El mago de las finanzas
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

A comienzos del siglo 20, un catedrático universitario y hombre de familia repetía a uno de sus hijos: "Es imposible meter en tu cabeza siquiera un poco de sentido de los negocios".

Se trababa de un joven que a duras penas sacaba buenas notas en la escuela. Cada vez que tenía un poco de dinero se compraba zapatos caros y ropa exclusiva porque le gustaba vestirse bien. Su padre lo consideraba un despilfarrador.

Cuando terminó sus estudios básicos buscó un trabajo y se dedicó a disfrutar de la vida como cualquier persona normal. Sus padres lo instaron a estudiar en la universidad, y postuló sólo por darles gusto. Al poco tiempo desistió diciendo que tenía que ser franco consigo mismo: la universidad le atraía muy poco. Y colgó los estudios.

A pesar de que le iba modestamente bien, su conciencia le molestaba por haber pasado por alto los deseos de sus padres, de modo que volvió a la universidad, aunque tampoco duró mucho tiempo. Finalmente confesó que tenía que ser franco consigo mismo: La universidad era todo menos lo que deseaba. Por eso, finalmente renunció para siempre a una carrera universitaria. Tomó algunos cursos breves de redacción, publicidad y otras cosas, mientras se dedicaba a trabajar como cualquier mortal común y corriente.

Uno de sus pasatiempos consistía en anotar en una libretita que llevaba en el bolsillo de su camisa las frases e ideas que leía y oía por aquí y por allá. Luego las pasaba en limpio a un cuaderno, junto con un comentario interesante. Acumuló tantas frases que las usó de manera práctica cuando diseñó una revista para los representantes del ramo agropecuario, para el que entonces trabajaba. Lamentablemente nadie le dio bola. Los editores lo rechazaron vez tras vez diciendo que su idea era correosa, demasiado educativa y poco atractiva para el mercado. Con todo, siguió puliéndola y haciéndole ajustes.

Un día, una chica muy atractiva llegó al pueblo para visitar a sus padres, y se conocieron en una fiesta. Entre otras cosas, cuando ella le preguntó a qué se dedicaba, él le contó de su fracasado proyecto. Ella quiso ver y oír más, lo cual resultó muy motivador para él. ¡Más que motivador! Le gustó tanto que lo alabó hasta las nubes. Le dijo que le parecía una idea fantástica, y que tenía que intentarlo otra vez. Fue suficiente. Se puso las pilas y pulió su revista como jamás lo había hecho. El estímulo de aquella chica fue un incentivo poderoso.

Cuando tuvo listo el original, pidió dinero prestado a su padre para preparar un modelo y ofrecerlo a las casas editoriales. Aquí es donde su padre enfatizó más que nunca su falta de fe en él como administrador. Ni siquiera le dio una moneda. Luego, suplicó un préstamo de unos US$300 a su hermano, quien se compadeció y se los dio a regañadientes.

Con entusiasmo acumulado, volvió a la carga y presentó su idea a todas las casas editoriales que encontró a su paso. ¿Y qué ocurrió? Nuevamente nadie lo apoyó. Decían que su idea era un poco aburrida y demasiado simple para el mercado de entonces. Desmoralizado, regresó a casa con su proyecto bajo el brazo, esta vez, enterrándolo para siempre en un cajón.

Cuando la joven que había reforzado su motivación regresó al pueblo después un tiempo a visitar a sus padres, lo buscó, y este, sin dudarlo un instante le pidió que se casara con él. Ella accedió inmediatamente. Dos almas gemelas que comenzaban el proyecto más grande de su vida. Por aquel entonces, un amigo le dio un consejo: "Si tantos tropiezos te ponen, ¡hazlo por tu cuenta! ¡Ofrécela por suscripciones!".

Gran idea. Estamos hablando de alrededor de 1920. Aunque la revista solo era un simple proyecto, preparó y envió cartas motivadoras a muchas empresas y hombres de negocios, adjuntando un breve resumen de cómo era "la revista". Para su sorpresa le llovieron tantas solicitudes que se vio ante una imagen abrumadora: ¿Cómo cumplir con todas las solicitudes y al mismo tiempo trabajar ocho horas en su centro de labores? Su esposa le propuso mantener el hogar mientras él se dedicaba por entero a redactar los artículos y sacar adelante la revista. Cuentan que se concentraba tanto que, a veces, ambos se alojaban en habitaciones contiguas de un hotel solo para que nadie los molestara durante horas.

Para cuando falleció, en 1987, el otrora 'incapaz para los negocios' había amasado una fortuna personal de unos US$500.000.000. Su padre se quejaba por haberlo hecho a un lado en vez de hacerlo socio del negocio. De hecho, le pusieron un interesante apodo: "El mago de las finanzas", porque administró tan bien sus recursos que llevó a cabo muchas obras filantrópicas, como fundar muchas bibliotecas públicas.

¿Cómo se llama la famosa revista, que después de ser despreciada vez tras por los editores de su época llegó a cambiar de formato tantas veces que alcanzó tanto éxito? Seguramente alguna vez la leíste: Selecciones del Reader's Digest, la revista más leída del mundo. Decenas de millones de ejemplares vendidos en muchísimos idiomas. Puedes hallar más detalles de la biografía de Dewitt Wallace en el número de junio de 1987.

¿Qué aprendemos de todo esto? Que un poco de motivación positiva puede marcar la diferencia entre el éxito y el fracaso de un gran talento, y que muchas veces las personas que creemos mejor capacitadas para percibir el talento de otros pasan por alto cuestiones de fondo, por tener miras estrechas y encasillarse en una sola manera de ver las cosas: la suya. Las más de las veces, el éxito está tras un arbusto llamado 'prejuicio'. La motivación reforzada lo trasciende.
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