El instinto de competencia
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
Aunque
no soy partidario ni promotor de competencia y rivalidad alguna entre
las personas, permíteme contarte acerca de un documental muy
interesante que difundió Discovery Channel acerca de los resultados de ciertas
investigaciones que demostraron lo
mucho que les importa a los seres humanos quedar bien ante los
demás por medio del triunfo. Y aunque no es mi propósito
transcribir el programa, te hago llegar algunos apuntes.
Espero te sirvan para sacar conclusiones que te permitan racionalizar
un poco mejor tus temores para dar atención al problema del miedo al
fracaso y superarlo.
El primer paso para superar cualquier
temor es comprenderlo.
Por eso, aunque lo que sigue son solo algunas frases sueltas, al final
de la página comparto contigo mis comentarios. Entremos en
materia. Los resultados de
dichos experimentos indicaban que:
-
La sensación de ganar o tener éxito es retroalimenticia.
Por eso, cuando uno recibe una recompensa por su desempeño,
automáticamente demanda más recompensa, es decir, desea
más (algunos se vuelven adictos al reconocimiento).
-
El temor al fracaso es una de las motivaciones más poderosas en
el ser humano, porque impelen a la persona a hacer cuanto pueda por
evitarlo (por ejemplo, en el caso de la oratoria, andar indagando tips
o nuevas técnicas para mejorar el desempeño).
-
Fracasar abruma tanto y produce un malestar general tan desagradable
que, aunque parezca mentira, se ha comprobado que es una experiencia
más poderosa y duradera que la que resulta de recibir un premio
o recompensa.
-
Tan pronto como alguien siente que está fracasando, o a punto de
fracasar, imagina derrumbado el andamio de sus recompensas y se siente
absorbido inexorablemente por un remolino de emociones desagradables.
-
La sensación de pérdida o fracaso desencadena en el
cerebro del ser humano la producción de la hormona cortisol,
también llamada "la hormona del estrés".
-
Cuando un fracaso es realmente catastrófico, las funciones no
esenciales del organismo humano se anulan automáticamente: El
nervio vago retarda el pulso de golpe. La sangre se retira del
intestino y resulta en una sensación de hundimiento de la boca
del estómago. Los músculos se aflojan y se pierde el
control sobre las extremidades.
-
El instinto nos provee una lección vital: El fracaso o
pérdida estimula el hipocampo del cerebro para recordar la mala
experiencia para siempre, y
la amígdala del cerebro la transforma en una sensación de
tristeza profunda. ¿Con qué propósito? Que no
volvamos a cometer un error similar.
-
Dicho miedo al fracaso es, precisamente, lo que nos motiva o impulsa a
hacer (o dejar de hacer) lo que sea necesario para no volver a fracasar.
-
Sin embargo, existe el peligro de que el temor a quedar mal ante los
demás y perder uno su reputación desplace la
lógica, de modo que el "instinto de competencia" comience a
llevarlo a la deriva.
-
El ser humano parece estar diseñado y programado para evitar o
evadir las experiencias que le harían "quedar mal". Quedar mal
significa que hemos tropezado. Preferiríamos que nadie se
entere, ni siquiera los que no nos conocen.
-
Por eso, en vez de usar la empatía de manera altruista
para
ganar amigos, muchos la usan de manera egoísta para superar a
los demás, mirar dentro de sus mentes, por decirlo así,
para ganarles la batalla del ingenio. Acaban
convirtiéndolos en enemigos.
-
Una observación de los delfines en su medio ambiente natural ha
permitido a los científicos notar una rara diferencia con otras
especies animales. Mientras que la mayoría de los animales se
agrupan para disputar con otros el territorio, y se mantienen agrupados
sea que ganen o pierdan, los delfines individualmente se vuelven leales
al bando que gana, lo cual los agrupa y reagrupa constantemente
dependiendo de quién sea el líder o ganador. De esta
manera forman y reforman sus grupos de competencia.
-
Lo que convierte al ser humano en una especie supercompetitiva es su
habilidad para formar grupos de trabajo basado en el deseo de competir
o evitar el fracaso.
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COMENTARIO:
¿Por
qué me gusta reprimir mi "instinto de competencia" y no ser
promotor del espíritu de rivalidad que caracteriza a la
mayoría de las personas? Y ¿cómo puede ayudarte
esta información a mejorar tus presentaciones ante cualquier
auditorio?
El instinto tiene su lugar
En
primer lugar, opino que el imperio del concepto de "La Ley de la
Selva", "La Ley del Más Fuerte", "La Supremacía del
Macho" o como quieras denominarlo, obedeció en gran parte a la
ignorancia de fue víctima la humanidad durante miles de
años ("la Tierra es plana", "la transfusión de sangre de
cabra es curativa", "beber mercurio prolonga la vida"), y a la
difundida pero aún no demostrada Teoría
de la Evolución. Pero eso no significa que nosotros, los que
vivimos en el sigo 21, debamos dejarnos llevar por el mero instinto.
Si
durante siglos o milenios la humanidad se dejó llevar por el
"instinto de competencia", porque no había descubierto tantos
hechos científicos que ahora nos asombran, no significa que
deberíamos seguir dejándonos llevar inexorablemente de la
mano por el instinto y nada más que por el instinto, sobre todo
si hemos de creer que el ser humano, como actualmente lo conocemos, es
la cumbre de nuestra superación, y si hemos de creer en muchas
de las noticias de la noche, que no hacen otra cosa que enrostrarnos
las consecuencias de nuestros fracasos.
La
naturaleza nos enseña que el pez grande se come al chico porque
su irracionalidad requiere un sistema de conservación
idóneo que funcione para el bien del ecosistema, ¡y
funciona como un reloj (ahora defendemos y respetamos al león
cuando persigue a una gacela, y defendemos y respetamos a la orca
cuando caza una foca)! Pero eso no significa que nosotros, seres
racionales que tenemos la capacidad de llevar a cabo impresionantes
proyectos científicos, también deberíamos dejarnos
arrastrar por mero el instinto, máxime cuando en todas partes
los resultados de dichos proyectos nos advierten claramente que la
competitividad y la codicia han acabado dañando seriamente la
Tierra.
Si
bien es cierto que la naturaleza ha sido una "maestra hábil"
durante los pasados milenios, prueba de ello son descubrimientos como
el sonar, el radar y la propulsión a chorro, deberíamos
esforzarnos por madurar como "alumnos" y procurar discernir y entender
lecciones más profundas y significativas, como las que nos
transmiten los leones cuando persiguen una gacela o las orcas cuando se
comen una foca. ¿Acaso no le resulta chocante a una conciencia
sensible siquiera imaginarse haciendo lo mismo con un congénere
humano?
¡Reaccionamos con repulsión cuando vemos una
masacre de seres humanos porque la naturaleza sintoniza con nuestra
conciencia para enseñarnos que no es correcto
actuar de ese modo entre nosotros!
Esa es una de las valiosas lecciones que debemos extraer de observar a
las orcas y los leones.
El propósito no es justificar un
proceder egoísta y asesino ("Me como al más débil
porque así es la ley de la naturaleza y de la
conservación de las especies"), porque en el ámbito
humano no funcionamos de esa manera. De hecho, no pocas veces nos hemos
acercado al borde de la autodestrucción cada vez que hemos
procurado comernos al más débil, solo para despertar
demasiado tarde y darnos cuenta de que en realidad estábamos
comiéndonos a nosotros mismos!
El
adelanto científico sugiere hoy más que nunca que el ser
humano, cuando se deja llevar únicamente por el instinto, un
rasgo del cual es el espíritu de competencia y de rivalidad,
solamente produce perdedores y fracasados, lo cual causa más
daño que bien. Es un catalizador del egotismo.
Y producir perdedores no es el peor resultado del espíritu de
competencia. En setiembre de 2011 murió un joven espectador de un
partido de fútbol cuando fanáticos del equipo contrario lo hicieron
caer desde uno de los palcos del estadio, ubicado a 15 metros de
altura, como represalia por haber intervenido para ayudar a personas
indefensas que estaban siendo agredidas por quienes poco después serían
responsables de su caída. La violenta expresión de odio a la que se dio
rienda suelta entre los fanáticos de los equipos en competencia resultó
en una lamentable culpa de sangre y en la prosecución y enjuiciamiento
de los culpables.
El espíritu de competencia que en circunstancias tranquilas muchos
justificarían so pretexto del progreso y desarrollo, en realidad puede
detonar una gran devastación con pérdidas humanas, por no mencionar
todas las heridas y sufrimientos físicos y emocionales que no
terminaron en muerte. ¿Una exageración? ¡Una chispa puede iniciar un
incendio! ¿O también exageramos al culpar a una simple chispa?
¿Un dispositivo natural de
progreso?
Y
en segundo lugar, porque si bien es cierto que el éxito y el
fracaso, ganar y perder, pueden estimularnos a mejorar nuestro
desempeño personal y colectivo, ¿por qué darles
una autoridad ilimitada sobre nuestra persona de modo que nos cause
angustia o ansiedad? Lo que debería funcionar como un
dispositivo natural de progreso y desarrollo global, se convierte en un
temor mórbido de quedar mal ante los demás, y, en vez de
hundir sus raíces en la lógica sana para ayudarnos, las
hunde en la presión social que un individuo o grupo ejerce sobre
otro, basándose en una tradición, norma o escala de
valores inadecuada.
Cuando
Jack Neelson, experto en la Bolsa de Valores, temió quedar mal
ante los demás y perder su reputación, porque había realizado
operaciones dudosas con cierta gran suma de dinero,
permitió que su instinto nublara su raciocinio claro de modo que
desplazó la lógica y agrandó su error recurriendo
a peores métodos fraudulentos para disimular y corregir los
errores cometidos. ¿El resultado? Echó al agua nada menos
que unos 15.000 millones de dólares que no le
pertenecían. Quedó muy mal ante la comunidad, acabó en la cárcel
y le sucedió lo que menos quería: Perdió la reputación que tanto le
había costado labrarse. En
otras palabras, atrajo hacia sí las consecuencias desastrosas que
precisamente
quería evitar. Se puso la soga al cuello.
Cualquier
sensación de pérdida o fracaso personal debería
convertirse automáticamente en un punto de referencia para uno a fin de
tomar
mejores decisiones en el futuro, y de esta manera, impulsarlo a hacer
o dejar de hacer lo que sea necesario, en apego a la ley y los
reglamentos, para evitar nuevos y peores fracasos. Es exclusivamente en
ese sentido que podríamos decir que el
miedo al fracaso puede convertirse en un extraordinario recurso
motivacional.
Por
otro lado, si bien es cierto que quedar mal significa que uno ha
tropezado y que debe mejorar sus procedimientos para alcanzar el
objetivo, nada justifica el uso racional de la empatía con el
único fin de ganar una batalla de ingenio y convertirse en
enemigo de sus semejantes, aplastarlos y engullirlos como un
león u orca.
Como
hemos visto arriba, los delfines individuales se agrupan y reagrupan en
torno a los delfines ganadores formando equipos que delimitan y
vuelven a delimitar sus territorios con
respecto a otros grupos de delfines que siguen el mismo patrón
natural según les conviene. Pero son delfines y no tienen la
capacidad de razonar como
humanos.
Por ejemplo, en el ámbito laboral, pasarse a la competencia y vender o
divulgar secretos y
procedimientos comerciales o militares, se considera un acto de
traición. En otras palabras, cuando formamos
y reformamos grupos de trabajo, seguimos objetivos definidos y evitamos
rivalizar y despreciar a los de nuestro propio equipo. Aplicamos una
norma contraria a la ley de la selva. ¡Porque no somos
delfines!
Muchos
seres humanos todavía no han desarrollado una conciencia
individual ni colectiva como Ciudadanos
de la Tierra y parecen no
aprender las lecciones que les ofrece la historia y, por tanto, siguen
sin dar prioridad a la lógica ni se valen de su instinto de
competencia natural para el bien de la humanidad en general.
Los niños nacen por naturaleza desadaptados, y cuando nacen, sus padres
o tutores inician el proceso de adaptación inculcándoles los hábitos y
valores del grupo social al que pertenecen. No se los deja libremente
para que hagan y satisfagan sus necesidades en cualquier parte y de
cualquier manera. De hecho, el método del famoso Análisis Transaccional, del Dr.
Eric Berne, indicaba que todos tenemos un Niño Adaptado como rasgo de nuestra
personalidad. Porque tendemos a adaptarnos a nuestro entorno. Rehusamos
continuar el curso desadaptado de un recién nacido.
Pero
llegar a dicho razonamiento requiere poner todas las fichas sobre la
mesa con la única finalidad del bien general. Pocos reconocemos
que la rivalidad solo promueve rivalidad, y que el odio irracional es
uno de sus efectos. Decimos y repetimos que "la violencia genera
violencia", pero en algunos países todavía se sigue despreciando,
acosando, persiguiendo, torturando y encarcelando a quienes por
convicción personal rehúsan alistarse en las fuerzas armadas. Esa ha
sido la historia de la humanidad como
género. Decimos que queremos la paz, pero nos preparamos para competir
y pisotear al prójimo con la venia de nuestros padres, maestros,
pastores y expertos en salud, y no pocas veces con auspicios
publicitarios millonarios.
Si encuestáramos a todos en las calles, nos dirían que no están a favor
de la
guerra. Pero nadie quiere soltar el bocado... Aunque el instinto es
excelente y tiene un propósito en el desempeño eficaz, el
temor al fracaso como miedo mórbido simplemente sigue
atormentando a quienes ponen a un lado la lógica y se dejan
llevar por el mero instinto en circunstancias en las que
deberían dejarse llevar por la lógica y usar el instinto
sólo como punto de referencia.
Es
bueno formar equipos de trabajo y llevar a cabo tareas que beneficien
al grupo y a nosotros mismos. El estudio del mercado es una herramienta
formidable para trazar objetivos y diseñar métodos para
alcanzarlos. Pero el pragmatismo nos indica sin lugar a dudas que haber
promovido y cultivado una empatía egoísta no ha resultado
en ventaja.
Por ejemplo, comúnmente se ponen las investigaciones de mercadeo al
servicio de quienes desarrollan métodos cada vez más
eficaces para predar
a nuestros semejantes (es vox
pópuli que se venden productos
comerciales que causan daño a la salud, hasta con advertencias en las
etiquetas, y
que con o sin estas, contienen ingredientes nocivos).
¿Tiene sentido ganar si al final
todos saldrán perdiendo? El ser humano ya ha acumulado
suficientes pruebas para reconocer que cuando debe aplicarse la
lógica y se dejan las cosas
enteramente en manos del instinto, los resultados son por lo general
catastróficos.
Pero ¿acaso la humanidad tiene, como masa, un hipocampo y una
amígdala cerebral que le permite recordar sus
fracasos para no volver a
cometer los mismos errores? Hasta ahora la respuesta es no. La Historia
es un punto referencial, pero no funciona así.
Por eso, como humanidad, seguimos fracasando en nuestros intentos de
vivir en paz. Hasta ahora, solo hemos podido desarrollar el concepto.
En todo caso,
podríamos hablar de hipocampos
y amígdalas figurados o
ideales,
personificados en alguna entidad reguladora que gozara de nuestra
absoluta confianza. Pero ¿regular las libertades? ¿Quén lo haría? ¡En
el mundo, eso se consideraría criminal!
Por
eso, si una sensación de fracaso nos embarga cada vez que
tenemos que hablar en público, porque nuestro instinto de
competitividad nos revela una carencia de las habilidades que nos
permitirían tener éxito, ¿por qué no poner
más bien al instinto en su lugar y dejar que la lógica tome el control?
¿Por qué no reconocer que el temor al fracaso, visto
desde una perspectiva saludable, es solo un punto de referencia, y que
las cosas podrían mejorar si nos aplicáramos a estudiar
técnicas dinámicas que nos dieran mejores
resultados en el futuro?
Los
contenidos de Oratorianet.com no son una panacea,
pero pueden ayudarte
a darle un giro
positivo a muchos de tus puntos de vista respecto al éxito y el
fracaso. Recuerda que tu hipocampo y amígdala en el cerebro
están trabajando para que recuerdes para siempre tus fracasos solo como puntos referenciales, para que mantengas un saludable
estado de alerta y no
cometas los mismos errores en el futuro.
Estudiar técnicas es como
apuntalar una escalera para que no resbales
al subir por ella. Si estudias procedimientos sencillos y eficaces,
te desempeñarás cada vez mejor y tu sensación de
fracaso cederá en la medida en que sigas intentándolo. El
temor al fracaso, el temor al ridículo y el temor al qué
dirán se convertirán para ti en meros puntos de referencia para
mejorar tu eficacia.
De
modo que ¡adelante! No te dejes vencer por simples
síntomas temporales de una sensación de fracaso (P. ej. pulso
retardado, sensación de hundimiento en la boca del
estómago, músculos que se te aflojan y temblor en las
manos y piernas). ¡Sobreponte! ¡Haz tus ejercicios y deja
que tu instinto de competitividad aflore, pero dirigiéndolo con
lógica y con una empatía altruista
hacia una
conclusión que deje a todos deseosos de ponerse en acción
por el bien común que promueves!
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