¿Por qué me bloqueo?
©Miguel Ángel
Ruiz Orbegoso
"He podido hablar ante un
gran auditorio y hasta dictar una clase ante
muchos estudiantes. Pero cuando quise hablar ante mis amigos y algunos
de mis parientes en una reunión más íntima, me bloqueé. Me quedé sin
palabras. ¿Por qué? ¿Cómo puedo romper las cadenas?".
La pregunta
está justificada. Pero seguramente no estás buscando la respuesta a esa
pregunta, sino a una más importante: "¿Cómo superarlo?".
Definitivamente
el "por qué" está en tu interior. Puede haber una o más motivaciones.
Nadie sino tú puede llegar a saber la respuesta. Pero el "cómo
superarlo" está en los que tuvieron alguna vez ese problema y lo
superaron, o en aquellos que nunca se bloquearon ante un auditorio sin
importar cuán grande era. De modo que, aunque saber por qué te
bloqueaste pudiera ser muy interesante, y tal vez algún día disciernas
la respuesta, saber cómo superarlo es más importante... y tal vez más
urgente.
Al margen de lo
mencionado, hay un factor que es muy
común: La aprobación de quién buscas. Esa es una motivación que puede
llegar a controlar toda tu vida. Además, si por más que buscas la
aprobación de esa o esas personas, solo consigues su desaprobación, tal
vez pierdas de vista el incentivo y dejes de esforzarte por
conseguirla. En otras palabras, es como si dedujeras: "¿Para qué me
esfuerzo si sé que a fin de cuentas de todas maneras van a criticarme?".
Si constantemente oyes la reprensión, crítica o desaprobación de un
padre, una madre, un esposo, una esposa, un suegro, una suegra, un tío,
una tía, un maestro, una maestra, un vecino, una vecina, un amigo del
club, tu jefe o quien sea que para ti sea alguien importante en tu
vida, es decir, cuya buena voluntad crees que necesitas para sentirte
bien, el efecto podría ser devastador. Imagínate que llegas a casa, o a
la oficina o al club y esa persona comienza a decirte en qué fallaste,
de qué te olvidaste, qué dejaste de hacer o cómo fuiste tan
ineficiente. O quizás no te lo dice con palabras, sino con actitudes,
gestos, murmuraciones y reacciones que parecen echarte la culpa de cada
pequeña cosita que, a su modo de ver, no hiciste bien. ¿te gustaría
vivir con esa persona, invitarla a pasear o a pasar un buen rato para
platicar de algo? ¡Difícilmente!
Un antiguo proverbio dice: "Más vale vivir en soledad en el rincón de
una azotea que compartir un techo en común con alguien que discute por
todo". Y es cierto, la convivencia se vuelve una tortura si tienes que
compartirla con alguien que discuerda
contigo en todo, o peor, si
desaprueba todo lo que dices, haces, piensas o sientes. La timidez se
vuelve una tortura. Porque, aparte del temor al qué dirán, no tienes
con quién compartir tus cosas. Entonces te dan ganas de vivir en una
azotea, en un rincón, a solas, en vez de tolerar tanta humillación. Te
aíslas por dentro, aunque por fuera sigas pareciendo poco
sociable. En realidad, no aprendiste a ser sociable, porque la
desaprobación colmó la medida y dejaste de intentarlo. La constante
desaprobación de uno se convirtió en la equivocada idea de que todos te
desaprobarían igualmente, de modo que acabaste aislándote.
Cierta señora, que no podía tener hijos, adoptó a un huerfanito y volcó
en él todo su amor. Su esposo y ella estaban felices de compartir todo
lo suyo con aquellla criaturita. Pero el niño fue creciendo y
haciéndose cada vez más hombrecito, dejando pasmados a sus padres
adoptivos por la lucidez y perspicacia con la que razonaba. En verdad
era un niño brillante. Pero la madre tenía un defecto: Le pisaba los
talones en todo sentido. El chico no podía hacer ni decir nada sin que
ella interviniera y tratara de dirigir hasta sus respiraciones. Un día,
el niño, que ya tenía unos 11 años de edad, le dijo con dulzura, pero
con firmeza: "Mamita, ¿yo podría contarte un secreto sin que te
molestes conmigo ni me castigues por decirte mis pensamientos?". Ella
le
dijo, preocupada: "Sí, mi amor, por supuesto. A mí me puedes contar
todos tus secretos, porque soy tu madre y nadie te quiere más que yo.
¿Ha pasado algo malo, mi tesoro?".
Entonces, el niño exclamó como un volcán: "¡¡Ya me tienes harto!! ¡¡No
me dejas ni respirar!! ¡¡Siento que me sofocas, como si me ahogaras,
como si me amarraras las manos y los pies!! ¡¡Ya no aguanto más!!
¿Podrías dejar de criticarme todo lo que hago? Siempre me dices lo que
hago mal, pero nunca me dices lo que hago bien". No sigo porque la
verdad es que el rollo es muy largo. Pero resumiré: Su madre se sintió
devastada. muda, sin saber cómo reaccionar. Una lágrima se deslizó por
sus mejillas, y luego otra y otra, hasta convertirse en un río. Abrazó
a su niño y le prometió mejorar en todo sentido. Le agradeció su
franqueza y, felizmente, comenzó a mejorar su conducta.
Lamentablemente, no
pudo salvar su matrimonio. Aunque el niño tuvo la capacidad de vencer
sobre
aquella experiencia, el su esposo no. Le pidió el divorcio.
En
su libro "Cómo vencer la timidez", el Dr. Michelle Girodo habla de una
línea de razonamiento muy común: "Si me critican cuando hago algo,
entonces, mejor no hago nada, para que no tengan qué criticarme". El
resultado es, precisamente, la inacción o el bloqueo. Pero es engañoso,
porque al no hacer nada, los observadores pudieran murmurar: "Es
tímido", "es de carácter débil", "es incompetente", "no tiene
autoestima", "es una persona indecisa" o algo peor. De manera que la
aparente solución se convierte en el resorte que activa lo que
precisamente querías evitar: la crítica, que a su vez retroalimenta el
siguiente bloqueo.
Había una vez un niño de
4 años que al
terminar el período anual de su primera experiencia en la escuela
recorría los estantes del aula con sus padres buscando un objeto. La
maestra había dicho a todos que buscaran la obra que los niños habían
realizado durante el año, pero este niño pensó que se trataba de un
nuevo juego en el que todos podían ir y tomar el objeto que más les
gustara. No pensó en su propia obra, sino en escoger lo que más le
agradara. De modo que al ver un elefantito blanco, estiró la mano y lo
tomó. Entonces la maestra se lo quitó de las manos, diciéndole: "No.
Eso no es tuyo. Ven. ¡este es el tuyo!", y le entregó el suyo.
Durante
el resto de su vida, el niño nunca pudo recordar lo que la maestra le
entregó, pero jamás olvidó aquel elefantito blanco ni el hecho de que
fue lo que más le gustó pero se lo quitaron de las manos. Ese
incidente, aparentemente insignificante, marcó al niño por el resto de
sus días con un estigma: "Nunca obtendrás lo que realmente quieres".
Ese niño fui yo.
Hasta el presente lucho
tenazmente para no
dejarme vencer por el desánimo que me embarga cuando no consigo algo
que me gusta. Recuerdo la mano de aquella maestra, quitándome mi
elefantito blanco de entre las manos.
Es cierto que no era mi
obra. Es cierto que la maestra tenía razón. Es cierto que no era justo
que yo le quitara a otro lo que le pertenecía. Es cierto que yo era
solo un niño más entre muchos. Es cierto que la maestra tal vez fue lo
más delicada posible. Es cierto que yo debía prestar más atención y
buscar aquello que yo había hecho. Es cierto que solo es un recuerdo. Y
es cierto que uno no debe seguir pensando en lo que otros calificarían
de tonterías. Pero me duele cada vez que lo recuerdo.
Mi padre,
mi madre y mi maestra ya murieron, pero saqué una lección a lo largo de
mi vida a raíz de aquel incidente: Uno puede llegar a admirar mucho lo
que otros han hecho, y a veces, querer poseerlo, pero no puede tenerlo
todo, sobre todo, si pertenece a otra persona, a menos que lo
intercambie por otra cosa. Y que, a veces, las cosas que uno hace no
son tan bonitas como las hacen otros. Uno solo puede esforzarse por
hacer las cosas lo mejor que pueda.
Ahora, cada vez que no
consigo lo que quiero, recuerdo "mi elefantito blanco", y procuro no
ser duro cuando veo que un niño fija la atención sobre algo y lo toma
con las manos. Nunca se lo quito sin ofrecerle algo más bonito a
cambio, para que se distraiga y olvide la mala experiencia. También
procuro mantener mis deseos bajo control para nunca envidiar a los
demás por sus éxitos y logros, sino todo lo contrario, enconmiarlos y
alabarlos por las buenas cosas que hicieron. Tal vez esa sea una de las
razones por las que detesto a los que critican por criticar, porque no
tienen la menor idea del daño que ocasionan a la sociedad, ya se trate
de niños o adultos. La crítica hiriente o mal enfocada es un deporte
malsano. Marca a las personas y les bloquea el acceso al éxito. Creo
que no hay nada más cruel que hacer leña de un árbol caído.
Y lo
más importante. Aprendí que es mejor realizar obras que nadie pueda
quitarte de las manos, como el adquirir conocimientos y destrezas.
Pueden robarte todas tus cosas, pero no pueden robarte lo que has
aprendido. Mucho antes de que Colón visitara con su proyecto a la reina
Isabel, se lo contó a Juan II de Portugal. Este envió una expedición
secreta para robarle la idea, pero sus bravos navegantes se acobardaron
a poco de internarse hacia el oeste. Dieron media vuelta y le
dijeron al rey que no pudieron atravesar el mar porque muy al
oeste el aire era irrespirable. Lo que quiero decir es esto:
Un pirata puede ser cualquiera;
pero ser creador de una idea original,
un procedimiento, una solución, ¡eso sí vale! Todos
somos propietarios de los
elefantitos blancos que hay en nuestro corazón, ya sea que los
hagamos
realidad o no. Esperar hasta que alguien haga algo interesante, y
después robárselo y venderlo o regalarlo, carece de
mérito.
Por eso, si algo te
bloquea, acuérdate de
aquella maestra e imagina que está estirando la mano para
quitarte tu
elefantito blanco de las manos, y no luches contra ello. Solo
esfuérzate
por crear tus propios éxitos, sin compararte con otras personas.
Tus propios discursos, tus propias palabras, tus propias motivaciones,
tus propias intenciones, tus propios méritos, tus propios
éxitos, tus propias satisfacciones. Tu ventaja radica en que
fuiste el creador, y por tanto, podrás rehacerlo con mejoras que
a nadie se les ocurrirían. Esa es la ventaja de ser el creador
de algo. Porque no solo posees el know
how
(sabes cómo), sino la motivación apropiada.
¿Recuerdas por qué no pudieron completar el viaje
aquellos expedicionarios cobardes que pretendieron robarle el proyecto
a Colón? Porque aunque eran los mejores navegantes de la
época, en contraste con Colón, que solo era un navegante
empírico, no tenían la motivación apropiada. Solo
el creador de algo puede conocer a fondo su obra y saber por qué
la hizo. Por eso puede rehacerla cuantas veces quiera, y mejorarla. Por
eso Thomas Alva Edison nunca permitió que el desánimo lo
detuviera. Mientras otros murmuraban diciendo que perdía el
tiempo, él sabía lo que quería... y tenía
la motivación para hacerlo.
Por
ejemplo, observa lo siguiente cuando veas a un niño con su
madre: Si ves que ella lo deja expresarse y manifestarse,
notarás que el
niño
tiende a ser expresivo y espontáneo; pero si ella siempre
contesta por
él, o de otras maneras hace las cosas por él, sin darle
oportunidad a
usar su propia boca, responder por sí mismo y formar sus propias
relaciones humanas, notarás que tiende a permanecer callado,
esperando que las cosas sucedan por sí mismas, esperando
que otro decida por él. Esto podría tener serias
consecuencias en el futuro, cuando tenga que presentarse a una
entrevista de trabajo, hablar en público o algo tan simple como
invitar a alguien a comer. Tal vez en su fuero interno imagine a su
madre o padre susurrándole: "¡No! Tú no eres capaz
de hacer eso, no puedes hacerlo! Deja que yo lo haga por ti", y se
bloquee porque la madre o el padre ya no están allí para
hacerlo por él.
Muchos
padres
bienintencionados actúan de ese modo porque creen equivocadamente que
el
niño no sabrá
responder por sí mismo, porque cultivan la mentalidad absurda de
que
"mi hijo todavía no tiene edad para responder por sí
mismo" o "no tiene experiencia en eso", y, en vez
de hacerle un bien, le hacen un mal, porque cuando el niño realmente
tenga que contestar (cuando se presente al servicio militar, a la
universidad o a solicitar un empleo), se bloqueará
esperando que su mamá o su papá venga a responder
por él. Pero ellos no estarán allí y entonces se
sentirá desamparado, sin saber qué hacer ni cómo
hacerlo. Porque no le dejaron usar sus oportunidades de aprender a
responder o reaccionar por sí
mismo.
No
estoy diciendo que ese sea tu problema. Solo estoy dándote un ejemplo
de cómo una línea de razonamiento engañosa puede usualmente
producir un
resultado diferente del que se desea. Como esa, hay otras líneas de
razonamiento que debes combatir apropiadamente si quieres triunfar
en la vida.
Kerry
L. Johnson cita en su libro "Cómo lograr la excelencia en ventas" los
resultados de un experimento con una rata de laboratorio a la que
ciertos científicos hacían jalar una palanca para obtener alimento. A
medida que conseguía un bocado, los investigadores aumentaban la
cantidad de veces que la rata debía accionar la palanca para
obtenerlo. La rata lo intentó muchas veces antes de conseguir el
bocado. Pero trece fue su máximo. No
jaló catorce veces, y por tanto, no recibió su alimento. En otras
palabras,
se agotó y desistió para
siempre de seguir
intentándolo.
Muchos de nosotros
somos como esa rata. en algún punto nos hartamos de insistir o
perseverar y cesamos
de intentarlo a pesar de que el éxito solo esté a un
paso.
Napoleón Hill
cuenta de un hombre que tenía fuertes razones para creer
que cierto
terreno contenía un tesoro espléndido. Lo
compró y montó toda la
infraestructura necesaria para perforar una mina. Al principio
halló suficiente mineral como cantar victoria y darse
cuenta de
que
poseía un verdadero tesoro. Pero poco después de cavar y
cavar y
cavar cada vez más hondo, no halló más mineral.
Finalmente, abandonó la
perforación y remató todo a un vendedor de chatarra. Este
contrató a un ingeniero de minas, el cual le explicó
que
el primer propietario no había tenido en cuenta las fallas
geológicas. Sugirió reiniciar la
perforación, ¡y halló el mineral a poco menos de un
metro de profundidad, siguió extrayéndolo y se
volvió millonario!
Con esto no estoy
enseñándote a amar el dinero. Pero
quiero que comprendas que las razones para tus bloqueos están allí en
el pozo de tu corazón. Puedes cavar y cavar y cavar en busca de una
explicación, aun con la ayuda de un especialista, pero las razones
están más al fondo. Tal vez un día dejes de buscar y te concentres en
otras cosas, nada de hablar en público (para evitar los bloqueos), pero
tampoco encontrarás el tesoro de la satisfacción personal.
Te
doy una clave: Al margen de la razón que sea, existe un temor, y este
está ejerciendo poder sobre tu desempeño. ¿Será temor a que se rían de
ti? ¿Será temor a fracasar y quedar mal por no desempeñarte a la
perfección desde tu punto de vista? ¿Será temor a que te rechacen? ¿O
será temor a hacerlo tan bien que en otra ocasión vuelvan a pedirte
que hables? Estos son los cuatro temores que Johnson cita en el
mencionado libro. Lo interesante es que todos esos temores tienen que
ver con la pregunta que te hice antes: "¿La aprobación de quién
buscas?".
Se
ha definido la risa como "una fuerte expresión vocal de emoción
positiva". Pero ¿si temes que se rían de ti? Puedes comenzar por aprender
a
reírte de ti mismo. El semanario polaco Przyjaciólka citó resultados de
experimentos relacionados con la risa. Uno de ellos: ¡Una buena
risotada
espontánea equivale a tres minutos de ejercicios aeróbicos! Después de
mencionar otros beneficios que aporta la risa, la revista sugiere: "Aprenda a reírse
de sí mismo. Intente ver el lado bueno de las cosas
aun en medio de situaciones difíciles". El estudio de la risa se llama "gelotología". (MÁS SOBRE LA RISA)
Si temes no desempeñarte
a la perfección, recuerda que la perfección no existe. Solo existe el
esfuerzo sincero. Y recuerda esto: "Nadie, ni siquiera Dios, puede
hacer más de lo que puede". Hacer tu mejor esfuerzo en una situación
dada es lo mejor que puedes hacer. No puedes hacerlo mejor. Podrás
hacerlo mejor en otra ocasión si te ejercitas más, pero una vez hecho,
ahí queda. Una vez que haces tu mejor esfuerzo, intenta entender que
fue lo mejor que pudiste. Si buscas perfección, solo hallarás
frustración y desaliento.
Si temes que te rechacen, piensa en
esto: "¿Acaso no puedes tú rechazarlos a ellos? ¿Por qué son ellos los
que te rechacen a ti? ¿Tanto poder les has dado sobre tus
sentimientos?". O piensa en esto: "Tú tienes el derecho de escoger a
tus amigos; y los demás tienen el mismo derecho. De modo que si no te
escogen como amigo, no tienes por qué obligarlos". Lo mismo sucede con
un discurso. Cuando hablas en público puedes esforzarte por agradar a
todos, pero, créeme cuando te digo que siempre hay algunos a quienes no
les agradará. Es su derecho. Déjalos en paz y no trates de agradar a
todo el mundo, porque no es posible agradar a todo el mundo.
De modo que las cadenas sí pueden romperse. Pero tienes que hacer
un pequeño esfuerzo
de pensamiento y entender cómo funciona el sistema de soporte de
tus temores y contrarrestar cualquier mentalidad negativa con ideas que
la reemplacen para siempre.
Y si
después temes que te saldrá tan bien que volverán
a pedirte que hables en la siguiente ocasión, o crees que no
soportarás las felicitaciones, tendrás
que aprender a acostumbrarte a la molestia del éxito y procurar
ser
tolerante con las actitudes ajenas por medio de simplemente responder
diciendo:
"Gracias". Si quieres ampliar este tema, escríbeme.
www.oratorianet.com
ARRIBA |