La empatía, un valor vigente
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso Hasta
hace relativamente unos cuantos años, el diccionario de la Real
Academia Española no incluía “empatía”
en su catálogo de palabras, a pesar de que un gran sector la
usaba para “ponerse en el pellejo ajeno”. Sin embargo,
ahora por fin la hallamos en la presente edición del Diccionario
como una “identificación mental y afectiva de un sujeto con el
estado de ánimo de otro”.
Ciertamente
pasó mucho tiempo para que fuese reconocida por la Academia, que
solamente incluye en sus ediciones los términos que han ganado
aceptación por ser de uso generalizado en el mundo hispano.
Paradójicamente, mientras unos esperaban con ansias la inclusión de “empatía” en el diccionario de la Academia y celebraron cuando por fin la vieron incluida, para este tiempo el sentido de la ética se había deteriorado tanto alrededor del mundo que muchos ahora la consideraban como un término o afecto caído en desuso en otros sentidos, no por antigüedad o ambigüedad o por parecer incomprensible, sino porque los individuos estaban cada vez menos dispuestos a ‘identificarse mental y afectivamente con el estado de ánimo de los demás’, o por decirlo de otro modo, renuentes a ‘ponerse en el pellejo ajeno’. Nadie puede negar que hoy la gente está menos dispuesta que nunca a ayudar a los demás o involucrarse en sus problemas para brindar apoyo. En pocas palabras, la incomprensión sustituye a la empatía causando una involución. Los
saqueos por motivos egoístas, el robo y las violaciones que
siguieron a la devastadora inundación de Nueva Orleans y otros
estados de los Estados Unidos a fines de agosto de 2005 dejaron
pasmados a todos, especialmente a muchos líderes religiosos que
observaban a miembros de sus rebaños obrando contra los
intereses de sus propios "hermanos". La empatía había
caído a un nivel muy bajo entre quienes se suponía
debían enaltecerlo como un principio de vida. La
desesperación no justifica que se viole a las personas o se les
prive de sus derechos, mucho menos siendo de su propia comunidad civil
o religiosa.
Si
bien es cierto que algunos pudieran creer que la empatía es
prescindible en ciertos campos pero no en otros, creemos que el
mismísimo derrumbe moral que cunde en muchos lugares es la
demostración más evidente de que en realidad nos hace
más falta que nunca. Todos la necesitamos.
Por
ejemplo, a pesar de que alguien diga que en especial la necesitan de
parte de sus médicos los enfermos y heridos, todos estamos
enfermos y heridos en algún sentido. Hay heridas y enfermedades
físicas que sufren nuestros cuerpos físicos por
accidentes y maltratos a que pudieran someternos personas crueles, pero
muchas causan paralelamente heridas y/o enfemedades emocionales y
mentales. ¿Conoces a alguien que sufren en silencio debido al
abuso físico o verbal, o por una manipulación
egoísta?
Recuerdo
cuando era muy joven y trabajaba de conserje en hotel. Un día se
alojó una diplomática. Todo resultó bien hasta que
me pidió que hiciera algo incorrecto con la facturación,
para beneficiarse egoístamente. Me negué
cortésmente, y ella se sintió indignada. Nunca supe
qué hablaría con el administrador, pero coincidentemente
al día siguiente este me llamó a su despacho y me
espetó: "Hasta hoy nomás trabajas". Cuando le
pregunté: "¿Puedo saber la razón?", me
respondió: "¡He dicho que hasta hoy nomás
trabajas!". Al no poder descubrir la razón de su insensibilidad,
el rostro de aquella diplomática relumbró en mi mente.
Lo
que quiero decir es que todos estamos llamados a ser médicos
unos de otros en algún sentido, del amigo, del vecino, del
compañero de trabajo y de estudios. Porque todos sufrimos muchas
veces por la ignorancia de quienes no han descubierto la empatía
en su interior.
Con
la filosofía de que ‘yo puedo hacer lo que me dé la
gana, y nadie tiene derecho a detenerme’, o que ‘nadie
tiene por qué impedirme romper los límites’, ha
corrido la voz de que tampoco tengo por qué interesarme en el
bienestar común o colectivo. Pero esta vez la historia moderna
no necesitó muchos años para abrirnos los ojos al hecho
de que la llamada globalización es más que un concepto
comercial. Poco a poco el ser humano está despertando al hecho
de que somos miembros que nos pertenecemos unos a otros, de que somos
interdependientes y no somos tan libres como muchos creíamos.
Estamos descubriendo que estamos más ligados de lo que creemos a
los delfines, monos, pingüinos y otras especies.
La
empatía puede parecer una destreza humana obsoleta para quienes
nunca la han entendido, porque nadie les ha explicado el potencial que
encierra como instrumento de desarrollo, descubrimiento y convivencia,
pero la verdad es que siempre fue, sigue y seguirá siendo un
sentimiento básico de las relaciones humanas eficaces.
Necesitamos dejar de pensar en función de “tú
podrías ser yo” o “yo soy lo mismo que
tú”, es decir, de ponernos a nosotros mismos como origen,
centro u objetivo de todo, y comenzar a ver el potencial de pensar de
un modo altruista en función de “soy [en esencia] lo mismo
que tú”, es decir, "puedo llegar a ser para ti lo que
tú necesites que yo sea, a fin de poder ayudarte". En otras
palabras, vernos reflejados en otras personas. Eso es lo que los
enfermos verdaderamente buscan en un hospital, pero no encuentran.
En
otro artículo me he referido a la “bendita insensibilidad
de los médicos”, en el sentido de que, si no fuera por su
aparente falta de empatía, no tendrían las agallas para
hundir un cuchillo en el cuello y realizar una traqueotomía de
emergencia cuando alguien estuviera muriéndose por ahogamiento
en un restaurante; o abrir un hueco en un costado del tórax en
un quirófano e introducir ambas manos para salvar la vida a
alguien cuya arteria del corazón se hubiera reventado; o clavar
una inyección en un ojo durante una delicada operación
ocular.
Sí,
a simple vista pudiera parecer que los médicos de nuestros
tiempos carecen de empatía para con los demás; pero no se
trata de un efecto de la decadencia moral de nuestros tiempos, sino de
cualidades especiales con las que los que tienen vocación
médica están dotados desde la antigüedad. De otro
modo, un exceso de sensibilidad les impediría hacer bien su
trabajo. Los estudiantes de medicina descubren al poco tiempo de
comenzar sus estudios que tienen que adoptar tácticas para
habituarse al dolor y al espectáculo de las muchas
imágenes horribles que verán a lo largo de su carrera.
Más tarde, en la práctica, experimentarán poco a
poco lo que se conoce como desgaste por empatía y
despersonalizarán a sus pacientes y se distanciarán
emocionalmente de ellos ("tengo un brazo roto en el 402"), y
tendrán que aprender a ver la empatía desde una
perspectiva diferente. Si la anulan, fracasa el negocio.
"[Había
los que] necesitaban atención urgente, otros angustiados que
querían desahogarse conmigo, otros me pedían favores,
otros eran manipuladores agresivos y exigentes, otros venían a
la consulta, me pedían que los visitara, de estos, unos me
llamaban a mi casa, otros a mi celular, de día y de noche, y
hasta me exigían que fuera a verlos de madrugada. Pacientes,
pacientes y más pacientes. En realidad yo quería
ayudarlos a todos, pero era desquiciante". Este breve relato fue
inspirado en un fragmento del libro A Doctor's Dilemma, de John W.
Holland.
Lo
que quiero decir es que los enfermos y heridos también debemos
hacer un esfuerzo para entender a los médicos y discernir por
qué no les resulta fácil actuar de otro modo. Por otro
lado, un médico inteligente es capaz de reconocer que sin
empatía su consultorio estaría vacío, y por tanto,
su cuenta en el banco. Por eso se esfuerza por cultivar la
empatía en otros sentidos con la finalidad de no perder de vista
que también es un ser humano que necesita a los demás, y
que sus pacientes estarán muy agradecidos de que los vea y toque
con comprensión. Así es como un médico hace al
mismo tiempo una buena obra y se gana el respeto y prestigio que le
permite sacar adelante su clínica u hospital. La experiencia
incrementa la responsabilidad y ayuda al médico a valorar
más la vida.
Por
ejemplo, el esposo de Doris Salhuana de Trahtemberg luchó sin
descanso contra el cáncer durante tres años, tiempo
durante el cual ella aprendió a ver la labor del personal
médico con empatía. Parafreseamos una emotiva carta
dirigida a la institución del seguro médico que la
asistió en todo momento. “Mi eterno agradecimiento al Dr.
Gómez, quien nunca desmayó y en todo momento estuvo
luchando junto con nosotros. Nos acompañó como una
persona respetuosa y considerada, no solo es un profesional, sino un
ser humano excelente. Tuvo la paciencia y el tiempo para conversar con
toda la familia y explicarnos los pasos que inevitablemente
teníamos que [dar], a pesar de lo ocupado que [estaba].
También quiero agradecer el buen humor y los consejos positivos
de Angela, Claudia y las enfermeras de quimioterapia, que entienden muy
bien lo difíciles que pueden ser algunas veces los enfermos.
Fueron muy pacientes y comprensivas con mi esposo. Igualmente a Peggy y
Jessica, asistentes de Auditoria Médica, quienes nos ayudaron
con los trámites y siempre nos recibieron con una sonrisa. De
seguro que se me escapan muchos nombres, pero no quiero dejar de
decirles que están haciendo un trabajo excelente y que TODOS
ustedes son diferentes, que a pesar de que es un negocio, hay calidad
humana. No están tratando con números, sino con seres
humanos angustiados y preocupados (ustedes lo saben muy bien). Gracias
por su amabilidad y cariño.” *
También
se puede ejercer la empatía cuando ocurre una desgracia y
quedamos a merced de las circunstancias. Desde que los demás se
percatan de nuestra necesidad hasta la llegada de la ayuda transcurre
un tiempo indefinido. Y aunque haya pertrechos para atender la
emergencia, nadie puede predecir cuánto demorarán para
organizar la logística y llegar al lugar. Sería creer en
magia si suponemos que la ayuda llegará inmediatamente. Es
natural que transcurra el tiempo mínimo necesario para disponer
todos los asuntos y efectuar el transporte, sobre todo si se trata de
atravesar una zona particularmente difícil o peligrosa.
Desde
su propio punto de vista, la víctima pudiera pensar y murmurar:
"¿Por qué demoran tanto?". La ansiedad, la incertidumbre,
la sed, el hambre y probablemente alguna herida grave pudieran hacer
muy angustiosa la espera. Los segundos comienzan a parecer minutos, los
minutos horas, las horas días y los días semanas. Y la
desesperación pudiese originar un gran sonido de queja debido a
que se acaba el tiempo para recibir los nutrientes básicos antes
de que la muerte haga su parte.
Y
desde su propio punto de vista, el rescatador pudiera pensar:
"¡Tengo que llegar antes de que la víctima muera!". Es
natural que quiera apurarse lo más posible y tomar todas las
precauciones para tener el mínimo de percances para llegar y
ayudar eficazmente. Porque ¿de qué serviría tener
un camión cargado de provisiones y llegar hasta el lugar, si el
combustible no alcanzará para regresar con la vícitima,
sobre todo si estuviera herida de gravedad? ¿O de qué
serviría tener suficientes provisiones y combustible si el
conductor toma una ruta peligrosa o el camión se atasca en un
hueco traicionero que estaba cubierto por una inundación? No
solo se necesita un mapa, sino un guía que indique los peligros
locales o inadvertidos. ¿O de qué serviría tener
todo eso si no hay alguien que sepa manejar el camión? La demora
tiene una explicación justificada, pero en su
desesperación e ignorancia la víctima nunca se solidariza
ni ve las cosas con empatía. Simplemente tiende a quejarse y a
resaltar cualquier aparente ineficiencia.
Lo
que quiero decir es que para la desesperada víctima, una demora
justificada pudiera parecerle una demora que pudo evitarse, mientras
que para el desesperado rescatador, un apresuramiento irresponsable que
no tenga en cuenta las contingencias no solo pudiera significar no
llegar a tiempo con la ayuda necesaria, sino tener que comenzar desde
cero si el camión se atasca en el camino o el combustible no
alcanzara para volver. En otras palabras, un rescarador eficaz nunca se
precipita con la ayuda sin tomar en cuenta la contingencia, para no
correr el riesgo de que la operación fracase, y con ello, se
pierda la vida de la víctima. Y por otro lado, una
víctima agradecida no debilita las manos de su rescatador
diciéndole injustamente que no se esforzó por rescatarla.
Por
lo tanto, la falta de empatía perjudica el interés
común porque debilita la motivación del rescatador,
robándole la satisfacción de sentirse útil, y
atenta contra los intereses de la víctima misma al desanimar a
otros de esforzarse por rescatarla.
Es
cierto que los rescatistas siempre deben estar preparados para todo,
pero hay reconocer honradamente que a veces hay circunstancias
excepcionales para las que ni el mejor rescatista pudo prepararse, como
cuando ocurre un desastre de magnitudes apocalípticas.
¿Cómo
reaccionaremos cuando llegue la ayuda? ¿Comenzaremos a criticar
o murmurar preguntando por qué perdieron tanto tiempo, o por
qué se demoraron tanto, o por qué fueron tan insensibles
al esperar tanto para actuar? ¿No sería mejor decir
"¡¡Gracias!!", y expresar aprecio sincero por todo el
esfuerzo que conllevó llegar con la ayuda y llevar a cabo la
misión? En estos casos la empatía puede marcar la
diferencia entre la frustración y la satisfacción.
Es
muy frustrante para un rescatador que se esforzó al
máximo reuniendo toda la logística y tomó todas
las precauciones, que alguien le diga: "¡Maldito! ¿Por
qué no te esforzaste más? Por tu culpa murió mi
madre".
La
empatía es un sentimiento inherente y muy personal, y por tanto
pareciera no poder enseñarse, pero hay estudios recientes que
parecen demostrar que todos los seres humanos nacemos con semillas de
empatía que pueden ser estimuladas con el catalizador mismo de
la empatía de los demás. De allí la importancia de
mostrar empatía. Yo no hubiera tomado conciencia de la
existencia de la empatía en mi interior si alguien no me hubiera
explicado lo que es. Por eso celebro que en un tiempo en que pareciera
haber caído en desuso, el Diccionario por fin la haya reconocido
e incluido.
Si
en algún momento te pareció que la empatía
había quedado sepultada, se debió en gran parte a la
influencia de los medios, que destacan la insensibilidad de ciertos
seres humanos como un comportamiento habitual. No tenemos por
qué emular el espectáculo de la naturaleza salvaje, en la
que el depredador persigue, mata y come a sus presas, como si se
tratara de una conducta modelo para la convivencia humana. Eso es
tergiversar el verdadero mensaje que nos transmite la naturaleza. El
mensaje global tras la irracionalidad del mundo salvaje es que la
capacidad para razonar debe distinguir al ser humano, lo mismo que su
capacidad para la empatía y otras importantes cualidades
humanas. No somos leones y no debemos reaccionar como leones. Un
león es irracional, no entiende razones; pero un ser humano
está llamado a ser tanto racional como emocional a un grado
pleno.
Pareciera
que la guerra, la limpieza étnica y otras atrocidades nos
impactan cada vez menos, porque ya casi no llama la atención
cuando vemos estas cosas en las noticias. En ese sentido sí
pareciera que la empatía ha quedado sepultada. Como dijo
crudamente una vez cierto cineasta: "He perdido la fe en el ser
humano".
Muchas veces seguramente nos hemos preguntado por qué cuando un perro del vecindario comienza a ladrar, todos los demás perros empiezan a ladrar de la misma manera; o por qué, a veces, cuando un bebé recién nacido comienza a llorar, los demás niños empiezan a llorar de la misma manera. Y es porque en la naturaleza de las cosas todos los seres vivos sienten un grado básico de empatía por los demás de su género. Últimamente hasta nos causa gracia que ciertos automóviles reaccionen haciendo sonar sus alrmas cuando uno de los vehículos del estacionamiento comienza a hacer sonar la suya. ¿Cómo lo llamaremos? ¿Empatía electrónica? Lo que quiero decir es que tenemos que volver a aprender a cultivar esa sensibilidad por los demás de modo que sirva para mejorar y embellecer las relaciones humanas de la misma manera como se riega, poda y cuida un jardín para que se vea hermoso. Mucho se habla de la protección y salvación del planeta Tierra, pero muy pocas personas entienden lo que es la empatía, y mucho menos la tienen en cuenta como una llave maestra del éxito de sus esfuerzos por preservar la vida del género humano. Por
eso, no solo es cuestión de aceptar la empatía como una
palabra del diccionario, porque como comenta Arnoldo Kraus en su Medicina y
Empatía, para "restaurar el valor de la empatía depende de
mezclar ciencia y compasión". MÁS
Sí, tal como el amor es la base de la empatía, la empatía y el aprecio por los demás nos mueve a la comprensión y la compasión, y seguirá siendo un valor vigente no solo en la práctica médica, sino en las relaciones humanas en general. ___ * Pura Vida, Boletín de Oncosalud de Julio de 2005 ARRIBA |