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El poder de la alabanza
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Alabar a alguien es felicitarlo con palabras y/o acciones por algo que dijo o hizo. El efecto nutre su motivación y tiende a animarlo a repetir la acción. Todas las personas necesitamos cierta medida de alabanza o aplauso. Se ha llamado al aplauso "el lenguaje del entusiasmo". Por ejemplo, nos asegura interiormente de saber que obramos de acuerdo a lo que creíamos que era correcto, o asegurarnos de que llenamos las expectativas de aquellos a quienes queríamos agradar, ya sea un pariente o maestro, nuestros amigos o compañeros de estudio o trabajo.

Pero como dice el refrán: “La unión hace la fuerza”. La alabanza no solo fortalece a los individuos, sino al grupo, cuando sus miembros procuran armonizar en su manera de pensar y actuar; y lo debita cuando se contradicen los unos a los otros o se honra a uno y se deshonra al resto.

Lamentablemente, cada persona tiene una escala de valores diferente, lo cual pudiera atentar contra la armonía. La alabanza dirigida a un individuo del grupo nutre la motivación de dicho individuo; pero la motivación dirigida al grupo nutre la del grupo. La alabanza dirigida al grupo tiende a confirmar a todos que el trabajo en equipo dio resultados, por lo tanto, se fortalecen.

No estamos hablando de manipular a las personas, sino de mostrar que la alabanza o la falta de ella afecta a las personas y las anima a proceder en una u otra dirección.

Uso eficaz de la alabanza

Alabar una acción imprudente, riesgosa o temeraria, cuando la persona no logra obtenerla haciendo otras cosas, pudiera hincharla de orgullo hasta el punto de fortalecer su resolución de continuar en un derrotero cada vez más imprudente, para obtener más alabanza y reforzar su autoestima. Eso es algo común en los grupos cuya escala de valores pone en primer lugar la alabanza por arriesgarse. Por ejemplo, burlarse del maestro o hacer alguna travesura pudiera provocar la alabanza de otros cuya escala de valores es similar.

Si el maestro solo tiene alabanzas para unos y reproches para otros, fortalece a ambos grupos y agranda la brecha entre ambos. Pero si quiere crear o fortalecer la unidad, le conviene equilibrar la alabanza de modo que unos no se sientan superiores, y otros inferiores. En otras palabras, hallar puntos fuertes por los cuales alabar a cada uno.

Por supuesto, esto no necesariamente funciona en todo caso, sobre todo cuando hay quienes de ninguna manera se sienten estimulados por la alabanza de un maestro, o por cosas por las que no les interesa ser alabados. A un delincuente avesado no le interesa la alabanza de un policía, sino la de sus secuaces o la de delincuentes más avezados. No se le hace un favor a la sociedad cuando se entrevista a un delincuente de una manera que lo expone como un artista del delito. En tal caso, el acoso del periodista se asemeja mucho al de una estrella del deporte o al de un ganador del Óscar. Aunque es cierto que lo que trata de exponer es la verdad y los detalles de sus crímenes, el efecto ulterior que se causa en el delincuente y en otros como él es el de alabanza, porque alcanza una notoriedad que no hubiera conseguido de otra manera. Luces, cámaras, radio, televisión, periódicos, revistas, fotografías, paparazzis, entrevistas, muchedumbre, resguardado policial... solo falta la alfombra roja del éxito y que le pidan autógrafos.

La antialabanza

La antialabanza es una alabanza, felicitación o encomio que logra el efecto contrario de la alabanza. En la superficie suena como una felicitación (sonrisa, diploma, premios y aplausos incluidos), pero indirectamente derriba a la persona. Por ejemplo, en vez de felicitar al equipo por el esfuerzo realizado durante el mes, el supervisor de ventas se concentra en los objetivos y les dice: "Lo que han hecho no basta. Deben hacerlo mejor (o "deben llegar más temprano", "deben esforzarse más", "no han alcanzado la meta", "no lo han hecho a gusto de la gerencia", "la competencia lo hace mejor", "la gerencia espera que hagan el máximo", "el dueño no está satisfecho con su esfuerzo", "el jefe espera más de ustedes", "¿reralmente están esforzándose?"...), desalentando a todos.

O quizás el gerente se reúna con toda la compañía y todos estén ansiosos por oír sus palabras. Pero después de felicitarlos muy superficialmente, los mira con rostro sonriente, diciéndoles algunas cosas que ellos leen entre líneas como: "Me han decepcionado". O tal vez el maestro invite a todos sus estudiantes a comentar espontáneamente sobre la investigación realizada, pero cuando todos piden la palabra, solo se la concede a sus estudiantes favoritos, menospreciando a quienes no dirán lo que él quiere oír, causando el efecto de que unos se hinchan de orgullo, y otros, se sientan indignados, que no valen.

La antialabanza causa el efecto contrario de la alabanza. En vez de fortalecer a la persona o al grupo, causa desaliento, desánimo, frustración y hasta depresión. Y el problema se agrava cuando ya existen casos aislados de desaliento, desánimo, frustración y depresión. El efecto general es una derrota absoluta: Declina el esfuerzo, nuevamente
no se alcanzan los objetivos, se divide más al grupo, se generan nuevas envidias, chismes y malentendidos, etc. La amplia sonrisa del jefe, y su tono de voz motivador ya no sirven para nada, no importa cuán grande sea su sonrisa ni cuán cariñoso suene su tono de voz. Asistirán desalentados a la próxima -y a todas- las reuniones de ese tipo.

La antialabanza es como un autogol y una carambola en el sentido de que logra que piensen: "¡Qué hipócrita!" y derrota el propósito de la motivación. Eso se conoce como un puño de acero en guante de seda. Los que ya estaban desanimados (por cargas familiares y problemas personales) tal ve piensen: "Ya sabía que nos iba a dar con palo", causando una programación neurolingüística negativa ("si el jefe da a entender que soy un fracasado, entonces soy un fracasado, porque él sabe más que yo"). No le hace ningún favor al éxito que se desea (Fig.).

La alabanza genuina destaca y premia el esfuerzo, no los objetivos. Si bien vale premiar los objetivos, lo cual resulta en una alabanza en sí misma, no debe confundirse una cosa con otra. Los individuos autovaloran sobre todo su esfuerzo ("Anoche hice horas extras en la oficina y me acosté muy tarde ayudando a mis hijos con las tareas de la escuela, llegar temprano el día siguiente es un verdadero desafío, me levanto a las cinco, preparo los alimentos, los dejo en la escuela, atravieso la ciudad en medio del caos vehicular y un ambiente contaminado, y llego a la oficina solo para verle la cara a este hipócrita que nunca se conforma con lo que hago, siempre dice que debemos hacer más y más y más, y la plata nunca me alacanza..."). Aunque es cierto que llegar temprano es un desafío, tampoco quiere llegar temprano porque el panorama nunca se ve alentador. La antialabanza ha logrado una sinergia negativa semejante a ponerles pies de plomo a todos.

El propósito de este artículo no es darte lecciones sobre manipulación, sino simplemente mostrarte que la alabanza fortalece o debilita a los individuos y a los grupos, según como la presentes. Por tanto, exprésate siempre asumiendo plena responsabilidad y conciencia por el impacto que puedas causar en unos y otros con tus palabras y gestos. Porque la escala de valores y la autovaloración varían de un individuo a otro y de un grupo a otro. Cuando alabes a alguien, que no suene a antialabanza.


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