenemos que agarrar carne y volver la vista al espejo, a nosotros mismos. ¿Seremos nosotros, los padres, quienes debemos encarar la pregunta, de modo que, no solo hallemos la respuesta, sino contribuyamos a resolver el problema? Y en tal caso, ¿cómo podríamos ser aún más francos y objetivos para identificar hasta qué grado estamos fallando? Se dice que los padres queremos lo mejor para nuestros hijos, pero ¿en verdad estamos dispuestos a hacer todos los sacrificios para darles un buen comienzo y llevarlos de la mano hacia el éxito personal?

Bueno, seguramente hemos estado dispuestos a sacrificar nuestro tiempo al venir a esta conferencia, y diariamente sacrificamos nuestro dinero y descanso para conseguirles comida, techo y ropa a nuestros hijos, pagando la luz, el agua y el teléfono; buscándoles un buen colegio y un vecindario agradable. Nos interesamos en quiénes son sus amigos, adónde van, con quiénes vienen, qué comen, qué ven el la televisión, a qué juegan, cómo tratan a los demás y muchas otras cosas. Pero, ¿realmente estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestra personalidad para dar a nuestros hijos un buen comienzo?

¿Sacrificar nuestra personalidad?

"¿Sacrificar nuestra personalidad?" -tal vez digas- "¿Qué clase de pregunta es esa? Nunca oí nada semejante". En realidad es una declaración fuerte. Los padres rara vez pensamos en función de sacrificar nuestra personalidad. Sabemos que tenemos que sacrificar tiempo, dinero y esfuerzo, pero nunca nuestra personalidad. Lamentablemente, a menos que estemos dispuestos a sacrificar parte de nuestra personalidad, podríamos contribuir a que nuestros hijos se vuelvan tímidos.

Si los niños no nacen tímidos, sino que aprender a serlo, y tampoco nacen fanfarrones y abusivos, sino que aprenden a serlo, en honor a la verdad también hemos que reconocer que la influencia del ambiente contribuye mucho al resultado final. Los abuelos, tíos, primos, vecinos, compañeros de juego, maestros, los empleados del hogar y hasta la televisión, por citar solo algunos factores, ejercen una gran influencia en su crianza. Compiten con la instrucción de los padres, modificando sutilmente la escala de valores que queremos establecer para ellos.

Nosotros les decimos que debemos ser amables y educados con nuestros vecinos, pero ellos ven en la televisión que Kiko les grita: "¡Chusma, chusma, chusma!". La pregunta es ¿a quién creerán, a quién obedecerán, las instrucciones de quién seguirán? Si no les hemos explicado que Kiko está actuando de payaso y que su actitud no es la correcta, o peor, si festejamos y nos reímos como si se tratara de un comportamiento aceptable, entenderán que la aprobamos y toleramos. Ahora bien, no estamos diciendo que no deberíamos reír con nuestros hijos, pero es muy importante explicarles la diferencia entre la ficción y la realidad.

De repente, la maestra quiere hablar con nosotros porque nuestro hijo está metiéndole el dedo en el ojo a sus compañeros, y ni siquiera nos imaginamos de dónde pudo haber sacado dicha actitud. El hecho de que ni siquiera lo imaginemos dice mucho acerca del sacrificio que estamos haciendo a favor de nuestros hijos. Si nos hubiéramos detenido a ver la televisión con ellos, o hubiésemos investigado para saber cómo usan el tiempo, tal vez hubiéramos descubierto el origen.

Más que eso, sacrificar nuestra personalidad significa realizar ajustes a nuestra manera de ser con la finalidad de no dar a nuestros hijos un espectáculo incorrecto. Por ejemplo, cuando perdemos el control estamos enseñándoles a perder el control; cuando insultamos a alguien estamos enseñándoles a insultar a las personas; cuando vemos escenas inadecuadas en la televisión estamos enseñándoles a apagar su conciencia y aceptar cualquier cosa.

De modo que, en vez de trabajar en nosotros mismos para erradicar cualquier rasgo indeseable de nuestra personalidad, a fin de dar el mejor ejemplo a nuestros hijos, terminamos llevándolos al psicólogo para que los arregle. Afortunadamente, los psicólogos ya no están dispuestos a caer en el juego, sino que exigen que la terapia sea llevada a cabo conjuntamente con los padres. Por eso, ahora cada vez menos padres están tan dispuestos a contarles a sus amigos "Estoy llevando a mi hijo al psicólogo", porque reconocen que es a los padres a quienes en realidad están tratando, no a los hijos. Los hijos nacen bien. Es a los padres a quienes hay que enseñar a hacer sacrificios en su personalidad, a fin de que den lo mejor a sus hijos.

¿Qué clase de sacrificios?

Aunque algunas de nuestras actitudes y posturas tengan apariencia de amor y protección, verifiquemos que no sean de las que les causarían daño a largo plazo. No en vano escribió Eric Berne acerca de su propia interpretación de la manzana y la bruja del bosque. Por eso decimos que los sacrificios que los padres deben hacer para dar a sus hijos lo mejor de sí, se relacionan más con la modificación de ciertas posturas y actitudes que con el alimento, la casa o la ropa que les damos. De modo que la pregunta más bien sería: "¿Cuán dispuestos estamos a sacrificar ciertos rasgos de nuestra personalidad con el fin de impedir que nuestros hijos se vuelvan tímidos?". Veamos dos sacrificios que tenemos que hacer de vez en cuando.

1) Dejemos de robarles la oportunidad de expresarse libremente. El tío Lucho llega de visita y, durante la conversación, mira a Jorgito y le pregunta: "¿Y cómo te está yendo en el colegio?". Pero la madre responde por él: "Está sacándose muy buenas notas, blablabla". Más tarde el tío lo mira y le pregunta: "¿Te gustaría que salgamos un rato a jugar pelota?". Pero la madre vuelve a responder por él: "Más tarde, porque ahora tiene que hacer sus deberes?". Entonces, el tío se dirige al niño y le dice: "Bueno, entonces, ¡qué te parece si este fin de semana vengo a recogerte y nos vamos al parque!". Y su madre exclama: "¡Ay, nooo! Mucho polvo. Jorgito es alérgico al polvo". En las tres ocasiones le robó sus oportunidades de expresarse libremente, por sí mismo.

2) Dejemos de robarles la oportunidad de tomar una decisión propia. La madre de Gina dice: "Arréglate porque quiero que me acompañes a visitar a tu abuelita". La joven contesta: "¿Qué me pongo?", y la madre contesta: "Ponte lo que quieras". Pero cuando Gina está lista y se presenta ante su madre, esta exclama: "¡Quéeee! ¡Así no vas conmigo! ¡Cámbiate!". Entonces la joven pregunta otra vez: "¿Qué me pongo?", a lo que la madre responde: "No sé, pero ponte otra cosa. Así no sales conmigo". Gina suspira, se cambia, y vuelve a suceder exactamente lo mismo, hasta que la madre va a su habitación, saca cierto vestido y le dice: "¡Este! ¡Ponte este!". En las tres ocasiones le robó sus oportunidades de tomar una decisión libre, por sí misma.

¿Qué hacer para no robar a nuestros hijos sus oportunidades?

¿Qué sacrificio debemos hacer para no robar a nuestros hijos las oportunidades que les ofrece la vida de desarrollar su personalidad? En el primer caso, mordernos la lengua o darnos media vuelta y retirarnos discretamente, dejando que el niño se explaye a su comodidad, lejos de nuestra crítica. Dejar que forme una relación personal con el tío. Dejar que haga uso pleno de su oportunidad de hablar con su propia boca, con su propio corazón, de establecer una relación propia con sus parientes, de manifestar por sí mismo lo que se le ocurra, de expresar sus deseos y aspiraciones, ¡de ser él mismo!

Y en el segundo caso, reconocer que si se deja a la niña a su total libre albedrío, podría dirigirlo mal y escoger un estilo muy informal. De modo que debemos anticiparnos y darle los límites dentro de los cuales podrá decidir lo que quiera: "Ponte el verde, el amarillo o el azul", para que finalmente ella, a partir del conocimiento de sus derechos, tome una 'decisión propia', no la nuestra.

De esta manera sencilla, mordiéndonos la lengua e indicando claramente los límites con anticipación, nuestros hijos podrán ejercer sus propios sentimientos ante las circunstancias y hablar y tomar sus decisiones por sí mismos. Por ejemplo, en vez de decir al niño: "Ven, que voy a bañarte", exponiéndonos a una rabieta interminable, podemos decirle con autoridad: "Escoge, ¿qué prefieres? ¿Te bañas antes o después de ver tu programa de televisión?". Aunque le damos a entender que controlamos en principio su vida (porque aún es de corta edad), le permitimos cierto grado de libertad de expresión y de decisión, reforzando su autovaloración y personalidad a la vez que edificamos en él una escala de valores razonable.

Timidez vs. confianza en uno mismo

Debemos entender la confianza en uno mismo como la autoridad que uno ejerce sobre la base de principios plenamente establecidos en una escala de valores interior. Toda familia tiene una escala de valores que le sirve para inculcar en los hijos un comportamiento general; pero los hijos tienen que incorporarla en sí mismos y ejercerla a medida que crecen. Si esta escala hunde sus raíces en el cariño, la rectitud, el autodominio y el entendimiento, sin duda crecerán saludables en sentido emocional, quedando capacitados para enfrentar los retos de la vida. Pero si solo se basa en la rudeza, la mentira, el descontrol y el prejuicio, tarde o temprano comenzarán a percibir que algo anda mal en sus vidas. Rara vez darán e el clavo de la eficacia, multiplicarán sus problemas y pasarán su inadecuada escala de valores a la siguiente generación... cuando crezcan y tengan su propia familia, sus propios hijos.

Debemos aprender a reconocer que la confianza en nosotros mismos o nuestra propia timidez son cualidades que, si las llevamos a los extremos, pueden causar mucho perjuicio a nuestros hijos. Porque tanto el exceso de confianza en uno mismo como el exceso de timidez pueden continuar robándoles oportunidades, tal como seguramente ha ocurrido en la niñez de algunos de nosotros, cuando nuestros padres nos robaban nuestras oportunidades de expresarnos y decidir por nosotros mismos. Nuestra propia timidez y falta de confianza afecta a nuestros hijos.

No es incorrecto ni inadecuado que un padre tome algunas decisiones por sus hijos mientras estos carecen del entendimiento necesario para hacerlo por sí mismos, pero es muy perjudicial que lo hagan en todo momento o cuando ya han crecido lo suficiente y están capacitados para hacerlo por su cuenta. Por ejemplo, si preguntamos a un niño si prefiere chocolates o tomar sus alimentos, ¿qué probabilidad hay de que escoja los chocolates? ¡Muchas! Por eso sus padres tienen que tomar la decisión por ellos. Deben tomar sus alimentos. Pero si preguntamos lo mismo a un adulto responsable, de seguro obtendremos la respuesta sensata, porque ya no razona como niño.

Recordemos: Contestar y decidir por nuestros hijos cuando ellos pueden y deben hacerlo por sí mismos significa robarles sus oportunidades de crecer y desarrollar una personalidad sólida y estable. Cuando hablamos por ellos y efectuamos las tareas que ellos mismos deberían llevar a cabo, atentamos contra su propia vida y les ocasionamos un daño emocional que pudiera ser irreparable.

Las mariposas salen de sus capullos, estiran sus alas y salen volando sin la ayuda de sus madres, porque les ha llegado el tiempo de ser mariposas por sí mismas. La naturaleza las ha dotado con el instinto y los elementos necesarios para romper el capullo y abrirse paso en la vida. No solo nacen capacitadas para efectuar su trabajo y sostener sus vidas, sino para procrear y trascender.

Los seres humanos no nacemos como mariposas, es decir, con el instinto necesario para realizar todas esas actividades automáticamente, sino que necesitamos que nuestros padres nos enseñen una sólida escala de valores a partir de la cual podamos expresarnos y tomar nuestras propias decisiones. ¿Y cómo hubieran podido nuestros padres averiguar si los elementos de nuestra escala ya estaban incorporados en nuestra personalidad? ¡Permitiendo y hasta estimulando que nos expresáramos y tomáramos decisiones propias, para así encausar y dirigir nuestro desarrollo, como si fuera, a control remoto. Aunque no estemos presente, ellos tomarán una decisión correcta.

Si los padres responden por sus hijos y toman decisiones por ellos en momentos en que estos deberían hacerlo por sí mismos, les roban la oportunidad de crecer y desarrollarse, y pudieran estar gestando el fracaso de sus vidas. Tal vez desarrollen una personalidad indecisa, incapaz de tomar decisiones en tiempos de crisis. Tal vez se conviertan en un peso muerto para los que los rodean.

¿Queremos que nuestros hijos crezcan firmes, seguros de sí mismos, y que con el tiempo queden plenamente capacitados para expresarse con libertad y tomar decisiones que les reporten satisfacciones? Eso no será posible si andamos robándoles las oportunidades que con derecho legítimo les pertenecen. Por un lado, si les damos tanta libertad que los convirtamos en unos presumidos que creen que todo lo saben, todo lo pueden y todo lo merecen, fanfarrones que se rodean de malas compañías, no los beneficiaremos; y tampoco los beneficiamos si tomamos todas las decisiones por ellos, convirtiéndolos en personas inseguras que nunca saben lo que quieren de la vida, que para todo siguen recurriendo a "mamita".

Tiempos peligrosos, hijos valerosos

Entendiendo el valor como la fuerza o cualidad positiva del ánimo que nos mueve a acometer resueltamente y con eficacia una gran empresa o hacer frente al peligro, y reconociendo que vivimos en tiempos críticos, llenos de peligro, diríamos que hoy más que nunca el valor es un rasgo deseable para la personalidad de nuestros hijos. Pero ¿qué estamos haciendo de maneras prácticas para cultivarlo en ellos?

Aunque nos cueste reconocerlo, la sobreprotección es un rasgo de intolerancia, porque con ella indicamos que no toleramos que nuestros hijos puedan hacerse cargo de sus vidas y defenderse por sí mismos a partir de la escala de valores que les hemos inculcado. Si la teoría es buena, la práctica es mejor. De nada sirve que nuestros hijos entiendan lo que deberían hacer ante ciertas circunstancias, si no les permitimos demostrar lo que han entendido. Y por otro lado, si edificamos en ellos conceptos basados en meras tradiciones, sin darles suficientes elementos de juicio como para entender por qué deberían o no deberían proceder de determinada manera, nada habremos logrado en su beneficio.

Nuestros tiempos son tiempos peligrosos en muchos sentidos. Sabemos que muchos puestos de trabajo se están asignando a personas cada vez mejor capacitadas para el puesto, y la competencia se vuelve cada vez más ruda y despiadada. Entrar al campo laboral puede significar una batalla cuerpo a cuerpo con enemigos invisibles que nos doblan en tamaño y peso. ¿Están nuestros hijos capacitándose para asumir el reto de tomar decisiones acorde con los tiempos? ¿Estamos dotándolos con las herramientas que necesitan, no solo para labrarse un porvenir económico, sino un porvenir emocional? ¿Verdaderamente reconocemos la importancia de su educación emocional?

¿Dispuestos a hacer el sacrificio?

Si estamos dispuestos a sacrificar algunos rasgos de nuestra personalidad con la finalidad de dar a nuestros hijos la capacitación que necesitan para transformarse en hombres y mujeres de bien, vamos por buen camino. Pero si seguimos pensando por ellos, hablando por ellos y decidiendo por ellos, después que ya han entendido cómo proceder, no solo estaremos cavando su tumba y destrozando sus vidas y matrimonios, sino las vidas y matrimonios de nuestros nietos, porque la timidez es un rasgo de la personalidad que podría contagiarse de generación en generación.

Por eso, cuando nuestros hijos estén en capacidad de responder por sí mismos ante los retos que surjan en su camino, no menospreciemos su potencial para encargarse de la situación. Estemos dispuestos a mordernos la lengua y a permitir que expresen sus propios deseos y tomen sus propias decisiones a partir de la escala de valores que les hemos inculcado, y observemos cómo se desenvuelven, para guiarlos y ayudarles a reajustar su puntería.

En conclusión, queremos educar a nuestros hijos de modo que superen cualquier rasgo inadecuado de timidez. Enseñémosles a respetar los límites que les damos y las instrucciones que les ayuden a crecer derechos, pero al mismo tiempo hagamos sacrificios en nuestra personalidad dejando de sobreprotegerlos. Aprendamos a respetar sus intereses ayudándolos a mejorar la calidad de sus decisiones. No hablemos siempre por ellos ni tomemos todas las decisiones por ellos, sino aprendamos a observar cómo lo hacen por sí mismos a través de sus propias expresiones y decisiones. De esa manera estaremos en capacidad de llegar a ser sus amigos por toda la vida y podremos decir con orgullo que verdaderamente tuvimos éxito en su crianza.

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