Un atrevido navegante empírico
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso


Dicen que a fines del siglo 15 de nuestra era, hubo un padre de familia con dos hijos que había quedado viudo dos veces. Cartógrafo profesional graduado en la universidad, tenía un negocio de venta de libros y diseño de mapas con su hermano, en Portugal.

Desde su temprana adolescencia la navegación había sido su pasión, y uno de sus sueños había sido independizarse de la costa e internarse hacia el oeste para conocer tierras que, según rumores que había oído en alguno de sus viajes por los países del norte, algunos navegantes nórdicos habían descubierto tiempo atrás.

En 1478 la coyuntura era perfecta. Los países de Europa que comerciaban por tierra con Las Indias, es decir, el este, estaban hartos de que sus caravanas fueran asaltadas por piratas terrestres. Por otro lado, se consideraban encasillados porque al procurar hallar una ruta marina por el norte, la temperatura bajaba tanto que creían que se congelarían si continuaban el viaje, y si procuraban hacerlo por el sur, la temperatura subía tanto que creían que terminarían chamuscados por el calor. De hecho, los sureños tenían piel muy oscura.

Cerradas las rutas por el este, norte y sur, diseñó un plan para navegar hacia el oeste, con la idea de que podría darle la vuelta al mundo en solo un par de meses, teoría que se basaba fundamentalmente en el tamaño del planeta, que, según él, era más pequeño de lo que realmente era.

Aunque al principio el rey del reino donde se encontraba le prestó atención, finalmente intentó robarle el proyecto y, por carecer de suficiente motivación para llevarlo a cabo, rechazó su solicitud. Durante 14 años insistió de reino en reino estrellándose contra todos los peritos y sabios de la época. Ninguno de los asesores de los reyes que discutían con él sobre el verdadero tamaño de la Tierra le hizo caso porque, en realidad, sus cálculos estaban equivocados. Solo lo veían como un atrevido navegante empírico.

A pesar de todo, su obsesión era tan grande que nunca cejó en su intento de conseguir ayuda. Fue así como por fin conoció a alguien que reforzó su motivación. Uno de los reyes de aquel entonces aceptó tratar con él nuevamente, sometiendo el proyecto a una nueva consulta, y los peritos nuevamente lo rechazaron. Entonces, cuando estaba a punto de partir hacia otro reino, este amigo insistió una vez más, reforzando su motivación, y lo ayudó a relacionarse con la reina, ¡hasta consiguió dinero para comprarle ropa apropiada! Arregló una audiencia especial, ¡y funcionó!

Aquella reina dijo a su esposo, el rey, que estaría dispuesta a avalar el proyecto con sus joyas y propiedades. El rey aceptó y firmó las capitulaciones que autorizaban el viaje. Le proporcionó un barco de la época, y el joven soñador consiguió, además, dos grandes botes de remos que unos armadores donaron para el interesante viaje. Los acondicionaron con cubiertas para proteger a sus tripulantes, y la idea comenzó a tomar forma.

Lamentablemente, ahora el problema fue que nadie quería abordar los barcos. Aterrados por las supersticiones, afirmaban que era una locura contradecir los designios de los dioses internándose hacia el oeste, sobre todo, sabiendo que todos los reinos habían rechazado el proyecto. Aunque para aquel tiempo la gente culta ya aceptaba que la Tierra era una esfera, el vulgo seguía creyendo que era plana y que terminaba en 'las cataratas del fin del mundo', habitación de demonios y monstruos. Hasta entonces, los barcos solo costeaban, es decir, navegaban sin perder de vista la costa.

Finalmente, el rey ordenó que se abrieran las cárceles y se llenaran los barcos, y aquel soñador se hizo a la mar con la mirada al Oeste. La tripulación miraba hacia atrás, obedeciendo de mala gana.

Superadas todas las adversidades, llegaron al otro lado del mar y, al cabo de dos meses, descubrieron América. Aunque Cristóbal Colón nunca descubrió lo que dijo que iba a descubrir ni supo qué había descubierto, gracias a un error de cálculo, a su pasión por realizar su sueño y al refuerzo de motivación que le dieron los que creyeron en él, terminó convirtiendo a España en la nación más rica y poderosa del mundo.

Es digno de nota que para el siguiente viaje, el rey lo puso al mando de 17 carabelas perfectamente equipadas. Ahora todos querían acompañar a Colón hasta el otro lado del mundo. Y es interesante que el transbordador Columbia llevara su nombre hasta las estrellas.

¿Qué lección aprendemos? Bueno, de ninguna manera diré que un error de cálculo siempre dará a luz algo interesante. Solo digo que Colón tenía un sueño, puso a prueba su empeño hasta lo último, reforzó su motivación vez tras vez, le dieron un poco de ayuda y confianza, y dio a luz uno de los descubrimientos más impresionantes de la Historia Universal.
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