Un niño repudiado y exitoso
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
Había
una familia numerosa al este de Nigeria, en África. El hombre de
la casa era un jefe de tribu con siete esposas y treinta hijos. Nuestro
personaje había nacido como uno de los más
pequeños. De hecho, era el penúltimo.
Cuando
tenía solo diez años de edad, unas personas visitaron su
casa y ofrecieron a su padre unas bonitas publicaciones que este
rechazó, aunque preguntó al chico si las quería.
Él aceptó. Con el tiempo, aunque su comportamiento
general mejoró, poco a poco dejó de seguir muchas de las
tradiciones que le habían impuesto desde niño, porque
ahora le parecían incorrectas.
Un
día el padre, jefe de aquella tribu, enfermó y
murió, y a los ocho días del entierro, el mayor de los
hijos, siguiendo la tradición, tomó el control de la
tribu y convocó a una reunión familiar a la que
asistieron unas veinte personas. Aunque todos creían que
hablaría de los gastos del funeral, en realidad su
propósito fue discutir acerca de un asunto que envolvía
al penúltimo de sus hermanos.
Delante
de todos lo menospreció diciendo que su manera de ser mostraba
poco respeto por las tradiciones y costumbres de la familia, y le dio a
escoger: O se readaptaba y vivía como todos, lo cual implicaba
la observancia cuidadosa de todos los mitos y rituales familiares que
había rechazado, o se iba a vivir a otra parte.
Como
su madre había fallecido, una de sus madrastras se
enterneció y abogó por él, porque aquello
significaría perder su derecho legítimo a la parte que le
correspondía de la herencia familiar. Lamentablemente, su
opinión fue irrelevante para el nuevo jefe así como para
el resto de la tribu. Por eso, a ella también la conminaron a
tomar una decisión: "O estás con él o con
nosotros".
Viéndose
forzada a poner en primer lugar la tradición familiar, se
sometió al nuevo jefe aunque aquello claramente significó
apoyar una injusticia. El niño pidió tiempo para pensarlo
y le dieron de plazo hasta la noche siguiente. ¡A sus 12
años de edad, el mundo se le vino encima!
Entró
a su habitación y lloró desconsoladamente. Se
sentía débil, rechazado y muy atemorizado.
¿Qué le sucedería ahora? Estaba literalmente solo
y sin apoyo de su propia familia, de las personas a quienes tanto
había amado durante toda su vida. Suplicó a su Creador
que lo amparara y lo ayudara a tomar la decisión correcta.
Llegó la noche siguiente y todos volvieron a reunirse para
oír su decisión, suponiendo que, como sucedería
con cualquiera, la presión social lo quebraría y
terminaría cediendo al imperio de la tradición familiar y
los ritos tribales.
Pero
él ahora explicó con lógica, respeto y firmeza que
su padre, anterior jefe de la tribu, el hombre que le había dado
la vida, fue quien le había permitido conservar aquellas
publicaciones que le enseñaron a vivir rectamente y a librarse
de la esclavitud emocional a las tradiciones; y les dijo que ahora se
preguntaba por qué, si en vida a su padre le había
parecido correcto lo que había aprendido, su hermano mayor se
pusiera en su contra. Y para asombro de todos, declaró que
mantendría su posición y se aferraría a lo que
había aprendido aunque a los demás les pareciera mal.
¡Qué agallas! En realidad, a pesar de su corta edad,
había desarrollado alas suficientemente grandes como para volar
sobre la tradición de sus ancestros. No estaba dispuesto a
permitir que una tradición que ahora consideraba que no tenía sentido guiara su vida.
Todos
se cuartearon en sus asientos, se les desencajó el rostro,
fruncieron el ceño y suspiraron al unísono
mirándose unos a otros, desconcertados. Uno de ellos
saltó de su asiento y le alzó la voz:
"¡¡Qué te has creído, mocoso, para hablarnos
de esa manera!!". Acto seguido, su hermano mayor irrumpió en su
habitación, agarró su ropa, sus libros y una
pequeña maleta de cartón y arrojó
todo violentamente al patio.
El
niño juntó sus cosas y se retiró de la sala. Se
fue a buscar a un condiscípulo, a quien suplicó que lo
alojara hasta que resolviera qué hacer, y le permitieron vivir
con él durante unos cinco meses. En el ínterin
había escrito a un tío que vivía en Lagos, y este
lo invitó a mudarse con él. Consiguió un poco de
dinero vendiendo semillas de palmera para costearse el viaje, y con eso
y un poco más que su madrastra le dio cuando lo lanzaron del
hogar, partió con rumbo a Lagos. Gran parte del trayecto lo hizo
en la tolva de un camión de arena.
Cuando
llegó a Lagos, su tío apreció y alabó su
buena educación y manera de ser. En realidad, aunque era
bastante joven, irradiaba cultura y respeto. El tío se
preguntaba por qué habían
rechazado a un joven tan bueno. Pero para su desgracia, vino de visita
su hermano mayor y
contó a todos que su familia lo había expulsado por
rebelde, lo amenazó duramente y se retiró.
Después
de una semana, su tío lo despertó a medianoche y le
entregó un documento y un bolígrafo y le pidió que
lo firmara. Él le pidió esperar a la mañana
siguiente para poder leerlo detenidamente, pero el tío le
prohibió tajantemente llamarlo 'tío' y lo conminó
a firmarlo en el acto. Evidentemente, como intuyó que aquello
implicaba una injusticia, le dijo con firmeza: "Tío, hasta los criminales
tienen derecho de saber cuáles son los cargos que se le imputan". Y el hombre dejó de insistir. Pero
¿qué decía aquel papel?
Cuando
lo leyó, le dio risa y le dijo a su tío que de ninguna
manera firmaría aquello aunque él lo considerara
irrespetuoso. El tío montó en cólera y le
ordenó que se fuera de casa inmediatamente. Por eso, sin decir
más, el niño tomó sus cosas y se retiró.
Diríamos que felizmente ya estaba acumulando experiencia en ser
arrojado de casa.
Pero
¿a dónde se iría ahora? Se echó a dormir
allí mismo,
en el pasillo, en la parte exterior del departamento. ¿A
dónde podría ir un niño de solo 12 años de
edad y con menos de 15 días en la gran ciudad? Pero no pudo
dormir ni un minuto. El tío le pidió que abandonara el
lugar de inmediato.
El
alba despuntaba y no le quedó más remedio que deambular
por las calles, rogando a su Creador que lo ayudara. Cuando
terminó el día, llegó a una estación de
combustible y se armó de valor para pedirle al dueño que,
por favor, le guardara su maleta hasta el día siguiente, por
temor a que alguien se la robara durante la noche. Movido por la
curiosidad, el hombre le preguntó si tenía un lugar donde
quedarse, y el chico le contó su drama.
Aquel
hombre no solo le ofreció trabajo, sino pagarle los estudios,
con la condición de que lo ayudara con las tareas de la casa.
Mmmm, muy tentador, pero quería que trabajara desde el
amanecer hasta altas horas de la noche con solo un
domingo al mes para descansar (misma esclavitud). Además, los
otros
criados del hombre, que eran xenófobos, imaginaban que, siendo
un extraño, tal vez se había confabulado con unos
ladrones para robar la
casa. Todo considerado, rehusó la oferta. Pero le
suplicó que le guardara la maleta por un tiempo.
Durmió
fuera tres noches, y como carecía de dinero para comprar
alimento, pasó todo ese tiempo sin comer. Al cuarto día,
preguntó a cierta persona: "¿Conoce usted al señor
Ideh?", y le contó todo lo que había pasado. La
persona conocía a Ideh, un antiguo amigo suyo, y se
conmovió con el relato y lo acompañó personalmente a recoger su
maleta y lo llevó a su casa, le dio de comer y mandó a
buscar a Ideh, que vivía cerca.
Cuando
Ideh llegó, quedó pasmado al escuchar todo lo que le
había ocurrido ¡y ahora ambos hombres, conmovidos,
querían darle cobijo! Y concordaron en que pasaría una
temporada con cada uno. Al poco tiempo consiguió un trabajo de
mensajero, y recibió su primer pago. Cuando quiso pagar por su
comida y alojamiento, ambos hombres rieron y le dijeron que lo
olvidara. No le cobrarían por ello. Así podría
ahorrar.
Pronto
se inscribió en unas clases nocturnas particulares, y pasaron
los años y concluyó su educación básica.
Poco a poco su situación económica fue mejorando, obtuvo
un trabajo de secretario, consiguió una vivienda y, a medida que
crecía, el tronco de su madurez comenzó a notarse de
lejos.
Aunque
Ideh y aquel otro amigo lo habían ayudado cuando estuvo sin
dinero, dio gracias a su Creador por ayudarlo espiritualmente. Y
reconoció con humildad que todo el amor y la atención que
aquellas personas le prodigaron había sido Su respuesta.
Es
oportuno mencionar que al poco tiempo de que su familia lo
desterrara del hogar, estalló una guerra civil y toda su aldea
natal fue destruida. Muchos de sus parientes y amigos fueron
asesinados, entre ellos, la madrastra que lo había ayudado. De
la noche a la mañana, la economía de la región
quedó
devastada.
Cuando
terminó la guerra, el niño, ahora convertido en un hombre
hecho y derecho, regresó a la aldea para visitar a uno de
sus hermanos que había sobrevido, el cual había
participado en su expulsión del hogar, y se enteró de que la esposa de este y dos de sus hijas estaban en el
hospital. Le preguntó cómo podía ayudarlo, y su
hermano lo miró pasmado, comenzó a llorar y dijo que se
había quedado sin dinero y que sus hijitos estaban sufriendo mucho.
Entonces, le dio el dinero que necesitaba, le ofreció un empleo
seguro en Lagos y los invitó a vivir con él.
Dejé
a propósito una pregunta en el aire: ¿Qué fue
aquello que tanto irritó a su hermano mayor, que resultó
en que lo expulsaran de su casa cuando solo tenía doce
años de edad? Su crimen había sido convertirse en
cristiano debido a la lectura de la Biblia.
En
1991 Udom Udoh contrajo matrimonio con Sara Ukpong y ambos dieron
comienzo a una familia que, definitivamente, llegó a ser muy
diferente.
Por
eso, a pesar de que a veces la vida se te ponga cuadrada, ya sea porque
tus ideas sean diferentes a las de tu familia u otra razón,
recuerda que si Udom Udoh hubiera abandonado sus creencias por temor a
la familia y hubiese permanecido más tiempo en aquella aldea,
tal vez hubiera muerto en aquella guerra y nunca hubiese conocido la
libertad y la felicidad de tener su propio hogar. En realidad, lo que
aprendió de la Biblia y su confianza firme en el Creador le
sirvió de apoyo en los momentos más
difíciles de su vida. Por eso la adversidad nunca lo amedrentó.
Aunque
solo contaba con doce años de edad y era el penúltimo de
30 hermanos, siendo repudiado por toda su casa y desheredado por no
seguir la tradición familiar, mantuvo su integridad y
llegó a hacerse de una reputación, una carrera y una vida
de familia feliz gracias a los excelentes principios que
había aprendido de niño.
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