Lógicamente,
ya sea que la persona tenga que hablar con sinceridad o verse ante la
única opción de aceptar un testimonio irrefutable, la
experiencia seguramente le causará algún dolor, pero
finalmente, el que se haya hecho justicia le permitirá
desahogarse. Finalmente, cada cosa quedará en su lugar: El lugar
en el que siempre debió estar.
¿Cómo enfrentar la situación?
Alguien
una vez dijo que la presentación de pruebas, evidencias o
argumentos irrefutables es semejante a lanzar una pelota. Uno puede
lanzarla de modo que la otra persona la tome en sus manos, o
arrojársela con tanta fuerza que le cause daño. No es tan
simple como decir: “Yo solo digo lo que sé”. Ambos,
el que lanza la pelota y el que la recibe, sufren las consecuencias.
Ser
uno franco no tiene nada que ver con ser brutalmente insensible, tal
como una tormenta puede regar generosamente las montañas y
hacerlas producir, o destruir cosechas y animales si se precipita como
una lluvia de granizo. El agua puede refrescarnos si la bebemos o nos
duchamos, o causarnos mucho daño si alguien nos la arroja como
un solo bloque de hielo.
Ahora
bien, lo interesante de este asunto es que la forma como nos comunican
una verdad no es siempre lo que determina cuán duramente nos
caerá, sino nuestra manera de recibirla. Aunque alguien nos
dé la peor de las noticias, nos dolerá menos si estamos
mental y emocionalmente preparados para recibirla, es decir, si nuestra
personalidad ha aprendido a ser realista y a encarar siempre la
realidad con una actitud adecuada.
Por
ilustrarlo, si uno cree que la muerte pone fin a todo, sufrirá
más ante el fallecimiento de un ser querido que si cree en la
criobiología y en que existe una esperanza de que la ciencia
encuentre una cura en el futuro. Cualquier idea que estimule la
probabilidad de volver a ver a la persona debilita el dolor de recibir
la noticia de su muerte.
Por
eso, para lograr el mayor bien, es siempre mejor decir las cosas de una
manera que sea al mismo tiempo clara y contundente, pero considerando
el dolor que pudiera causar al que las escucha. Por ejemplo, una forma
de suavizar el sufrimiento es comunicando, al mismo tiempo, una buena
noticia, es decir, exponiendo el lado positivo.
¿Cómo reaccionar ante la
realidad?
Como
hemos visto, aunque pudiéramos decir algo de una manera torpe y
causar daño, como con los golpes de un bloque de hielo, la
mayoría de veces, no se trata de la manera como lo decimos, sino
la manera como lo escuchamos o recibimos. En otras palabras, podemos
decirlo de una forma tan refrescante como el agua, pero el receptor
endurecerla como hielo mediante una actitud renuente o rebelde y
causarse dolor a sí mismo.
Por
ejemplo, si uno cae al agua desde un bote y comienza a dar de manotazos
desesperadamente, aumentan sus probabilidades de ahogarse porque la
ansiedad consume su energía. Sus gritos expulsan
rápidamente de sus pulmones el aire que necesitan para funcionar
como flotadores; y siente su cuerpo muy pesado, imaginando toda suerte
de desgracias. En cambio, si mantiene la calma, sus pulmones mantienen
un buen suministro de aire y funcionan como flotadores. Su mente
responde ante el problema de una manera creativa.
Algo
similar ocurre cuando alguien nos dice algo que nunca
esperábamos escuchar, o algo que nos suena completamente fuera
de lugar… aunque sea cierto. Sencillamente reaccionamos como
alguien que cae al agua y no sabe nadar. Nuestra primera
reacción quizás sea comenzar a argüir o rebatir todo
lo que se nos dice, sin tener en cuenta que estamos frente a la verdad.
Por
ejemplo, si te han dicho que solo hay una oportunidad en la vida, te
engañaron, porque hay muchas oportunidades en todas partes,
todos los días. Nadie negará que para ciertas cosas,
existe una sola oportunidad, pero no es que no las haya en otros
lugares. Sin embargo, si te dijeron que siempre hay
una oportunidad, te engañaron, porque cuando mueres se te
acaban las oportunidades. Personalmente, ya no puedes hacer nada al
respecto. Entonces ¿qué hacer? ¿Cómo ver la
realidad y aceptarla, aunque duela?
Lo
mejor es proceder como los oftalmólogos después de operar
de los ojos a alguien. Le ponen unos parches gruesos por un tiempo;
después, unos parches más livianos, para dejar pasar la
luz en forma de penumbra; posteriormente, les piden que permanezcan en
una habitación relativamente oscura y, finalmente, recomiendan
lentes oscuros hasta que los ojos terminen adaptándose a la luz
del mediodía.
Pero
¿qué hacer si después de que los ojos se han
puesto perfectamente bien el paciente continúa
recluyéndose en la oscuridad porque teme el contacto estrecho
con la luz? Tal vez ya no es cuestión de que lo trate un
oftalmólogo, sino un psicólogo o psiquiatra, porque
probablemente ya no se trate de un problema visual, sino de su actitud
o personalidad.
Algo
similar ocurre cuando enfrentamos a alguien con la realidad. Si al
receptor no le resulta soportable a pesar de todas las precauciones que
hemos tenido en cuenta, tal vez se deba más a un problema de
actitud de su parte que de la manera como se la presentemos. Recuerda
el dicho: "No hay peor ciego que el que no quiere ver", o este otro:
"Si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande es esa
oscuridad!".
La clave es: Gradualmente
Reconociendo
las limitaciones de ciertas personas para encararse a la realidad, es
conveniente hacer lo mismo que haríamos con una fuente de luz
respecto de sus ojos: Exponerla por un tiempo a una verdad
comparativamente más sencilla, agradable al intelecto;
después darle información un poco más intensa, y
por último, la verdad plenamente develada.
Por
ejemplo, cuando alguien de la familia fallece, y la abuela está
mal del corazón, nadie le dice: “Tu hijo Carlos ha
muerto”, ¿verdad? Primero todos discuten las
probabilidades y formas de decírselo, teniendo en cuenta las
consecuencias, especialmente si alguna vez ella dijo: “Si uno de
ustedes muere, no quisiera enterarme”. Pero el problema
sería más delicado si ella tuviera que enterarse, ya sea
por que afecta el testamento o el negocio familiar; o menos complicado
si ella fuese una persona que siempre vivió y aceptó la
realidad, o si dijo: "Si uno de ustedes muere, no quisiera que me
ocultaran la verdad, por dolorosa que sea". Cierto especialista
recomendó: "Deje que la propia persona asuma la responsabilidad
de decírsele o no la verdad".
Cuando todo sale a flote
Lamentablemente,
aunque se utilicen las formas más delicadas y cautelosas para
decirlo, y uno se tome todo el tiempo del mundo para posponerlo, la
realidad saldrá a flote de todas maneras, bien como un corcho
que se mantuvo escondido bajo el agua, o bien como un reflector
apuntado directamente a los ojos.
Por
ejemplo, el agua puede resultar refrescante al que la recibe, pero si
se la arrojamos como un bloque de hielo, le va a causar un gran
daño. Igual ocurre con la realidad. Cada quien recoge lo que le
corresponde: O el alivio de enfrentarla o la tortura de no querer
reconocerla; la persona dormirá tranquila por la noche o la
pasará en vela; estará más preparada para empezar
de nuevo, o vivirá rumiando rencorosamente el pasado, sin
energía para empezar de nuevo o sostener su castillo de naipes.
A pesar de que no esté dispuesta a reconocerlo, tarde o temprano
el viento se llevará todo para siempre y lo almacenará en
el baúl de los recuerdos.
Y no solo estamos hablando de
seres queridos que viajan o fallecen, sino de lo mucho que nos cuesta
adaptarnos a cualquier realidad, cuando
nos enteramos de que ciertas cosas que considerábamos reales
nunca lo fueron, o que les asignábamos un valor diferente del
que realmente tenían (“¿Mi madre no es mi
madre?”, “¿Mi padre no es mi padre?”,
“¿Mi hijo no es mi hijo?”, “¿No soy tu
hijo?”, "¿Soy adoptado?", “¿Yo no soy su
verdadero padre?”, “¿Nunca me amaste?”,
"¿Solo querías mi dinero?", "¿Eras
sonámbulo?", "¿Estuviste en la cárcel?").
Uno
de los episodios más hermosos que he visto en mi vida es uno
televisado en la famosa novela "Anne, de Green Gables", la exigente
madre adoptiva de Anne, Marila, le exigió decir la verdad cuando
se enteró de que uno de sus valiosos prendedores había
desaparecido. Cuando Anne respondió "no sé", la madre la
amenazó con dureza: "Ve a tu cuarto, y no saldrás de
allí hasta que me digas la verdad, o
no irás al baile del pueblo el fin de semana". Al rato, Anne
regresó con una actitud humilde y le suplicó en tono
cariñoso: "Marila, le pido perdón. Tomé el
prendedor porque me gustó mucho, y lo llevé a la casa de
una amiga, para mostrárselo, pero en el camino se me
resbaló de entre las manos y rodó por la alcantarilla".
Entonces, la frustrada madre adoptiva sentenció: "Te perdono por
esta vez, pero no irás a la fiesta. Y la próxima semana
volverás al orfanato. No quiero albergar en mi casa a una
ladrona". Ante aquello, Anne corrió a su habitación y
lloró desconsoladamente.
Poco
después, Marila se puso un chal para salir a la calle, y su
hermano mayor llamó su atención a la joya. ¡Estaba
prendida sobre él! Al instante Marila recordó que ella
misma lo había prendido allí, y se le hundió el
corazón de lástima por la dureza con que había
tratado a Anne. Entonces, subió de prisa a su habitación,
le mostró el prendedor y le dijo: "Anne, ¿por qué
me mentiste?", a lo que la niñita respondió: "Porque
usted no quiso creer la verdad cuando se la dije y me dijo que no
iría a la fiesta si no decía la verdad. Por eso mentí, para que me
perdonara y me permitiera ir a la fiesta".
¿Es
esa la clase de relación que preferirías cultivar con las
personas que te rodean, solo para mantener un carácter o
capricho o seguir defendiendo la ridicula idea de que nunca te
equivocas? ¿O preferirías que alguien cobrara el valor
suficiente y se atreviera a decirte la verdad a pesar de lo dolorosa,
cruda o simple que pudiera ser?
Cierta
mujer se negó durante mucho tiempo a tener relaciones sexuales
con su esposo. Un día ella se fue de viaje por mucho tiempo,
dejando a cargo de su casa a una joven de trato muy agradable. Cuando
ella regresó, se enteró de que su esposo y la joven
habían tenido relaciones. ¿Podría ella decir "yo
no tuve la culpa"? Eso no sería aceptar la realidad.
Conozco
una persona tan orgullosa, terca y ególatra que cree que todo lo
sabe, que es experta en todo y que nadie puede engañarla. Por
eso, cuando la engañan, es incapaz de aceptarlo. Sus amigos se
miran unos a otros y sonríen al ver su desconcierto.
La verdad es para valientes
Ante
una mentira, siempre es mejor reaccionar con firmeza,
rechazándola rotundamente; pero ante las evidencias siempre es
mejor adoptar una actitud positiva y agradecida. Positiva porque
suaviza el impacto emocional y te predispone para obrar con mayor
efectividad en el futuro; y agradecida por la valentía de que
tuvo que hacer acopio la otra persona para asumir la responsabilidad de
confrontarte con la realidad, temiendo que sufrieras peores
consecuencias.
Cierta
mañana, un amigo pasó varias horas con un
compañero de trabajo visitando a personas con las que
conversaron acerca de varios asuntos. Pero poco antes de despedirse, su
amigo le dijo: "Disculpa, parece que tienes un poquito de pasta de
dientes en una mejilla". Tomó un pañuelo y se
limpió. Al irse, pensaba: "¿Y por qué no me lo
dijo antes? ¡He estado toda la mañana hablando con todas
esas personas y no me dijo nada! ¡Qué vergüenza! ¡Me hubiera gustado que me lo
dijera antes!". ¿Verdad que
hubiera sido mejor que le señalaran el defecto antes de salir? Veamos
otro caso.
Cierto
periodista de un canal de televisión abordó a uno de los
manifestantes de una enorme muchedumbre que se quejaba a gritos en
contra el TLC (Tratado de Libre Comercio) frente a una embajada, y le
preguntó: "Señor, ¿está usted en contra del
TLC?". El hombre contestó muy ofuscado:
"¡¡Sí, señorita!! ¡¡Estamos rotundamente,
profundamente opuestos
al TLC!!". Entonces, la periodista le preguntó:
"¿Qué es el TLC?". El hombre hizo una mueca, como si
hubiera caído sentado sobre un cactus, y respondió:
"¡Ay, me agarró! Para ser franco, no sé".
¿Cómo pudo estar 'rotundamente,
profundamente opuesto'
a algo que no entendía? La respuesta es: Presión social,
es decir, por quedar bien con el grupo u obtener la aprobación
de los amigos, entre los cuales seguramente había otros que
tampoco entendían mucho acerca del TLC. No son pocos los que
adoptan y cultivan grandes convicciones sobre bases endebles.
Cuando
alguien dice: "Soy un convencido de..." o "Estoy profundamente
convencido de...", ten mucho cuidado. Lo importante no es si él
está convencido o no, sino si la base para su convicción
es real. Porque las personas convencidas son muchas, pero pocas tienen
un conocimiento sólido que las respalde. Cierta señora
decía estar convencida de que su vecino había violado a
su hija adolescente. Tanto revuelo hizo que lo metieron preso y
salió en la primera plana de todos los periódicos. Pero
cuando apresaron al verdadero violador, nadie se ocupó en
reivindicarlo. ¿Estaba convencida? ¡Sí, pero de una
mentira, de una emoción más enfocada, de un prejuicio, de
un razonamiento falso, de una base endeble, de una equivocación,
de un resentimiento, de una frustración, no de una verdad!
Un orador comienza a vociferar
ciertas verdades impactantes,
los ojos se le saltan de la emoción, sus ademanes golpean el
aire con una energía electrizante, sus posturas dinámicas
parecen las de un rinoceronte que aplasta una fogata, su mirada penetra
a sus oyentes como un fuego, sus figuras retóricas cautivan el
corazón, y todos terminan haciendo clic en su corazón, en
el botón "Aceptar". Se le ve tan convencido que sus oyentes
razonan equivocadamente: "Si está tan convencido, ha de ser
cierto. ¡¡Me ha convencido!!". ¿Pero será
bueno su producto? ¿Será cierto todo lo que dijo?
Cierta
mujer humilde llamó a la puerta de una casa en un vecindario de
clase media. Una señora abrió. La mujer, vestida al
estilo de una paisana recién bajada de las montañas, le
dijo, con acento regional y con lágrimas en los ojos, que estaba
perdida y no sabía cómo llegar al lugar donde se canjeban
las loterías, porque acababa de ver en el periódico que
se había sacado el premio mayor. Le mostró el
periódico y el billete ganador, y le dijo que solo quería
lo necesario para regresar a su tierra con algo de dinero, que le
cambiaba el billete por lo que ella pudiera darle. La señora
advirtió que la mujer era una ingenua, y le propuso ir al banco,
sacar dinero y dárselo a cambio del billete de lotería.
Fueron al banco, la señora sacó 5000 contantes y
sonantes, y recibió a cambio el billete y el periódico, y
se despidieron. Inmediatamente, la señora corrió a las
oficinas de canje para recabar los millones del premio,
llevándose la sorpresa de su vida: Tanto el billete de
lotería como el periódico eran falsos.
¿Quién había sido la ingenua?
No
es raro que la gente responda ante la presión social, dejando la
verdad en segundo plano, o tal vez en último. "Si todos los
vecinos lo creen, yo también lo creo". "Si todos mis antecesores
lo creyeron, yo también lo creo". "Si todos los
científicos lo enseñan, yo también lo
enseño". Pero ¿realmente todos los vecinos lo creen así? ¿Todos sus antecesores creían lo mismo? ¿Todos los
científicos lo enseñan así? La presión
social es realmente una presión que no debes soslayar.
¿Qué
piensas de la siguiente línea de razonamiento?: "Si no piensas
como yo, te arrepentirás; y si llegas a pensar como yo, pero
después cambias de opinión, te arrepentirás." En
otras palabras, no tienes alternativa. Si no haces lo que "yo" quiero,
recibirás algún tipo de daño. Eso se llama presión social. En
tal caso, las personas así manipuladas no obran por
convicción, es decir, por reconocer una verdad o realidad, sino
por temor a las represalias. Porque no ven otra alternativa. Terminan
aceptando las condiciones a pesar de no estar de acuerdo, y una vez
apagada la luz de su conciencia, negando la realidad, terminan
promoviendo u obrando toda clase de vileza, justificando su proceder,
apoyándose en el grupo y asumiendo responsabilidad de comunidad.
Todo por negarse a aceptar la realidad. Es cierto que todos buscan la
verdad, pero siempre y cuando se acomode a
la mentalidad de la mayoría.
Un
campo en el que mucho se abusa de la ingenuidad de la gente es el
místico. Por ejemplo, tal vez se ofrezca al público la
solución a todos sus problemas cobrándole onerosos
honorarios por servicios y rituales cuidadosamente elaborados cuya
parafernalia, digna de un documental para la televisión, les
impresiona tanto que suponen que realmente es la solución.
Pero ¿realizan una investigación personal para averiguar
si lo que están comprando contiene siquiera un dosis
mínima de solución? Pero
no olvidemos que hasta prestigiosos psicólogos han revisado sus
teorías y las han cambiado radicalmente al verse confrontados
por la realidad, sumiendo a sus apoyadores en un estado de
confunsión.
Por
ejemplo, según CNN, en una retractación pública de
carácter doctrinal el Papa abolió oficialmente el Limbo,
el lugar espiritual adonde se suponía que iban todas las almas
de los niños que fallecían sin haber recibido el bautismo
católico. Pero si ahora el Papa afirma que el Limbo no existe,
¿qué significa en la práctica? Pues, que realmente jamás existió.
¡Un corcho salió a flote! ¿Cómo
deberían reaccionar sus apoyadores cuyos niños
fallecieron hace muchos años? ¿Deberían
molestarse? ¿Deberían seguir acatando inconcusamente los
demás dogmas? ¿Cómo reaccionar ante una
declaración de semejante calibre? ¡Ahora nadie
podrá decirle a otra persona, ni en broma, "estás en el
Limbo"! Por eso, muchos se preguntan, y con razón, si
habrá más reformas de esa clase.
No
estamos apoyando ni combatiendo el TLC, ni burlándonos de la
doctrina del Limbo, pero lo anterior solo sirve para ilustrar
cómo reaccionan las personas. Seguir al líder a ojos
cerrados es como el anécdota que le ocurrió a cierta
señora que viajaba sola en su automóvil por una carretera
sinuosa y oscura. De repente, una niebla espesa cayó sobre el
lugar y, a pesar de encender las luces más potentes, no
podía ver más de unos metros adelante. Entonces,
razonó: "Me pegaré al camión que va delante. Tiene
luces más potentes y sabe adónde va". Después de
un rato el camión se detuvo en un lugar muy oscuro. Se apagaron
las luces y el motor. Cuando la mujer vio que el conductor bajaba del
camión y caminaba lentamente hacia ella, entró en
pánico. "¡¡Qué le pasa!!", gritó,
armándose de valor. "¿Por qué se ha detenido?
¿Qué desea?". A lo que el hombre repondió
calmadamente: "¿Qué me pasa? Señora, acabo de
llegar a mi destino. Usted está en mi estacionamiento.
¿Qué le pasa a usted? ¿Tiene algún
problema?". Así sucede con los que siguen al líder sin
hacer preguntas.
Francamente, son pocos los que
investigan a fondo un asunto antes de hablar. Por eso, si alguien te
dice la verdad, por cruda que sea, agradécelo. En
vez de reaccionar gritando o mandando a volar a la persona ("¡¡Estamos rotundamente, profundamente opuestos!!",
o como la señora que siguió al camión en la
niebla), a la larga te resultará menos doloroso prestarle
atención y comenzar cuanto antes a mejorar en lo que tengas que
mejorar. Porque no vale la pena que defiendas una falsedad, por hermosa
o elaborada que parezca. Trágate el orgullo y aprende a
responder: “Te agradezco sinceramente que hayas tenido el valor y
la confianza de llamar este asunto a mi atención. Voy a pensarlo
seriamente".
Te evitará problemas y reducirá tus costos, además
de salvarte de hacer el ridículo, ¡o tal vez hasta
salvarte la vida!
Un ejemplo patético resulta de la
observación de la película "Una verdad incómoda (An inconvenient truth)",
donde se ve a Al Gore, ex candidato a la presidencia de los Estados
Unidos, viajando por el mundo, desgañitándose por
despertar conciencia y sentido moral en la gente respecto a las
funestas consecuencias del maltrato al planeta Tierra. Al terminar la
película, la mayoría comenta: "¡Muy interesante!",
y sigue con su vida; pero otros van más allá y deciden
asumir su responsabilidad, comprometerse y hacer cambios radicales en
sus costumbres respecto al uso de la energía. La manera como
reaccionamos ante una falsedad no es tan paradójica como la
manera como reaccionamos ante la verdad, sobre todo cuando no queremos
escucharla ni entenderla.
Ahora,
en vez de prestar atención al mensaje de Gore, la gente lo tilda
de hipócrita por no dejar de usar su automóvil y otros
equipos que contribuyen al calentamiento global. No entienden que
él no quiso decir: "Abandona todo ahora mismo". Lo único
que hizo fue cooperar en alertar a la gente respecto de un asunto que
merece nuestra seria atención. Lo que cada quien decida hacer
personalmente por contribuir a la solución es un asunto de conciencia, incluido Al Gore
mismo. Si un médico fumador te da una conferencia sobre los
peligros mortales de fumar. ¿acaso el que sea fumador convierte
la verdad en mentira?
"Es difícil lograr que un hombre
entienda algo
si su salario depende de no
entenderlo."
Upton Sinclair
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investigar cómo lo hacen otros. Di mi primer discurso en 1969 y
desde entonces, mi experiencia acumulada ha servido de base para ayudar
a muchas personas a entender esta interesante materia, ¡y
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"Yo ya no necesito más. Yo conozco todo lo que tiene que saberse
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niebla siguiendo al camión de enfrente. Por eso, siéntete
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