Uno en miles
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
El
11 de setiembre de 2001 pasó a la historia cuando dos aviones
secuestrados fueron dirigidos hacia las torres del World Trade Center
de Nueva York y estrellados de lleno contra estas.
Cuando
todo empezó, cierto ingeniero que trabajaba en la Torre 1
ignoraba lo que realmente ocurría. De todos modos, alistó
a Salty, su fiel perro guía labrador, porque este lo
apremió, inquieto. Y a pesar de haber quedado invidente 15
años atrás, comenzó a descender con su ayuda desde
el piso 71° hasta el primer piso, poniéndose a salvo de todo
lo que sobrevendría pocos minutos después. Cuando las
torres se desplomaron, vivió para contar su hazaña.
Usualmente
la gente considera a los invidentes como personas limitadas que
serían incapaces de valerse por sí mismas, y solo cuando
se enteran de hechos como este reflexionan al respecto. Aunque perder
uno o más de los sentidos ciertamente sería algo que
nadie desearía, me resulta totalmente inaceptable creer que la
vida deja de tener propósito solo porque un suceso imprevisto la
sacude. A pesar de que a uno le cueste mucho reconstruir su amor propio
a partir de los escombros, y a pesar de que mucha gente tal vez piense
que todo ha terminado para uno, puede ingeniárselas para
trazarse y alcanzar nuevas y mejores metas consiguiendo los recursos
necesarios.
En
su caso, Salty fue para él un recurso oportuno y formidable que
lo ayudó a ponerse a salvo en medio de una situación
crítica como la cual nunca había conocido el mundo.
Siguiendo su instinto, Salty evitó los ascensores y llevó
a su amo, seguro, por las escaleras. Y mientras miles
desaparecían, abarrotaban los hospitales o morían, ellos
salieron, paso a paso, por la puerta grande para contar su experiencia.
Lamento
mucho todo el dolor que aquel suceso causó a tantas personas.
Solo quiero enfatizar que aunque Omar Eduardo Rivera pudo quedarse
sentado, esperando que alguien le tendiera una mano para ponerse en
marcha, por ser invidente y hallarse aparentemente desvalido en el piso
71° de un edificio gigantesco que se consumía en llamas, en
medio de la gritería desesperada de miles de personas,
reforzó su motivación, se aferró a la correa de
Salty y se dio a sí mismo una oportunidad de llegar,
silenciosamente y en medio de la oscuridad de su ceguera, hasta la
salida.
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