Por unos ratoncitos perseverantes
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
¿Qué hubieras hecho tú si alguien en un puesto de
prestigio te hubiera menospreciado vez tras vez? Eso fue lo que le
sucedió a un joven dibujante por el que ningún editor
quiso dar medio centavo por sus caricaturas. Uno de ellos hasta le
dijo: "Hijo, mejor dedícate a otra cosa".
Buscando
trabajo, una iglesia lo contrató como pintor de carteles. Le
dieron un viejo y sucio garaje que tendría que limpiar y
acondicionar por sí mismo. Lo limpió lo mejor que pudo y
lo convirtió en lo que él denominó 'mi primer
taller de pintura'. Tanto le gustó que hasta solicitó
usarlo como vivienda. Su deseo fue concedido.
Aunque
había limpiado el lugar profundamente, nunca pudo desalojar a
los ratones, que corrían de vez en cuando por aquí y por
allá. Se podía decir que se trataba de ratoncitos muy
perseverantes. Por eso, en vez de hacerse enemigo de ellos,
comenzó a pintarlos, hasta que, un día, bautizó a
uno de ellos con un nombre que hizo famoso. A partir de entonces, nadie
pudo detenerlo. De dibujante despreciado por los editores de
periódicos y revistas, se convirtió con el transcurso de
los años en el fundador de un emporio del entretenimiento. Hoy,
grandes y chicos quedan fascinados con sus producciones. Hasta existe
un canal de televisión que brinda a todo el mundo el
entretenimiento que en un tiempo unos editores escasos de visión
casi ahogan bajo la presión del menosprecio.
¿Qué
aprendemos de todo esto? Que aquel joven dibujante a quien se
desilusionó diciéndole: "Hijo, mejor dedícate a
otra cosa", se convirtió con el tiempo en fundador de un imperio
del entretenimiento, porque en vez de hundirse en el desaliento,
reforzó su motivación haciéndose amigo de unos
simples ratones.
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