ÍNDICE
Reconoce la razón
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
Bien
se ha dicho que la razón es una clara demostración que
apoya un argumento de modo que nadie pueda negarlo. Varias razones
relacionadas entre sí dan lugar a una línea de
razonamiento, lo cual es aún más contundente.
Por ejemplo,
si un niño no durmió en toda la noche porque sus padres
se separaron definitivamente luego de una violenta discusión,
sería desconsiderado exigirle que se concentre en la clase.
¿Tengo razón? ¡Por supuesto! La falta de
sueño y la ansiedad generada por lo ocurrido, que él
interpreta como un desmoronamiento de su mundo, nos da la razón.
Cualquiera que se oponga a esa línea de razonamiento
sería un perfecto tonto.
Cuando una
deducción es tan lógica, adquiere una gran importancia.
Por eso también se ha dicho que el razonamiento natural es un
poder que no necesita la ilustración de una demostración
científica. Es fácil de entender, fácil de
asimilar, fácil de obedecer.
Pero hay quienes no entienden razones
Es cierto,
hay quienes no entienden razones, se cierran y no aceptan ninguna
línea de razonamiento diferente. Por ejemplo, alguien pudiera
decir que el niño nunca se concentró en clase, que no es
una novedad que no duerma por las noches porque siempre se la pasa
hasta altas horas de la noche en los videojuegos de Internet, y que sus
padres se lo permiten.
Ante un mismo
problema puede haber muchos enfoques diferentes. A veces no es
cuestión de quién tiene razón, como
tratándose de una competencia para ver quién gana, sino
de reunir más información para llegar a una
deducción más profunda o exacta. Una ilustración
que muestran Weinsinger y Lobsenz en su libro “Nadie es Perfecto,
Cómo Criticar con Éxito” es la de unam vista desde
cuatro posiciones diferentes. Para uno pudiera ser una “E”,
para otro un “3” y para otro una “W”.
Mientras cada
uno considere su enfoque personal como verdadero y no como un punto de
vista personal, pierde el beneficio que resulta de ceder, reflexionar y
comprender que otros enfoques podrían tener validez. Solo así pueden alcanzarse los objetivos.
Sin embargo,
para trabajar en grupo, todos los argumentos deben apuntar hacia un
mismo objetivo. Un brazo no es igual que una oreja, ni un hígado
que un fémur, pero todas sus terminaciones nerviosas
envían información al cerebro, el cual toma las
decisiones. La empatía y la flexibilidad ayudan a unificar
criterios y trabajar en paz.
Dale su parte de razón cuando la tenga
Una cualidad
del vendedor profesional es que no se queda con todo. Siempre deja algo
sobre la mesa. De hecho, un dicho reza que “no se puede negociar
eficazmente si uno no tiene algo que perder”. La ilusión
de quedarse con todo no es más que eso: una ilusión. Por
eso a veces se ofrecen premios y obsequios a cambio de la compra de
cierto producto. Y aunque el costo de dichos regalos nunca recae sobre
la compañía, sino sobre el conjunto de clientes, el
ganador siempre se lleva la sensación de haber ganado algo. La
compañía quiere que uno sea ganador, no quiere que piense
que se lo pagaron entre todos los clientes, incluido él mismo.
La persona observadora se percatará de ello, la superficial no,
pero absolutamente todos concuerdan en que está bien, porque les
gusta ganar.
Por eso, un
maestro eficaz no es el que todo lo sabe y siempre se sale con la suya,
sino aquel que el lo suficientemente inteligente como para darse cuenta
de que sus alumnos también quieren salirse con la suya de vez en
cuando. Es una forma de entrenarse para tener éxito.
El maestro
que bloquea todas las satisfacciones del alumno, en el sentido de que
jamás les deja tener la razón, pierde una maravillosa
oportunidad para ganarse su aprecio y consideración. No es
incorrecto que el maestro alabe a sus alumnos de vez en cuando por
haber desarrollado una línea de razonamiento interesante,
novedosa o revolucionaria. Los niños y jóvenes necesitan
saber cuando dan en el clavo, porque les reporta seguridad en sí
mismos. Pero si el maestro habla demasiado, se cree un sabelotodo y
nunca les da la razón, desalienta la participación y
fomenta la discordia.
Pocas cosas
estimulan tanto a un alumno como oír de labios de su maestro la
frase: “¡Tienes razón!”, “¡Muy
buena deducción!”, “¡Buen punto!”,
“No lo había visto desde ese ángulo”,
“¡Esa es una observación muy interesante!”,
“¡Excelente línea de razonamiento!”,
“¡Ajá! ¡Muy lógico!”. El joven
siente que ha contribuido a la inteligencia del grupo, y hasta a la del
maestro, y se siente más seguro de sí mismo, lo cual le
servirá por el resto de su vida, cuando enfrente los verdaderos
retos de la madurez.
Por supuesto,
no sería sabio alabar una línea de razonamiento que
resultaría en un mal ejemplo o un modelo inadecuado de conducta.
Alabar una injusticia podría fomentar la anarquía.
Por lo tanto,
deja algo sobre la mesa. Dale la razón al estudiante cuando la
tenga, alábalo por presentar una línea de razonamiento
correcta y explícale cómo seguiste la
concatenación de sus ideas desde el argumento que usó de
base hasta el final. Eso lo estimulará a continuar presentando
pensamientos ordenados y le ayudará a ver los beneficios de
cultivar un sentido de disciplina mental, porque se dará cuenta
de que solo hablando ordenadamente puede hacerse entender por los
demás.
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