En
realidad, se trata de una circunstancia que se repite permanentemente
en la vida de cualquier persona que abriga un sueño. Mientras se
esfuerza al máximo por hacer lo que cree que debe hacer, surgen
detractores que le envían vibraciones negativas desde la orilla
opuesta. Mientras estos imaginan toda suerte de tropiezos y fracasos,
ella solo visualiza un trabajo emocionante, cargado de descubrimientos
extraordinarios, y mientras dice "¡Sí!" al reto, derivando
placer del esfuerzo, ellos responden "¡No!" y combaten su idea
con todas las armas que tienen a su alcance, derivando dolor hasta de
pensarlo.
No
me malinterpretes. No me refiero a que debemos decir que "sí" a
todo, o que nunca hay que decir que "no" a nada. Me refiero a la
dicotomía más horrible que conozco: Cuando unos quieren
superarse, otros les ponen pies de plomo, la eterna pugna entre "ser o
no ser", "hacer o no hacer", "cumplir o no cumplir", "triunfar o no
triunfar", "seguir o claudicar", "avanzar o retirarse", "ser original o
seguir a la muchedumbre", "ser diferente o ser igual", "seguir tras el
conocimiento y la verdad, o tras la tradición y el mito",
"sufrir por hacer lo correcto, o disfrutar por hacer lo incorrecto".
¿Qué
distingue a los seres humanos entre sí de modo que unos abriguen
sueños impresionantemente audaces y no teman emprender una obra
colosal, y otros no sueñen con nada y ni siquiera estén
dispuestos a cooperar con algún proyecto interesante?
¿Por qué se menosprecia a quienes parecen mediocres, y no
obstante no lo son, mientras que se aprecia a quienes parecen
brillantes, y no lo son? ¿Qué distingue a los que sienten
el placer de hablar en público y de salir a comunicarse con los
demás de los que se excusan porque se aterran de solo pensarlo?
Bueno,
así como sucedió con Colón, les ocurre a quienes
deseen alcanzar un objetivo noble en la vida. Habrá quienes los
apoyen y quienes los menosprecien, quienes los estimulen y quienes les
bajen la moral, quienes fortalezcan su resolución de tener
éxito en lo que se proponen y los que debiliten su fibra
interior. Es el destino de los soñadores prácticos. Deben
lidiar diariamente con el desaliento, con la burla, con el prejuicio,
con la crítica, con el temor al qué dirán, con el
temor al ridículo y el temor al fracaso.
Lógicamente,
si la meta no es encomiable ni será de beneficio
práctico, o si de hecho pondrá en peligro la vida de
alguien solamente por disfrutar de un momento de placer, tal vez
sería mejor reconsiderarlo con profundidad y escuchar el consejo
de quienes tienen experiencia en la vida. No estamos escribiendo esto
para hacer apología de la aventura por la aventura en sí
misma, porque ninguna meta parece encomiable si pone la vida de uno en
peligro de muerte nada más que por divertir a los espectadores,
como escuchar uno una alerta de tsunami y meterse al mar solo para
correr la ola más grande. No estamos hablando de esa clase de
desafío.
Si quieres subir, prepárate
para las alturas
Si
quieres viajar en tu automóvil a través de las
montañas, sería una buena idea visitar a un
mecánico experimentado y contarle lo que piensas hacer. Por
ejemplo, seguramente te preguntará, entre otras cosas,
cuán alto piensas llegar y si piensas pasar por caminos
empedrados, a fin de sugerirte hacerle algunos ajustes al motor,
además de instalar un protector de metal bajo el chasis.
Y
hay otras consideraciones. Por ejemplo, el mecánico tal vez no
te pregunte si tienes experiencia viajando largas distancias, porque su
campo es la mecánica. Sin embargo, a tu familia sí le
interesará, porque pondrás a prueba su amor por ti. Otros
tal vez hayan hecho el viaje antes que tú y te recomienden
cierto tipo de abrigo especial, o que no comas ciertos alimentos a
partir de cierta la altura. Querrás prestar atención a
todos, porque quieres tener éxito. No quisieras que se te
pinchen todos los neumáticos por no haber tomado la debida
precaución, o quedarte varado porque te faltó una pieza
del motor que usualmente se malogra en esa clase de viajes,
¿verdad?
Algo
similar sucede en la vida. Tal vez te preparaste muchos años en
la escuela y en la universidad con la finalidad de conseguir un buen
trabajo, ganar suficiente dinero como para establecer un hogar, prever
para el futuro y disfrutar de la vida. Pero no tomaste en cuenta tu
oratoria. La relegaste a un segundo o tercer plano en tu escala de
valores pensando que no era tan importante. Y es cierto. La oratoria no
parece tan importante
cuando estás ascendiendo por la cima del éxito ("en mis
planes no está el llegar a ser un gran orador"). Pero no
imaginaste que tan pronto como el éxito comenzara a
sonreírte, los demás querrían escucharte hablar.
¡Es una consecuencia lógica!
Hay
toda clase de puestos de trabajo, desde el más sencillo hasta el
más complicado, y cada uno tiene sus peculiaridades. El que
barre las calles necesita útiles de limpieza. Un piloto solo piensa en
pilotar su avión. Pero tanto el que barre las
calles como el piloto probablemente tendrán que hablar un día en la
boda de un pariente o amigo, cuando le pidan que diga unas palabras;
o ante la junta de padres de familia, cuando sus hijos vayan a la
escuela, o ante el gremio de trabajadores, cuando le pidan su
opinón profesional. Sí, normalmente, la vida exige
más de lo que uno se imagina.
Si
estudiaste y te preparaste para conseguir un buen trabajo y ganar
dinero suficiente como para asentarte en la comunidad, no debes evadir
el hecho de que tarde o temprano tendrás que hablar en
público, ya sea en tu compañía, ante los gerentes;
o en una despedida, ante tus compañeros de trabajo; o en el
club, ante tus amigos; o en una cena, ante tus parientes. Porque
entonces tendrás dos opciones: O enfrentas el hecho, te pones
las pilas y abres la boca, o renuncias al éxito y aceptas un
papel menos relevante. Tú decides. Algunos preferirían un
trabajo con un perfil más bajo, y nadie tendría derecho
de criticarlos, porque es una decisión muy personal. Pero en tu
caso, ¿es esa tu decisión? El hecho de que estés
leyendo esto demuestra que seguramente lo estás pensando
profundamente, ¿verdad?
Somos como aviones que despegan
Seguramente
has visto muchas veces el despegue de un avión. Primero se
separa lentamente de la zona de embarque, luego avanza cautelosamente
por la pista hasta la zona de despegue. El piloto recibe la
autorización, acelera y suelta el freno para que el motor vaya
hasta el límite, aumentando la velocidad mientras corre por la
pista. Ahora el piloto jala los controles para que las alas
opongan resistencia al aire, y la nave se remonta como un pájaro
hacia el cielo. Los pasajeros mantienen sus cinturones abrochados y
sienten los efectos de la ascensión, hasta que todo se
estabiliza. El resto es un placentero viaje.
Pero
¿qué ocurriría si al fondo hay una cadena
montañosa y el piloto no acelera el avión al
máximo y no lo levanta a tiempo hasta la altura que recomiendan
los manuales de vuelo? Algo similar ocurre cuando estudias y te
preparas durante mucho tiempo para conseguir un buen trabajo pero
después no quieres hablar en público. Permíteme
abrirte los ojos, así no es la vida. Esa no es la realidad.
Tal
como cualquier avión viene con todo el riesgo que significa
pilotarlo, cualquier carrera de éxito implica alguna medida de
liderazgo de tu parte, y eso significa hablar y exponer
muchísimas veces ante toda clase de auditorios. Y tal como una
compañía de aviación no invertiría en un
jumbo 747 para guardarlo en un hangar, tampoco alguien
perseguiría un título de grado o licenciatura para
terminar evadiendo la responsabilidad de exponer en público.
Llénate de conocimiento
Entonces,
¿qué decidirás? ¿Aceptarás el reto,
te pondrás las pilas y te llenarás del conocimiento de
oratoria que necesitas para comenzar a hablar con eficacia, es decir,
jalar el timón con fuerza y levantar tu avión justo a
tiempo? ¿O lo estrellarás contra las montañas?
¿O tal vez prefieras guardarlo en el hangar? No quiero sonar
duro, pero debes decidir.
Si
pensaras en guardarlo en el hangar, debo decirte que esa opción
no está disponible, si el caso es que ya estudiaste, ya te
preparaste y ya te graduaste. La opción de guardar el
avión en el hangar solo está disponible a los que no han
estudiado ni tienen una especialidad. Si ya te graduaste, ya
estás trabajando y ya están solicitándote que
realices exposiciones ante diferentes auditorios, en realidad es porque
actualmente tu avión ya está corriendo a toda velocidad
por la pista y solo te quedan dos opciones: Levantarlo y disfrutar del
viaje, o estrellarlo contra las montañas. Son tus únicas
opciones por ahora.
Algunos
prefieren reevaluar sus circunstancias personales y labrarse un perfil
más bajo. Y no es mala idea. No todos desean seguir ascendiendo
por un derrotero que les llevará a cada vez más
compromisos con la oratoria. Prefieren aceptar un trabajo que les
permita obtener lo que necesitan para vivir, pero sin la
responsabilidad de tener que hablar en público. Es su
decisión y debemos respetarla. Otros tal vez acepten el
desafío y se preparen para mejorar su habilidad en oratoria, por
ser esencial para continuar ascendiendo en su trabajo.
¿Qué piensas?
Bueno,
no te sugiero estrellar tu avión, no solo porque te ha costado
mucho llegar hasta donde estás, ni porque tus padres,
cónyuge o hijos esperan tu mejor desempeño para salir
adelante, ni tampoco por el qué dirán ni por todo el
dinero que pudieras ganar, sino porque nadie merece negarse el placer
maravilloso de transmitir sus dones a los demás, su experiencia
y conocimientos, sus proyectos y soluciones. Ponte en mi lugar.
¿Qué sientes de estar leyendo este artículo?
¿No piensas “caramba, qué interesante, no lo
había pensado, esto sí me está moviendo”?
Ahora ¿qué pensarías si yo nunca hubiera fundado
esta página web ni hubiera escrito este artículo por
creerme incapaz de utilizar un vocabulario aceptable o una
ortografía o gramática adecuada? No estarías
beneficiándote de esta información, ¿verdad?
Entonces,
¿qué me motiva a escribir? ¿Qué incentivo
persigo al esforzarme por persuadirte de que estrellar tu avión
tal vez no sería la mejor opción en tu caso?
¿Qué saco de todo esto? La respuesta es: Placer.
Sí, para mí es un placer escribirte estas cosas. Y aunque
es cierto que en algunos casos hay quienes se suscriben a “Las 4
Leyes”, al “Archivo de Oratorianet” u otro de mis
servicios web, nada se compara con la satisfacción de saber que
te ofrecí el estímulo que necesitabas justo cuando lo
necesitabas, me refiero a las explicándoles acerca de
cómo funcionan ciertos mecanismos de la oratoria, la
motivación, las relaciones humanas y las ventas.
¿Satisfacción o frustración?
La
pugna entre la satisfacción y la frustración ha sido a
muerte. Creo que nada podríamos sacar en conclusión si no
aceptáramos el hecho de que la satisfacción y la
frustración han sido los sentimientos más enfrentados de
toda la historia universal.
La
frustración aparece cuando menos la esperamos, cuando las cosas
no salen como deseábamos, así de simple. Pero aunque
suene descabellado, puede convertirse en una reacción
automática beneficiosa cuando somos lo suficientemente
inteligentes como para extraer de ella la energía que
necesitamos para emerger y triunfar. Si no la utilizamos sabiamente,
solo se propaga como un virus hasta hacer añicos nuestra
felicidad.
Por
ejemplo, aunque todos concordaríamos con que la mayoría
de la basura es asquerosa y emana olores nauseabundos e insoportables,
hay gobiernos y empresas privadas que han sabido estudiarla y
aprovecharla para producir energía, fertilizantes y muchas cosas
útiles. Igualmente, la frustración es como basura
emocional que podemos reciclar y convertir en kilovatios/hora o alguna
otra cosa útil para nuestro espíritu. Pero hay que
aprender el secreto para transformarla.
Con
la satisfacción ocurre exactamente lo contrario, aparece cuando
las cosas salen como pensábamos, así de simple. Pero
aunque suene descabellado, puede convertirse en una reacción
automática muy perjudicial cuando no somos lo suficientemente
inteligentes como para percatarnos de que nos está llevando al
fracaso y a la perdición. ¿Cómo? ¿La
satisfacción puede llevarnos al fracaso?
Bueno,
tal como sucede con la frustración cuando no la usamos
sabiamente, hay satisfacciones que pueden propagarse en nuestro
interior como un virus, procurando más y más adrenalina,
hasta hacer añicos nuestra vida. No es esa la clase de
satisfacción que debemos procurar. En realidad, a veces solo se
trata de lo que denomino "semillas de frustración", porque
eclosionan posteriormente en forma de frustración.
La
verdadera satisfacción es la que resulta de saber que uno
está haciendo lo que es correcto desde un punto de vista moral y
ético. Por ejemplo, si te viene una enfermedad, tal vez
desees consultar con un especialista, por ejemplo, un médico,
para pedirle su opinión. Pero ¿qué
ocurriría si el médico, basándose en su
opinión o en una supuesta ética personal, te obligara a
aceptar el tratamiento que a él le parece?
¿Conduciría eso a tu satisfacción, o
conduciría eso a la propia satisfacción del médico?
Si por permitirle imponerte un
tratamiento que a él le pareció
correcto desde
su punto de vista te sobreviniera alguna complicación que
pusiera en riesgo tu vida y salud, de modo que curarte de las nuevas
consecuencias te resultara muchísimo más caro, por
ejemplo, si además perdieras el trabajo y otros beneficios,
¿serías feliz? ¿Y sería feliz el
médico al enfrentar la demanda legal que le interpondrías
por haberse atribuido un derecho que en realidad no tenía, el de
imponerte un tratamiento cuestionable?
Cualquier
satisfacción temporal que produzca el hecho de salirse uno con
la suya, como cuando un delincuente arrebata las pertenencias de sus
víctimas, o cuando uno calumnia a alguien, es solo una semilla
de frustración, o una frustración disfrazada, porque sus
efectos son colaterales y retardados, pero reales. Por ejemplo, dicen
que la venganza es dulce (porque produce satisfacción), pero en
realidad es una semilla de frustración, porque a la larga
ocasiona nuevos problemas que conducen a más y más
frustración.
En
cambio, la satisfacción verdadera, la que se basa en una
moralidad ética universal, es la que realmente da buenos
resultados. En algunos casos, no se siente a corto plazo, pero
posteriormente produce una gran satisfacción. Por ejemplo, tal
vez tengamos que aceptar una intervención quirúrgica que
resulte en un prolongado sufrimiento post operatorio, pero estamos
dispuestos a pasar la prueba porque apostamos por una
satisfacción mayor a largo plazo. Es una satisfacción
disfrazada al revés porque aunque existe cierta
frustración inicial, reporta beneficios a largo plazo.
La
satisfacción y la frustración siempre pugnarán
entre sí como enemigas, y la una siempre procurará
desplazar a la otra. Pero nunca olvidemos que en su afán por
ganar, la frustración se viste de blanco y procura hipnotizarnos
con argumentos aparentemente válidos, con razonamiento falso,
para que tomemos un atajo hacia un despeñadero emocional.
Por
eso, tienes que aprender a distinguir desde lejos la verdadera
satisfacción, no la satisfacción pasajera y disfrazada
que solo aparenta ser placentera y que posteriormente resultará
ser lo que menos deseaste en la vida, sino la verdadera que aunque
implique algún dolor inicial, a la larga sea mucho más
productiva y motivadora.
¿Placer de hablar en público?
¿Es eso posible?
Efectivamente,
si has estudiado durante mucho tiempo y te has preparado con toda tu
alma por obtener un título o licenciatura, tal vez pudiera
parecerte conveniente evadir la responsabilidad de hablar en
público, renunciar a tu puesto de trabajo o huir al baño
con algún pretexto falso y luego sentir la tranquilidad y
satisfacción de haber evadido el problema, pero solo
habrás procurado una satisfacción disfrazada o falsa
satisfacción, porque tarde o temprano lo lamentarás y te
invadirá una frustración inconsolable.
Si
bien muchas personas consideran la oratoria como de importancia
relativa (hasta el día en que la necesitan con urgencia), no
todas piensan así. Hay quienes han aprendido los mecanismos de
la oratoria temprano en la vida y siempre han cultivado el placer de
hablar en público; han aprendido a respirar para no sentir que
les falta el aire, a producir ademanes eficaces, a pronunciar bien las
palabras, a pararse, caminar y sentarse frente al público, a
empezar y terminar el discurso motivadoramente, a dar una bienvenida, a
vestirse, a tomar ciertas precauciones, a usar el micrófono, a
hacer pausas apropiadas; han averiguado si conviene o no beber agua
frente al público, a usar o no apoyos visuales, hasta
dónde elevar la potencia de la voz, a ordenar sus ideas.
Una
persona bien preparada está destinada casi invariablemente a
cosechar una gran satisfacción, porque puede calcular el impacto
o efecto que tendrán sus discursos en el auditorio. Pero la
persona no preparada, que no sabe nada de oratoria, está
destinada naturalmente a sentir frustración, porque teme que su
discurso cause un mal impacto o efecto en sus oyentes.
Una
persona que tiene conocimientos de aviación se siente más
segura si viaja en una avioneta, en caso de que el piloto sufra un
desmayo, porque está en capacidad de reemplazarlo y aterrizar la
nave; pero la que no sabe nada de volar aviones ni de procedimientos de
aproximación seguramente entrará en pánico y
perderá mucho tiempo, aumentando sus probabilidades de morir
prematuramente. En todo asunto bajo los cielos, el que más sabe,
más opciones tiene para escoger y decidir.
Por
eso, acuérdate de Colón y mantén la mirada
adelante con entusiasmo. No hagas como la mayoría de sus
tripulantes que fijó la vista en el puerto, en el pasado, en el
fracaso y en el temor. Colón aceptó el desafío y
su nombre fue puesto en muchas calles, avenidas, plazas, monumentos, en
un país y hasta en un transbordador espacial.
Si
te has ganado una buena reputación, de modo que tus superiores
han confiado en ti porque han notado que estás a la altura del
desafío, ya se trate de una labor física, espiritual o
social, y que luego podrás usar como trampolín para
procurar actividades aún más interesantes y mejor
remuneradas, no los defraudes, no renuncies, no te rindas a menos que tengas algo mejor
bajo la manga. En
otras palabras, si tienes permiso de la torre para despegar, no es
tiempo de desacelerar y estrellarte contra la montaña.
¡¡Simplemente echa mano a las técnicas de oratoria,
colócate en posición, jala los controles y eleva tu
avión hacia éxito!! Verás que el resto será
solo una cadena de satisfacciones, porque habrás pagado la cuota
de tu noviciado aprendiendo el secreto para sentir el placer de hablar
en público en cualquier momento. Si otros lo han logrado,
¿por qué tú no? Tú también puedes
llegar a sentir el placer de tomar la palabra en cualquier momento.