¿Cómo reaccionar ante una falsedad?
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Dicen que algunas verdades duelen, y es cierto. Como una inyección de aceite. Pero también liberan, porque las personas se sienten aliviadas cuando las dicen, aceptan o reconocen, porque entonces no queda nada que defender ni nada que perder, porque o todo está perdido o se puede comenzar una nueva vida, una vida sin mentiras ni medias verdades. Por un lado, pudiera ser doloroso confrontar a alguien con la realidad, y por otro, aceptarla, sobre todo cuando un engaño ha sido por mucho tiempo la base o el apoyo para lo que fue una forma de vida, una relación, un procedimiento técnico, una tradición o norma.
Lógicamente, ya sea que la persona tenga que hablar con sinceridad o verse ante la única opción de aceptar un testimonio irrefutable, la experiencia seguramente le causará algún dolor, pero finalmente, el que se haya hecho justicia le permitirá desahogarse. Finalmente, cada cosa quedará en su lugar: El lugar en el que siempre debió estar.

¿Cómo enfrentar la situación?

Alguien una vez dijo que la presentación de pruebas, evidencias o argumentos irrefutables es semejante a lanzar una pelota. Uno puede lanzarla de modo que la otra persona la tome en sus manos, o arrojársela con tanta fuerza que le cause daño. No es tan simple como decir: “Yo solo digo lo que sé”. Ambos, el que lanza la pelota y el que la recibe, sufren las consecuencias.

Ser uno franco no tiene nada que ver con ser brutalmente insensible, tal como una tormenta puede regar generosamente las montañas y hacerlas producir, o destruir cosechas y animales si se precipita como una lluvia de granizo. El agua puede refrescarnos si la bebemos o nos duchamos, o causarnos mucho daño si alguien nos la arroja como un solo bloque de hielo.

Ahora bien, lo interesante de este asunto es que la forma como nos comunican una verdad no es siempre lo que determina cuán duramente nos caerá, sino nuestra manera de recibirla. Aunque alguien nos dé la peor de las noticias, nos dolerá menos si estamos mental y emocionalmente preparados para recibirla, es decir, si nuestra personalidad ha aprendido a ser realista y a encarar siempre la realidad con una actitud adecuada.

Por ilustrarlo, si uno cree que la muerte pone fin a todo, sufrirá más ante el fallecimiento de un ser querido que si cree en la criobiología y en que existe una esperanza de que la ciencia encuentre una cura en el futuro. Cualquier idea que estimule la probabilidad de volver a ver a la persona debilita el dolor de recibir la noticia de su muerte.

Por eso, para lograr el mayor bien, es siempre mejor decir las cosas de una manera que sea al mismo tiempo clara y contundente, pero considerando el dolor que pudiera causar al que las escucha. Por ejemplo, una forma de suavizar el sufrimiento es comunicando, al mismo tiempo, una buena noticia, es decir, exponiendo el lado positivo.

¿Cómo reaccionar ante la realidad?

Como hemos visto, aunque pudiéramos decir algo de una manera torpe y causar daño, como con los golpes de un bloque de hielo, la mayoría de veces, no se trata de la manera como lo decimos, sino la manera como lo escuchamos o recibimos. En otras palabras, podemos decirlo de una forma tan refrescante como el agua, pero el receptor endurecerla como hielo mediante una actitud renuente o rebelde y causarse dolor a sí mismo.

Por ejemplo, si uno cae al agua desde un bote y comienza a dar de manotazos desesperadamente, aumentan sus probabilidades de ahogarse porque la ansiedad consume su energía. Sus gritos expulsan rápidamente de sus pulmones el aire que necesitan para funcionar como flotadores; y siente su cuerpo muy pesado, imaginando toda suerte de desgracias. En cambio, si mantiene la calma, sus pulmones mantienen un buen suministro de aire y funcionan como flotadores. Su mente responde ante el problema de una manera creativa.

Algo similar ocurre cuando alguien nos dice algo que nunca esperábamos escuchar, o algo que nos suena completamente fuera de lugar… aunque sea cierto. Sencillamente reaccionamos como alguien que cae al agua y no sabe nadar. Nuestra primera reacción quizás sea comenzar a argüir o rebatir todo lo que se nos dice, sin tener en cuenta que estamos frente a la verdad.

Por ejemplo, si te han dicho que solo hay una oportunidad en la vida, te engañaron, porque hay muchas oportunidades en todas partes, todos los días. Nadie negará que para ciertas cosas, existe una sola oportunidad, pero no es que no las haya en otros lugares. Sin embargo, si te dijeron que siempre hay una oportunidad, te engañaron, porque cuando mueres se te acaban las oportunidades. Personalmente, ya no puedes hacer nada al respecto. Entonces ¿qué hacer? ¿Cómo ver la realidad y aceptarla, aunque duela?

Lo mejor es proceder como los oftalmólogos después de operar de los ojos a alguien. Le ponen unos parches gruesos por un tiempo; después, unos parches más livianos, para dejar pasar la luz en forma de penumbra; posteriormente, les piden que permanezcan en una habitación relativamente oscura y, finalmente, recomiendan lentes oscuros hasta que los ojos terminen adaptándose a la luz del mediodía.

Pero ¿qué hacer si después de que los ojos se han puesto perfectamente bien el paciente continúa recluyéndose en la oscuridad porque teme el contacto estrecho con la luz? Tal vez ya no es cuestión de que lo trate un oftalmólogo, sino un psicólogo o psiquiatra, porque probablemente ya no se trate de un problema visual, sino de su actitud o personalidad.

Algo similar ocurre cuando enfrentamos a alguien con la realidad. Si al receptor no le resulta soportable a pesar de todas las precauciones que hemos tenido en cuenta, tal vez se deba más a un problema de actitud de su parte que de la manera como se la presentemos. Recuerda el dicho: "No hay peor ciego que el que no quiere ver", o este otro: "Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande es esa oscuridad!".

La clave es: Gradualmente

Reconociendo las limitaciones de ciertas personas para encararse a la realidad, es conveniente hacer lo mismo que haríamos con una fuente de luz respecto de sus ojos: Exponerla por un tiempo a una verdad comparativamente más sencilla, agradable al intelecto; después darle información un poco más intensa, y por último, la verdad plenamente develada.

Por ejemplo, cuando alguien de la familia fallece, y la abuela está mal del corazón, nadie le dice: “Tu hijo Carlos ha muerto”, ¿verdad? Primero todos discuten las probabilidades y formas de decírselo, teniendo en cuenta las consecuencias, especialmente si alguna vez ella dijo: “Si uno de ustedes muere, no quisiera enterarme”. Pero el problema sería más delicado si ella tuviera que enterarse, ya sea por que afecta el testamento o el negocio familiar; o menos complicado si ella fuese una persona que siempre vivió y aceptó la realidad, o si dijo: "Si uno de ustedes muere, no quisiera que me ocultaran la verdad, por dolorosa que sea". Cierto especialista recomendó: "Deje que la propia persona asuma la responsabilidad de decírsele o no la verdad".

Cuando todo sale a flote

Lamentablemente, aunque se utilicen las formas más delicadas y cautelosas para decirlo, y uno se tome todo el tiempo del mundo para posponerlo, la realidad saldrá a flote de todas maneras, bien como un corcho que se mantuvo escondido bajo el agua, o bien como un reflector apuntado directamente a los ojos.

Por ejemplo, el agua puede resultar refrescante al que la recibe, pero si se la arrojamos como un bloque de hielo, le va a causar un gran daño. Igual ocurre con la realidad. Cada quien recoge lo que le corresponde: O el alivio de enfrentarla o la tortura de no querer reconocerla; la persona dormirá tranquila por la noche o la pasará en vela; estará más preparada para empezar de nuevo, o vivirá rumiando rencorosamente el pasado, sin energía para empezar de nuevo o sostener su castillo de naipes. A pesar de que no esté dispuesta a reconocerlo, tarde o temprano el viento se llevará todo para siempre y lo almacenará en el baúl de los recuerdos.

Y no solo estamos hablando de seres queridos que viajan o fallecen, sino de lo mucho que nos cuesta adaptarnos a cualquier realidad, cuando nos enteramos de que ciertas cosas que considerábamos reales nunca lo fueron, o que les asignábamos un valor diferente del que realmente tenían (“¿Mi madre no es mi madre?”, “¿Mi padre no es mi padre?”, “¿Mi hijo no es mi hijo?”, “¿No soy tu hijo?”, "¿Soy adoptado?", “¿Yo no soy su verdadero padre?”, “¿Nunca me amaste?”, "¿Solo querías mi dinero?", "¿Eras sonámbulo?", "¿Estuviste en la cárcel?").

Uno de los episodios más hermosos que he visto en mi vida es uno televisado en la famosa novela "Anne, de Green Gables", la exigente madre adoptiva de Anne, Marila, le exigió decir la verdad cuando se enteró de que uno de sus valiosos prendedores había desaparecido. Cuando Anne respondió "no sé", la madre la amenazó con dureza: "Ve a tu cuarto, y no saldrás de allí hasta que me digas la verdad, o no irás al baile del pueblo el fin de semana". Al rato, Anne regresó con una actitud humilde y le suplicó en tono cariñoso: "Marila, le pido perdón. Tomé el prendedor porque me gustó mucho, y lo llevé a la casa de una amiga, para mostrárselo, pero en el camino se me resbaló de entre las manos y rodó por la alcantarilla". Entonces, la frustrada madre adoptiva sentenció: "Te perdono por esta vez, pero no irás a la fiesta. Y la próxima semana volverás al orfanato. No quiero albergar en mi casa a una ladrona". Ante aquello, Anne corrió a su habitación y lloró desconsoladamente.

Poco después, Marila se puso un chal para salir a la calle, y su hermano mayor llamó su atención a la joya. ¡Estaba prendida sobre él! Al instante Marila recordó que ella misma lo había prendido allí, y se le hundió el corazón de lástima por la dureza con que había tratado a Anne. Entonces, subió de prisa a su habitación, le mostró el prendedor y le dijo: "Anne, ¿por qué me mentiste?", a lo que la niñita respondió: "Porque usted no quiso creer la verdad cuando se la dije y me dijo que no iría a la fiesta si no decía la verdad. Por eso mentí, para que me perdonara y me permitiera ir a la fiesta".

¿Es esa la clase de relación que preferirías cultivar con las personas que te rodean, solo para mantener un carácter o capricho o seguir defendiendo la ridicula idea de que nunca te equivocas? ¿O preferirías que alguien cobrara el valor suficiente y se atreviera a decirte la verdad a pesar de lo dolorosa, cruda o simple que pudiera ser?

Cierta mujer se negó durante mucho tiempo a tener relaciones sexuales con su esposo. Un día ella se fue de viaje por mucho tiempo, dejando a cargo de su casa a una joven de trato muy agradable. Cuando ella regresó, se enteró de que su esposo y la joven habían tenido relaciones. ¿Podría ella decir "yo no tuve la culpa"? Eso no sería aceptar la realidad.

Conozco una persona tan orgullosa, terca y ególatra que cree que todo lo sabe, que es experta en todo y que nadie puede engañarla. Por eso, cuando la engañan, es incapaz de aceptarlo. Sus amigos se miran unos a otros y sonríen al ver su desconcierto.

La verdad es para valientes

Ante una mentira, siempre es mejor reaccionar con firmeza, rechazándola rotundamente; pero ante las evidencias siempre es mejor adoptar una actitud positiva y agradecida. Positiva porque suaviza el impacto emocional y te predispone para obrar con mayor efectividad en el futuro; y agradecida por la valentía de que tuvo que hacer acopio la otra persona para asumir la responsabilidad de confrontarte con la realidad, temiendo que sufrieras peores consecuencias.

Cierta mañana, un amigo pasó varias horas con un compañero de trabajo visitando a personas con las que conversaron acerca de varios asuntos. Pero poco antes de despedirse, su amigo le dijo: "Disculpa, parece que tienes un poquito de pasta de dientes en una mejilla". Tomó un pañuelo y se limpió. Al irse, pensaba: "¿Y por qué no me lo dijo antes? ¡He estado toda la mañana hablando con todas esas personas y no me dijo nada! ¡Qué vergüenza! ¡Me hubiera gustado que me lo dijera antes!". ¿Verdad que hubiera sido mejor que le señalaran el defecto antes de salir? Veamos otro caso.

Cierto periodista de un canal de televisión abordó a uno de los manifestantes de una enorme muchedumbre que se quejaba a gritos en contra el TLC (Tratado de Libre Comercio) frente a una embajada, y le preguntó: "Señor, ¿está usted en contra del TLC?". El hombre contestó muy ofuscado: "¡¡Sí, señorita!! ¡¡Estamos rotundamente, profundamente opuestos al TLC!!". Entonces, la periodista le preguntó: "¿Qué es el TLC?". El hombre hizo una mueca, como si hubiera caído sentado sobre un cactus, y respondió: "¡Ay, me agarró! Para ser franco, no sé". ¿Cómo pudo estar 'rotundamente, profundamente opuesto' a algo que no entendía? La respuesta es: Presión social, es decir, por quedar bien con el grupo u obtener la aprobación de los amigos, entre los cuales seguramente había otros que tampoco entendían mucho acerca del TLC. No son pocos los que adoptan y cultivan grandes convicciones sobre bases endebles.

Cuando alguien dice: "Soy un convencido de..." o "Estoy profundamente convencido de...", ten mucho cuidado. Lo importante no es si él está convencido o no, sino si la base para su convicción es real. Porque las personas convencidas son muchas, pero pocas tienen un conocimiento sólido que las respalde. Cierta señora decía estar convencida de que su vecino había violado a su hija adolescente. Tanto revuelo hizo que lo metieron preso y salió en la primera plana de todos los periódicos. Pero cuando apresaron al verdadero violador, nadie se ocupó en reivindicarlo. ¿Estaba convencida? ¡Sí, pero de una mentira, de una emoción más enfocada, de un prejuicio, de un razonamiento falso, de una base endeble, de una equivocación, de un resentimiento, de una frustración, no de una verdad!

Un orador comienza a vociferar ciertas verdades impactantes, los ojos se le saltan de la emoción, sus ademanes golpean el aire con una energía electrizante, sus posturas dinámicas parecen las de un rinoceronte que aplasta una fogata, su mirada penetra a sus oyentes como un fuego, sus figuras retóricas cautivan el corazón, y todos terminan haciendo clic en su corazón, en el botón "Aceptar". Se le ve tan convencido que sus oyentes razonan equivocadamente: "Si está tan convencido, ha de ser cierto. ¡¡Me ha convencido!!". ¿Pero será bueno su producto? ¿Será cierto todo lo que dijo?

Cierta mujer humilde llamó a la puerta de una casa en un vecindario de clase media. Una señora abrió. La mujer, vestida al estilo de una paisana recién bajada de las montañas, le dijo, con acento regional y con lágrimas en los ojos, que estaba perdida y no sabía cómo llegar al lugar donde se canjeban las loterías, porque acababa de ver en el periódico que se había sacado el premio mayor. Le mostró el periódico y el billete ganador, y le dijo que solo quería lo necesario para regresar a su tierra con algo de dinero, que le cambiaba el billete por lo que ella pudiera darle. La señora advirtió que la mujer era una ingenua, y le propuso ir al banco, sacar dinero y dárselo a cambio del billete de lotería. Fueron al banco, la señora sacó 5000 contantes y sonantes, y recibió a cambio el billete y el periódico, y se despidieron. Inmediatamente, la señora corrió a las oficinas de canje para recabar los millones del premio, llevándose la sorpresa de su vida: Tanto el billete de lotería como el periódico eran falsos. ¿Quién había sido la ingenua?

No es raro que la gente responda ante la presión social, dejando la verdad en segundo plano, o tal vez en último. "Si todos los vecinos lo creen, yo también lo creo". "Si todos mis antecesores lo creyeron, yo también lo creo". "Si todos los científicos lo enseñan, yo también lo enseño". Pero ¿realmente todos los vecinos lo creen así? ¿Todos sus antecesores creían lo mismo? ¿Todos los científicos lo enseñan así? La presión social es realmente una presión que no debes soslayar.

¿Qué piensas de la siguiente línea de razonamiento?: "Si no piensas como yo, te arrepentirás; y si llegas a pensar como yo, pero después cambias de opinión, te arrepentirás." En otras palabras, no tienes alternativa. Si no haces lo que "yo" quiero, recibirás algún tipo de daño. Eso se llama presión social. En tal caso, las personas así manipuladas no obran por convicción, es decir, por reconocer una verdad o realidad, sino por temor a las represalias. Porque no ven otra alternativa. Terminan aceptando las condiciones a pesar de no estar de acuerdo, y una vez apagada la luz de su conciencia, negando la realidad, terminan promoviendo u obrando toda clase de vileza, justificando su proceder, apoyándose en el grupo y asumiendo responsabilidad de comunidad. Todo por negarse a aceptar la realidad. Es cierto que todos buscan la verdad, pero siempre y cuando se acomode a la mentalidad de la mayoría.

Un campo en el que mucho se abusa de la ingenuidad de la gente es el místico. Por ejemplo, tal vez se ofrezca al público la solución a todos sus problemas cobrándole onerosos honorarios por servicios y rituales cuidadosamente elaborados cuya parafernalia, digna de un documental para la televisión, les impresiona tanto que suponen que realmente es la solución. Pero ¿realizan una investigación personal para averiguar si lo que están comprando contiene siquiera un dosis mínima de solución? Pero no olvidemos que hasta prestigiosos psicólogos han revisado sus teorías y las han cambiado radicalmente al verse confrontados por la realidad, sumiendo a sus apoyadores en un estado de confunsión.

Por ejemplo, según CNN, en una retractación pública de carácter doctrinal el Papa abolió oficialmente el Limbo, el lugar espiritual adonde se suponía que iban todas las almas de los niños que fallecían sin haber recibido el bautismo católico. Pero si ahora el Papa afirma que el Limbo no existe, ¿qué significa en la práctica? Pues, que realmente jamás existió. ¡Un corcho salió a flote! ¿Cómo deberían reaccionar sus apoyadores cuyos niños fallecieron hace muchos años? ¿Deberían molestarse? ¿Deberían seguir acatando inconcusamente los demás dogmas? ¿Cómo reaccionar ante una declaración de semejante calibre? ¡Ahora nadie podrá decirle a otra persona, ni en broma, "estás en el Limbo"! Por eso, muchos se preguntan, y con razón, si habrá más reformas de esa clase.

No estamos apoyando ni combatiendo el TLC, ni burlándonos de la doctrina del Limbo, pero lo anterior solo sirve para ilustrar cómo reaccionan las personas. Seguir al líder a ojos cerrados es como el anécdota que le ocurrió a cierta señora que viajaba sola en su automóvil por una carretera sinuosa y oscura. De repente, una niebla espesa cayó sobre el lugar y, a pesar de encender las luces más potentes, no podía ver más de unos metros adelante. Entonces, razonó: "Me pegaré al camión que va delante. Tiene luces más potentes y sabe adónde va". Después de un rato el camión se detuvo en un lugar muy oscuro. Se apagaron las luces y el motor. Cuando la mujer vio que el conductor bajaba del camión y caminaba lentamente hacia ella, entró en pánico. "¡¡Qué le pasa!!", gritó, armándose de valor. "¿Por qué se ha detenido? ¿Qué desea?". A lo que el hombre repondió calmadamente: "¿Qué me pasa? Señora, acabo de llegar a mi destino. Usted está en mi estacionamiento. ¿Qué le pasa a usted? ¿Tiene algún problema?". Así sucede con los que siguen al líder sin hacer preguntas.

Francamente, son pocos los que investigan a fondo un asunto antes de hablar. Por eso, si alguien te dice la verdad, por cruda que sea, agradécelo. En vez de reaccionar gritando o mandando a volar a la persona ("¡¡Estamos rotundamente, profundamente opuestos!!", o como la señora que siguió al camión en la niebla), a la larga te resultará menos doloroso prestarle atención y comenzar cuanto antes a mejorar en lo que tengas que mejorar. Porque no vale la pena que defiendas una falsedad, por hermosa o elaborada que parezca. Trágate el orgullo y aprende a responder: “Te agradezco sinceramente que hayas tenido el valor y la confianza de llamar este asunto a mi atención. Voy a pensarlo seriamente". Te evitará problemas y reducirá tus costos, además de salvarte de hacer el ridículo, ¡o tal vez hasta salvarte la vida!

Un ejemplo patético resulta de la observación de la película "Una verdad incómoda (An inconvenient truth)", donde se ve a Al Gore, ex candidato a la presidencia de los Estados Unidos, viajando por el mundo, desgañitándose por despertar conciencia y sentido moral en la gente respecto a las funestas consecuencias del maltrato al planeta Tierra. Al terminar la película, la mayoría comenta: "¡Muy interesante!", y sigue con su vida; pero otros van más allá y deciden asumir su responsabilidad, comprometerse y hacer cambios radicales en sus costumbres respecto al uso de la energía. La manera como reaccionamos ante una falsedad no es tan paradójica como la manera como reaccionamos ante la verdad, sobre todo cuando no queremos escucharla ni entenderla.

Ahora, en vez de prestar atención al mensaje de Gore, la gente lo tilda de hipócrita por no dejar de usar su automóvil y otros equipos que contribuyen al calentamiento global. No entienden que él no quiso decir: "Abandona todo ahora mismo". Lo único que hizo fue cooperar en alertar a la gente respecto de un asunto que merece nuestra seria atención. Lo que cada quien decida hacer personalmente por contribuir a la solución es un asunto de conciencia, incluido Al Gore mismo. Si un médico fumador te da una conferencia sobre los peligros mortales de fumar. ¿acaso el que sea fumador convierte la verdad en mentira?

"Es difícil lograr que un hombre entienda algo
si su salario depende de no entenderlo."
Upton Sinclair

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Decir: "Yo ya no necesito más. Yo conozco todo lo que tiene que saberse sobre oratoria" pudiera ser tan arriesgado como manejar bajo una espesa niebla siguiendo al camión de enfrente. Por eso, siéntete libre para navegar por Oratorianet.com y disfrutar de nuestros muchos artículos redactados tanto para los que se inician como para los que ya tienen experiencia en el arte de hablar.
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