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¿Qué es una conferencia?
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso
 
Dicho sencillamente, una conferencia es una conversación. Pero primero entendamos lo que es un discurso, para ver la diferenccia.

El Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia nos ayuda a entender que un discurso es la facultad de usar la mente (el razonamiento) para reflexionar o analizar los antecedentes, principios, indicios o señales de cualquier asunto con el fin de entenderlo. Cuando reflexionas, estás discursando, es decir, aplicando tu inteligencia, para entender un asunto y hasta para ser capaz de explicarlo inteligentemente a otras personas. Es una tarea que realizas en el interior de tu mente, una línea de razonamiento.


Conferencia es...

Es un "discurso" cuando expones los resultados de tus reflexiones ante una o más personas, porque se limitan a escucharte y a usar su inteligencia para discernir lo que dices. Pero cuando implica dialogar con tus oyentes se convierte en una "conferencia", porque "conferencia" sigifica básicamente conversar y ese es el sentido principal que le damos en Oratorianet.com, para diferenciarla claramente del "discurso".

Si anuncias tu presentación como un "discurso", pero al final del mismo permites tiempo para una sesión de preguntas y respuestas, el "discurso" se convierte en una "conferencia", porque hay un diálogo.

Pero ten cuidado, si anuncias tu presentación como una "conferencia", los instruidos estarían justificados para suponer que toda la reunión estará matizada por una conversación fluida entre el orador y el auditorio y pudieran sentirse libres para interrumpirte a cada rato con preguntas o comentarios.

Por eso, si anuncias tu presentación como un "discurso" pero al final del mismo permite una sesión de preguntas y respuestas, tú o el presidente de la reunión deberán indicar claramente el protocolo que seguirán a fin de que no producir desorden o confusión en la sala.  Estas son algunas diferentes opciones de conferencia:

    1) Se permitirá que el auditorio interrumpa en cualquier momento, ya sea para hacer preguntas y ofrecer comentarios cuando lo deseen, porque al final no habrá sesión de preguntas y respuestas.

    2) Sírvanse anotar sus preguntas en una libreta, porque el orador invitará al auditorio a hacer preguntas y ofrecer comentarios al final de cada punto principal.

    3) Sírvanse acercarnos sus preguntas y comentarios en una hoja de papel, porque el orador seleccionará las más relevantes y se concentrará en estas por 5 (10 ó 15 minutos) al final de su discurso.

            a) Esto es para que recuerden sus preguntas y, llegado el momento, las expresen a viva voz desde sus asientos.

            b) O para que el encargado recabe las preguntas y les sean alcanzadas por el presidente al orador por escrito.


Recuerda: La "conferencia" es una conversación entre el orador y su auditorio, o entre los participantes de un panel, o entre un entrevistador y su entrevistado. En cambio, un "discurso" es un monólogo en el que el orador presenta o explica sus ideas y conclusiones sin mediar diálogo alguno con nadie.

¿Pudiera haber una conferencia sin diálogo?

En cierto sentido sí. Pero para entender lo que es una conferencia sin diálogo es importante entender primero lo que es un "discurso" y lo que significan las preguntas retóricas. Ya vimos arriba lo que es un "discurso". Veamos lo que son las preguntas retóricas.

Una pregunta retórica es una pregunta que el orador hace sin esperar que el auditorio responda audiblemente. Es un "diálogo mental" entre el orador y su auditorio. Por ejemplo, dice: "¿A buen entendedor...?" y deja que el auditorio complete mentalmente la oración: "¡Pocas palabras!". Por lo tanto, es una pregunta que el oyente responde mentalmente, intelectualmente. 

Ahora bien, no solo hay preguntas retóricas, sino toda clase de expresiones retóricas. Por ejemplo, cuando decimos: "Sabemos lo que sucederá si no bebemos agua por varios días" (el auditorio pensará: "Moriremos" o "nos deshidrataremos"); o cuando decimos: "Si uno salta sin paracaídas desde un avión, no puede esperar caer como una plumita" (el auditorio pensará: "¡Por supuesto, se matará!"). No son preguntas, pero abren un diálogo mental entre el orador y el auditorio. Lógicamente, esto implicaría un manejo hábil de la pausa y de la empatía. Por eso se dice que los mejores actores son los que entienden mejor el sentido de empatía. ¡No actúan, viven su papel y lo transmiten al espectador tal como el espectador lo entendería!

Por lo tanto, aunque no ocurre un diálogo verbal audible, está ocurriendo un diálogo mental, retórico. El orador sintoniza a nivel mental, intelectual y emocional con el auditorio y no necesita que le respondan audiblemente. Todos saben casi exactamente lo que la mayoría está pensando, no porque sean adivinos, sino porque lo intuyen; y la experiencia del orador le sugiere lo que está pensando el oyente promedio. De esta manera, aunque el oyente no responda verbalmente, mutuamente saben lo que ambos están pensando. Conversan mentalmente -por decirlo así-. En realidad ocurre una verdadera conferencia o conversación porque las ideas y la motivación positiva están de hecho fluyendo en ambos sentidos. Se estimula la fluidez psicológica.

Ilustrémoslo con lo que ocurre con un conferenciante en lenguaje de señas que hace una presentación ante un auditorio de audioimpedidos. No hay voz, no hay sonido, pero el público entiende perfectamente lo que quiere decirles porque todos están captando las ideas y reaccionando con igual facilidad como sucedería si estuviese hablando.

Algo similar ocurre con el lenguaje retórico. El orador y el oyente fluyen en su comunicación con un intercambio de ideas y emociones, no solamente con palabras habladas, cumpliendo el propósito de la comunicación, sino con el lenguaje de las emociones, de mucho más valor que las palabras. De modo que en cierto sentido se la puede considerar como una "conferencia" aunque no esté ocurriendo un diálogo verbal, porque el orador está manifestando y despertando en sus oyentes la empatía requerida para la comunicación en doble vía. Se promueve la satisfacción, y el oyente se involucra y se concentra mejor. No se pone ansioso, no se aburre.


Lógicamente, una advertencia: Aunque esto exige un manejo hábil de las relaciones humanas y del conocimiento del ser humano, y el orador  pudiera intuir hasta cierto punto razonable lo que sus oyentes pudieran estar pensando, no debería ser tan presuntuoso de dar por sentado que sabe exactamente lo que todos sus oyentes están pensando. Pudiera haber quienes no concuerden con él, o que algunos no tengan capacidad mental suficiente como para entender todo lo que está dando por sentado, o que se hayan distraído justo en el momento de la retórica, u otra razón.

Por otro lado, si el orador simplemente les habla o se dirige a ellos leyendo de un escrito, o diciéndoles lo que piensa u opina, sin haber establecido una comunicación mental y/o emocional de doble vía, incluso evadiendo el contacto visual, se trata nada más que de un discurso o monólogo. Una marca del inexperto.

Por eso algunos "discursos" resultan a veces aburridos. El orador simplemente se limita a hablar y hablar y hablar explicando sus ideas y los resultados de sus investigaciones en un interminable monólogo que no contempla el intercambio intelectual en tiempo real. Aunque propone excelentes ejemplos, no se trata de una conferencia, porque no hay un contacto de doble vía a nivel mental. Da por sentado que le entienden, da por sentado que están de acuerdo, da por sentado que harán lo que les sugiere, da por sentado que cumplió con los requisitos de la comunicación, pero quizás no ha logrado ninguna de esas cosas. Solo se ha imaginado que dio en el clavo.

Si el público se retira diciendo: "¡¡Qué buen discurso!! ¡¡Voy a poner en práctica lo que el orador ha sugerido!!", muy probablemente se debió a que, aunque no hubo un diálogo audible, se trató de una conferencia magistral y movió a acción.

Solo las conferencias magistrales alcanzan ese nivel porque los docentes y oradores experimentados encienden y fomentan desde la introducción un diálogo mental con sus oyentes, con un intercambio fascinante de pensamientos rico en información nutriente. Un orador magistral no se inmuta ante la interrupción o pregunta difícil de algún oyente bienintencionado que desea saber más. Si tiene la respuesta y puede dársela en ese momento, se la da en tiempo real. Si no puede dársela en ese momento, de seguro le indicará en qué momento de la conferencia se la dará, ya sea cuando termine de considerar el punto principal o al final de la conferencia; o tal vez le dé pistas para que busque la respuesta en la biblioteca o en Internet. Y si no la tiene, será franco y le prometerá buscarla y quizás enviársela por correo.

Siendo que la conferencia procura un diálogo con los oyentes, usualmente contiene más elementos de motivación que un discurso, que suele ser más bien frío y directo sin esperar una respuesta o reacción del oyente. Viéndolo desde este punto de vista, también podríamos decir que en cierto sentido el discurso va dirigido con lógica principalmente a la mente, mientras que la conferencia va dirigida con ilustraciones y preguntas principalmente al corazón, el centro de los motivos. Generalmente, un discurso hace un llamado al razonamiento, mientras que la conferencia, al corazón.

Bla, bla, bla, bla

El palabrero es un discurstante que rellena prácticamente todos los espacios con palabras. Rara vez hace pausas de reflexión. Sus presentaciones están saturadas de explicaciones y argumentos convincentes, pero carecen casi por completo del calor de amistad y tono conversacional típicos de un diálogo. Hablan al auditorio en vez de con el auditorio. Su actitud suele dar la impresión de satisfacer una necesidad personal de hablar, no de compartir o intercambiar. Es un mensaje unidireccional ("yo hablo, tú escuchas"), no una conferencia.

Ahora bien, es cierto que no es posible conversar con mil personas, pero a menos que realmente se trate de un anuncio que el orador esté obligado a comunicar unidireccionalmente, porque, en tal caso, el auditorio debe limitarse a escuchar instrucciones procedentes del organizador o de una entidad o autoridad superior, la empatía le exigiría usar un tono conversacional, dar lugar al sentimiento de intercambio.

Dicho de otro modo, por lo general, los discursantes suelen caer en el prurito de la verborrea, mientras que los conferenciantes tienden a ser conversadores. Eso significa que los discursantes no suelen cultivar las pausas de un modo racional, mientras que, por lo contrario, los conferenciantes hábiles acostumbran insertar una extraordinaria variedad de pausas.


Nada de esto significa que la conferencia sea superior al discurso, o viceversa. Cada uno tiene su propio estilo y forma de llegar a la mente y corazón del oyente. En ocasiones, conviene presentar la información como un discurso, y otras, como una conferencia. Por eso, si las circunstancias lo permiten, se logran excelentes resultados combinando los estilos del discurso y la conferencia dentro de una misma presentación.

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Para una consideración de reacciones ante preguntas capciosas, manejo de la entrevista, improvisación, uso del micrófono y otros puntos interesantes, te animo a leer el manual "Sugerencias Para Aprender a Exponer en Público".

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