El placer de tomar la palabra...
en cualquier momento
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Estudia, prepárate y persevera

Seguramente podemos imaginar el día memorable cuando Colón partió del Puerto de Palos, cómo su mirada estaría fija hacia el frente en símbolo del desbordante entusiasmo que corría por sus venas debido al viaje que tanto había deseado realizar. Y probablemente también imaginamos el contraste en la mayoría sus tripulantes cuya vista estaría fija en el puerto, deseando no haber partido nunca. Colón proponía un desafío que le reportaba placer, mientras que ellos solo podían resignarse con dolor por falta de alternativas. El rey los obligó.
En realidad, se trata de una circunstancia que se repite permanentemente en la vida de cualquier persona que abriga un sueño. Mientras se esfuerza al máximo por hacer lo que cree que debe hacer, surgen detractores que le envían vibraciones negativas desde la orilla opuesta. Mientras estos imaginan toda suerte de tropiezos y fracasos, ella solo visualiza un trabajo emocionante, cargado de descubrimientos extraordinarios, y mientras dice "¡Sí!" al reto, derivando placer del esfuerzo, ellos responden "¡No!" y combaten su idea con todas las armas que tienen a su alcance, derivando dolor hasta de pensarlo.

No me malinterpretes. No me refiero a que debemos decir que "sí" a todo, o que nunca hay que decir que "no" a nada. Me refiero a la dicotomía más horrible que conozco: Cuando unos quieren superarse, otros les ponen pies de plomo, la eterna pugna entre "ser o no ser", "hacer o no hacer", "cumplir o no cumplir", "triunfar o no triunfar", "seguir o claudicar", "avanzar o retirarse", "ser original o seguir a la muchedumbre", "ser diferente o ser igual", "seguir tras el conocimiento y la verdad, o tras la tradición y el mito", "sufrir por hacer lo correcto, o disfrutar por hacer lo incorrecto".

¿Qué distingue a los seres humanos entre sí de modo que unos abriguen sueños impresionantemente audaces y no teman emprender una obra colosal, y otros no sueñen con nada y ni siquiera estén dispuestos a cooperar con algún proyecto interesante? ¿Por qué se menosprecia a quienes parecen mediocres, y no obstante no lo son, mientras que se aprecia a quienes parecen brillantes, y no lo son? ¿Qué distingue a los que sienten el placer de hablar en público y de salir a comunicarse con los demás de los que se excusan porque se aterran de solo pensarlo?

Bueno, así como sucedió con Colón, les ocurre a quienes deseen alcanzar un objetivo noble en la vida. Habrá quienes los apoyen y quienes los menosprecien, quienes los estimulen y quienes les bajen la moral, quienes fortalezcan su resolución de tener éxito en lo que se proponen y los que debiliten su fibra interior. Es el destino de los soñadores prácticos. Deben lidiar diariamente con el desaliento, con la burla, con el prejuicio, con la crítica, con el temor al qué dirán, con el temor al ridículo y el temor al fracaso.

Lógicamente, si la meta no es encomiable ni será de beneficio práctico, o si de hecho pondrá en peligro la vida de alguien solamente por disfrutar de un momento de placer, tal vez sería mejor reconsiderarlo con profundidad y escuchar el consejo de quienes tienen experiencia en la vida. No estamos escribiendo esto para hacer apología de la aventura por la aventura en sí misma, porque ninguna meta parece encomiable si pone la vida de uno en peligro de muerte nada más que por divertir a los espectadores, como escuchar uno una alerta de tsunami y meterse al mar solo para correr la ola más grande. No estamos hablando de esa clase de desafío.

Si quieres subir, prepárate para las alturas

Si quieres viajar en tu automóvil a través de las montañas, sería una buena idea visitar a un mecánico experimentado y contarle lo que piensas hacer. Por ejemplo, seguramente te preguntará, entre otras cosas, cuán alto piensas llegar y si piensas pasar por caminos empedrados, a fin de sugerirte hacerle algunos ajustes al motor, además de instalar un protector de metal bajo el chasis.

Y hay otras consideraciones. Por ejemplo, el mecánico tal vez no te pregunte si tienes experiencia viajando largas distancias, porque su campo es la mecánica. Sin embargo, a tu familia sí le interesará, porque pondrás a prueba su amor por ti. Otros tal vez hayan hecho el viaje antes que tú y te recomienden cierto tipo de abrigo especial, o que no comas ciertos alimentos a partir de cierta la altura. Querrás prestar atención a todos, porque quieres tener éxito. No quisieras que se te pinchen todos los neumáticos por no haber tomado la debida precaución, o quedarte varado porque te faltó una pieza del motor que usualmente se malogra en esa clase de viajes, ¿verdad?

Algo similar sucede en la vida. Tal vez te preparaste muchos años en la escuela y en la universidad con la finalidad de conseguir un buen trabajo, ganar suficiente dinero como para establecer un hogar, prever para el futuro y disfrutar de la vida. Pero no tomaste en cuenta tu oratoria. La relegaste a un segundo o tercer plano en tu escala de valores pensando que no era tan importante. Y es cierto. La oratoria no parece tan importante cuando estás ascendiendo por la cima del éxito ("en mis planes no está el llegar a ser un gran orador"). Pero no imaginaste que tan pronto como el éxito comenzara a sonreírte, los demás querrían escucharte hablar. ¡Es una consecuencia lógica!

Hay toda clase de puestos de trabajo, desde el más sencillo hasta el más complicado, y cada uno tiene sus peculiaridades. El que barre las calles necesita útiles de limpieza. Un piloto solo piensa en pilotar su avión. Pero tanto el que barre las calles como el piloto probablemente tendrán que hablar un día en la boda de un pariente o amigo, cuando le pidan que diga unas palabras; o ante la junta de padres de familia, cuando sus hijos vayan a la escuela, o ante el gremio de trabajadores, cuando le pidan su opinón profesional. Sí, normalmente, la vida exige más de lo que uno se imagina.

Si estudiaste y te preparaste para conseguir un buen trabajo y ganar dinero suficiente como para asentarte en la comunidad, no debes evadir el hecho de que tarde o temprano tendrás que hablar en público, ya sea en tu compañía, ante los gerentes; o en una despedida, ante tus compañeros de trabajo; o en el club, ante tus amigos; o en una cena, ante tus parientes. Porque entonces tendrás dos opciones: O enfrentas el hecho, te pones las pilas y abres la boca, o renuncias al éxito y aceptas un papel menos relevante. Tú decides. Algunos preferirían un trabajo con un perfil más bajo, y nadie tendría derecho de criticarlos, porque es una decisión muy personal. Pero en tu caso, ¿es esa tu decisión? El hecho de que estés leyendo esto demuestra que seguramente lo estás pensando profundamente, ¿verdad?

Somos como aviones que despegan

Seguramente has visto muchas veces el despegue de un avión. Primero se separa lentamente de la zona de embarque, luego avanza cautelosamente por la pista hasta la zona de despegue. El piloto recibe la autorización, acelera y suelta el freno para que el motor vaya hasta el límite, aumentando la velocidad mientras corre por la pista.  Ahora el piloto jala los controles para que las alas opongan resistencia al aire, y la nave se remonta como un pájaro hacia el cielo. Los pasajeros mantienen sus cinturones abrochados y sienten los efectos de la ascensión, hasta que todo se estabiliza. El resto es un placentero viaje.

Pero ¿qué ocurriría si al fondo hay una cadena montañosa y el piloto no acelera el avión al máximo y no lo levanta a tiempo hasta la altura que recomiendan los manuales de vuelo? Algo similar ocurre cuando estudias y te preparas durante mucho tiempo para conseguir un buen trabajo pero después no quieres hablar en público. Permíteme abrirte los ojos, así no es la vida. Esa no es la realidad.

Tal como cualquier avión viene con todo el riesgo que significa pilotarlo, cualquier carrera de éxito implica alguna medida de liderazgo de tu parte, y eso significa hablar y exponer muchísimas veces ante toda clase de auditorios. Y tal como una compañía de aviación no invertiría en un jumbo 747 para guardarlo en un hangar, tampoco alguien perseguiría un título de grado o licenciatura para terminar evadiendo la responsabilidad de exponer en público.

Llénate de conocimiento

Entonces, ¿qué decidirás? ¿Aceptarás el reto, te pondrás las pilas y te llenarás del conocimiento de oratoria que necesitas para comenzar a hablar con eficacia, es decir, jalar el timón con fuerza y levantar tu avión justo a tiempo? ¿O lo estrellarás contra las montañas? ¿O tal vez prefieras guardarlo en el hangar? No quiero sonar duro, pero debes decidir.

Si pensaras en guardarlo en el hangar, debo decirte que esa opción no está disponible, si el caso es que ya estudiaste, ya te preparaste y ya te graduaste. La opción de guardar el avión en el hangar solo está disponible a los que no han estudiado ni tienen una especialidad. Si ya te graduaste, ya estás trabajando y ya están solicitándote que realices exposiciones ante diferentes auditorios, en realidad es porque actualmente tu avión ya está corriendo a toda velocidad por la pista y solo te quedan dos opciones: Levantarlo y disfrutar del viaje, o estrellarlo contra las montañas. Son tus únicas opciones por ahora.

Algunos prefieren reevaluar sus circunstancias personales y labrarse un perfil más bajo. Y no es mala idea. No todos desean seguir ascendiendo por un derrotero que les llevará a cada vez más compromisos con la oratoria. Prefieren aceptar un trabajo que les permita obtener lo que necesitan para vivir, pero sin la responsabilidad de tener que hablar en público. Es su decisión y debemos respetarla. Otros tal vez acepten el desafío y se preparen para mejorar su habilidad en oratoria, por ser esencial para continuar ascendiendo en su trabajo.

¿Qué piensas?

Bueno, no te sugiero estrellar tu avión, no solo porque te ha costado mucho llegar hasta donde estás, ni porque tus padres, cónyuge o hijos esperan tu mejor desempeño para salir adelante, ni tampoco por el qué dirán ni por todo el dinero que pudieras ganar, sino porque nadie merece negarse el placer maravilloso de transmitir sus dones a los demás, su experiencia y conocimientos, sus proyectos y soluciones. Ponte en mi lugar. ¿Qué sientes de estar leyendo este artículo? ¿No piensas “caramba, qué interesante, no lo había pensado, esto sí me está moviendo”? Ahora ¿qué pensarías si yo nunca hubiera fundado esta página web ni hubiera escrito este artículo por creerme incapaz de utilizar un vocabulario aceptable o una ortografía o gramática adecuada? No estarías beneficiándote de esta información, ¿verdad?

Entonces, ¿qué me motiva a escribir? ¿Qué incentivo persigo al esforzarme por persuadirte de que estrellar tu avión tal vez no sería la mejor opción en tu caso? ¿Qué saco de todo esto? La respuesta es: Placer. Sí, para mí es un placer escribirte estas cosas. Y aunque es cierto que en algunos casos hay quienes se suscriben a “Las 4 Leyes”, al “Archivo de Oratorianet” u otro de mis servicios web, nada se compara con la satisfacción de saber que te ofrecí el estímulo que necesitabas justo cuando lo necesitabas, me refiero a las explicándoles acerca de cómo funcionan ciertos mecanismos de la oratoria, la motivación, las relaciones humanas y las ventas.

¿Satisfacción o frustración?

La pugna entre la satisfacción y la frustración ha sido a muerte. Creo que nada podríamos sacar en conclusión si no aceptáramos el hecho de que la satisfacción y la frustración han sido los sentimientos más enfrentados de toda la historia universal.

La frustración aparece cuando menos la esperamos, cuando las cosas no salen como deseábamos, así de simple. Pero aunque suene descabellado, puede convertirse en una reacción automática beneficiosa cuando somos lo suficientemente inteligentes como para extraer de ella la energía que necesitamos para emerger y triunfar. Si no la utilizamos sabiamente, solo se propaga como un virus hasta hacer añicos nuestra felicidad.

Por ejemplo, aunque todos concordaríamos con que la mayoría de la basura es asquerosa y emana olores nauseabundos e insoportables, hay gobiernos y empresas privadas que han sabido estudiarla y aprovecharla para producir energía, fertilizantes y muchas cosas útiles. Igualmente, la frustración es como basura emocional que podemos reciclar y convertir en kilovatios/hora o alguna otra cosa útil para nuestro espíritu. Pero hay que aprender el secreto para transformarla.

Con la satisfacción ocurre exactamente lo contrario, aparece cuando las cosas salen como pensábamos, así de simple. Pero aunque suene descabellado, puede convertirse en una reacción automática muy perjudicial cuando no somos lo suficientemente inteligentes como para percatarnos de que nos está llevando al fracaso y a la perdición. ¿Cómo? ¿La satisfacción puede llevarnos al fracaso?

Bueno, tal como sucede con la frustración cuando no la usamos sabiamente, hay satisfacciones que pueden propagarse en nuestro interior como un virus, procurando más y más adrenalina, hasta hacer añicos nuestra vida. No es esa la clase de satisfacción que debemos procurar. En realidad, a veces solo se trata de lo que denomino "semillas de frustración", porque eclosionan posteriormente en forma de frustración.

La verdadera satisfacción es la que resulta de saber que uno está haciendo lo que es correcto desde un punto de vista moral y ético. Por ejemplo, si te viene una enfermedad, tal vez desees consultar con un especialista, por ejemplo, un médico, para pedirle su opinión. Pero ¿qué ocurriría si el médico, basándose en su opinión o en una supuesta ética personal, te obligara a aceptar el tratamiento que a él le parece? ¿Conduciría eso a tu satisfacción, o conduciría eso a la propia satisfacción del médico?

Si por permitirle imponerte un tratamiento que a él le pareció correcto desde su punto de vista te sobreviniera alguna complicación que pusiera en riesgo tu vida y salud, de modo que curarte de las nuevas consecuencias te resultara muchísimo más caro, por ejemplo, si además perdieras el trabajo y otros beneficios, ¿serías feliz? ¿Y sería feliz el médico al enfrentar la demanda legal que le interpondrías por haberse atribuido un derecho que en realidad no tenía, el de imponerte un tratamiento cuestionable?

Cualquier satisfacción temporal que produzca el hecho de salirse uno con la suya, como cuando un delincuente arrebata las pertenencias de sus víctimas, o cuando uno calumnia a alguien, es solo una semilla de frustración, o una frustración disfrazada, porque sus efectos son colaterales y retardados, pero reales. Por ejemplo, dicen que la venganza es dulce (porque produce satisfacción), pero en realidad es una semilla de frustración, porque a la larga ocasiona nuevos problemas que conducen a más y más frustración.

En cambio, la satisfacción verdadera, la que se basa en una moralidad ética universal, es la que realmente da buenos resultados. En algunos casos, no se siente a corto plazo, pero posteriormente produce una gran satisfacción. Por ejemplo, tal vez tengamos que aceptar una intervención quirúrgica que resulte en un prolongado sufrimiento post operatorio, pero estamos dispuestos a pasar la prueba porque apostamos por una satisfacción mayor a largo plazo. Es una satisfacción disfrazada al revés porque aunque existe cierta frustración inicial, reporta beneficios a largo plazo.

La satisfacción y la frustración siempre pugnarán entre sí como enemigas, y la una siempre procurará desplazar a la otra. Pero nunca olvidemos que en su afán por ganar, la frustración se viste de blanco y procura hipnotizarnos con argumentos aparentemente válidos, con razonamiento falso, para que tomemos un atajo hacia un despeñadero emocional.

Por eso, tienes que aprender a distinguir desde lejos la verdadera satisfacción, no la satisfacción pasajera y disfrazada que solo aparenta ser placentera y que posteriormente resultará ser lo que menos deseaste en la vida, sino la verdadera que aunque implique algún dolor inicial, a la larga sea mucho más productiva y motivadora.

¿Placer de hablar en público? ¿Es eso posible?

Efectivamente, si has estudiado durante mucho tiempo y te has preparado con toda tu alma por obtener un título o licenciatura, tal vez pudiera parecerte conveniente evadir la responsabilidad de hablar en público, renunciar a tu puesto de trabajo o huir al baño con algún pretexto falso y luego sentir la tranquilidad y satisfacción de haber evadido el problema, pero solo habrás procurado una satisfacción disfrazada o falsa satisfacción, porque tarde o temprano lo lamentarás y te invadirá una frustración inconsolable.

Si bien muchas personas consideran la oratoria como de importancia relativa (hasta el día en que la necesitan con urgencia), no todas piensan así. Hay quienes han aprendido los mecanismos de la oratoria temprano en la vida y siempre han cultivado el placer de hablar en público; han aprendido a respirar para no sentir que les falta el aire, a producir ademanes eficaces, a pronunciar bien las palabras, a pararse, caminar y sentarse frente al público, a empezar y terminar el discurso motivadoramente, a dar una bienvenida, a vestirse, a tomar ciertas precauciones, a usar el micrófono, a hacer pausas apropiadas; han averiguado si conviene o no beber agua frente al público, a usar o no apoyos visuales, hasta dónde elevar la potencia de la voz, a ordenar sus ideas.

Una persona bien preparada está destinada casi invariablemente a cosechar una gran satisfacción, porque puede calcular el impacto o efecto que tendrán sus discursos en el auditorio. Pero la persona no preparada, que no sabe nada de oratoria, está destinada naturalmente a sentir frustración, porque teme que su discurso cause un mal impacto o efecto en sus oyentes.

Una persona que tiene conocimientos de aviación se siente más segura si viaja en una avioneta, en caso de que el piloto sufra un desmayo, porque está en capacidad de reemplazarlo y aterrizar la nave; pero la que no sabe nada de volar aviones ni de procedimientos de aproximación seguramente entrará en pánico y perderá mucho tiempo, aumentando sus probabilidades de morir prematuramente. En todo asunto bajo los cielos, el que más sabe, más opciones tiene para escoger y decidir.

Por eso, acuérdate de Colón y mantén la mirada adelante con entusiasmo. No hagas como la mayoría de sus tripulantes que fijó la vista en el puerto, en el pasado, en el fracaso y en el temor. Colón aceptó el desafío y su nombre fue puesto en muchas calles, avenidas, plazas, monumentos, en un país y hasta en un transbordador espacial.

Si te has ganado una buena reputación, de modo que tus superiores han confiado en ti porque han notado que estás a la altura del desafío, ya se trate de una labor física, espiritual o social, y que luego podrás usar como trampolín para procurar actividades aún más interesantes y mejor remuneradas, no los defraudes, no renuncies, no te rindas a menos que tengas algo mejor bajo la manga. En otras palabras, si tienes permiso de la torre para despegar, no es tiempo de desacelerar y estrellarte contra la montaña. ¡¡Simplemente echa mano a las técnicas de oratoria, colócate en posición, jala los controles y eleva tu avión hacia éxito!! Verás que el resto será solo una cadena de satisfacciones, porque habrás pagado la cuota de tu noviciado aprendiendo el secreto para sentir el placer de hablar en público en cualquier momento. Si otros lo han logrado, ¿por qué tú no? Tú también puedes llegar a sentir el placer de tomar la palabra en cualquier momento.

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