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"¡Pero es que es tan injusto!"
©Miguel
Ángel Ruiz Orbegoso
Una de las
primeras cosas que aprenden los niños es a decir que no. La curiosidad
natural los mete en problemas a cada rato. Muchos quieren agarrar los
adornos finos, llevarse a la boca objetos peligrosos, introducir los
dedos en los conductos de electricidad, correr por el borde de una
piscina, quedarse despiertos hasta altas horas de la noche viendo
televisión o jugando con la computadora, y otros no quieren bañarse, no
quieren tomar sus alimentos o se niegan a hacer las tareas escolares, y
podríamos seguir indefinidamente.
Los padres
suelen decir "¡No!" a todo sin percatarse de que con el tiempo los
niños también aprenden rápidamente las ventajas de ostentar el poder de
decir "¡No!". Aunque los hijos tal vez consideren injusto que se les
haya negado las oportunidades de experimentar con todo lo que les
rodeaba, no disciernen que sus padres tal vez lo hicieron por su bien o
porque tal vez consideraron injusto que malgastaran sus recursos
económicos en proyectos que parecían terminar en nada. De modo que con
el tiempo se desatapó una guerra de manipulaciones en las que
usualmente ganó el más hábil o el que logró acumular más poder o
control.
Si los padres
despliegan un gran poder y control, y además lo usan injusta o
irrazonablemente, tal vez acaben echando a perder a sus hijos en
sentido emocional. Probablemente con el tiempo se alejen para no volver
nunca más, sobre todo si cada vez que llegan de visita se les castiga
diciéndoles "ingratos". O si los hijos logran tener éxito con alguno de
sus proyectos, pudieran usar sus nuevos poderes para mantener a raya la
actitud dominante e injusta de sus padres... y también podríamos seguir
indefinidamente hablando de las posibles consecuencias.
Pero
¿es justo?
Si miramos
alrededor, notaremos que la principal característica en todo el mundo
es la injusticia. No solo los niños se quejan de sus padres y los
padres de sus hijos, sino la sociedad en conjunto de los gobernantes, y
los gobernantes, de sus súbditos. Si alguien puede estar seguro de algo
es que tendrá que sostener una lucha terrible para lograr que se le
haga justicia, ya se trate de un asunto pequeño, como un problema
hogareño, como de un asunto grande, como un juicio en una corte internacional.
Nadie ignora que
muchas veces, en lugares distintos, se ha condenado a muerte a personas
que después de su ejecución, con una nueva autopsia, un
registro de ADN o la confesión tardía de cierto testigo, se dio un vuelco al caso y se demostró que eran inocentes. Y
tampoco ignoramos las increíbles injusticias que los noticieros
destapan a diario. Nos quedamos boquiabiertos de las cosas terribles
que suceden en el mundo. A
mediados de
2014, las noticias sorprendían a la humanidad con reportajes
espeluznantes de
seguidores de cierto culto. Degollaban sin piedad a personas inocentes
y publicaban las imágenes por Internet. ¿Por qué? Porque su doctrina
religiosa les dictaba que de esa manera satisfarían al dios y
ganarían inmortalidad en el cielo. ¡Cuantos más mataran, más
bendiciones recibirían! ¿Es justo afirmar que Dios está involucrado en
algo semejante? Nos recuerda las religiones que en el pasado remoto
mandaban arrojar a niños y vírgenes a un fuego ardiente, o a un abismo,
para aplacar la ira del dios.
Y es interesante que cuando cierto reportero entrevistó a un niño que
había sido concientizado para asesinar, le respondió: "¡Tengo que matar
a todos los infieles para ir al cielo!". Cuando el reportero le
preguntó: "¿Qué es un infiel?", contestó: "No sé". La idea de hacer
daño había sido implantada en su mente y corazón aunque no tenía ni una
idea vaga de lo que implicaba.
De
modo que la
exclamación “¡No es justo!” se ha vuelto casi natural y ni siquiera
pareciera
importarle a nadie. De hecho, ¿qué juez le creería a una persona que
dice:
“¡Pero yo no lo hice!” o “¡No tuve la culpa!”? Pareciera que a la gente
le basta con encontrar un chivo espiatorio y lavarse las manos. ¡Son
capaces de linchar al primero que creen culpable, sin un juicio justo!
El
prejuicio, la parcialidad, la ignorancia, el dogma, el resentimiento,
el rencor, el odio, la envidia, la ambición egoísta, los celos y la
codicia toman el control y la
injusticia florece como en un campo de amapolas.
Entonces,
¿qué hacer?
Los conceptos
justo e injusto dependen de la información que uno procesa en su mente,
la cual a su vez contribuye a fortalecer nuestra escala de valores o el
conjunto de mandatos y prohibiciones que aprendió de niño. No podemos
controlar el mundo ni hacer nada para mejorar el panorama
internacional, pero podemos hacer algo para mitigar el dolor o
reaccionar ante las circunstancias de manera que suframos menos. Tarde
o temprano los injustos cosechan lo que siembran, pero mientras tanto,
¿qué?
En cierta
ocasión, en una conversación en la que participaban varias familias,
solté la pregunta: “¿Qué es un extraño?”, y un niño de unos 7 años de
edad alzó la voz espontáneamente: “¡Es una persona mala que nos quiere
hacer daño!”. Pero aunque nosotros sabemos que eso no es cierto, el
niño lo cree. De hecho, a pesar de que después se aclare su
entendimiento, abrigará dicha definición del término como un fundamento
de sus conceptos básicos. Lamentablemente, muchos niños nunca aclaran
su entendimiento y continúan guiándose por el resto de su vida de un
concepto deforme de lo que significa ser un extraño.
La palabra
“extraño” tiene siete o más significados en el diccionario de la Real
Academia Española. Una de ellas es: “|| 4. Dicho de una persona o de
una cosa: Que es ajena a la naturaleza o condición de otra de la cual
forma parte”. ¿Crees que un niño entendería ese significado? ¿Crees que
sus padres lo entenderían? ¿Lo entendiste tú? ¿O necesitaste repasar
varias veces la frase para poder asimilarla? Los niños no entienden lo
que dice el diccionario. Tampoco entienden lo que la experiencia les
dice: que un extraño es sencillamente alguien a quien uno no conoce.
Ellos entienden lo que han entendido, cuando sus padres les explicaron
lo que es: “Una persona mala que les quiere hacer daño”.
En realidad, sus
bienintencionados padres sembraron un prejuicio en su mente, o por
decirlo de otra manera, le implantaron una pieza de información
equivocada a partir de la cual el niño evaluaría todas sus relaciones
humanas. Sin duda se mantendría seguro, pero también le costaría más
trabajo entablar relaciones humanas provechosas. A menos que se
rectificara ese concepto, tal vez se volvería exageradamente suspicaz
con los demás. Entonces expliqué a sus padres que deberían sentarse con
él y ayudarle a mejorar su entendimiento del significado del término
“extraño”.
Pero ese es un
caso de entre cientos de miles de millones en los que el prejuicio se
infiltra nublando el juicio de las personas. Y otro tanto pudiera
decirse de la parcialidad, la ignorancia, los dogmas, el resentimiento,
el rencor, la envidia, los celos, la codicia y otros razonamientos y
sentimientos dañinos. Lo que en realidad los padres querían enseñar al
niño era que no hablara con personas desconocidas o que no le fuesen
familiares.
Sin embargo, por
mucho que implanten en el niño toda clase de ideas adecuadas e
inadecuadas sobre el significado de “cuidarse de los extraños”, ¿acaso
no dicen las estadísticas que la mayoría de los abusos de menores
ocurre dentro del hogar o es perpetrada por personas conocidas y
respetables en quienes la familia confiaba? Dicho sencillamente, un
extraño es alguien a quien todavía no conocemos bien. Pero ¿a quién se
le ocurriría decirle al niño “cuídate de tu abuelita o del sacerdote”.
Los conceptos y
significados erróneos contaminan la escala de valores de las personas,
luego la escala de valores, construida con dichos conceptos, da a luz
decisiones erradas, y las decisiones erradas, un mar de injusticia.
Si no corregimos
los conceptos equivocados que hay en nuestra mente, no podemos
reorientar nuestras emociones para lograr mejores motivaciones y
decisiones. Si no entendemos que la injusticia puede brotar hasta en
los momentos más inesperados y que es el fruto de un conjunto de
decisiones equivocadas, basadas en prejuicio, parcialidad, información
incompleta, dogma, resentimiento, rencor, envidia, enojo, celo, codicia
y otros sentimientos perjudiciales, ahondaremos nuestro sufrimiento y
lucharemos contra un fantasma.
No es que la
gente quiera ser injusta por sí misma. Lo que ocurre es que toma sus
decisiones basándose en razonamientos equivocados que dan lugar a
sentimientos que se desorientan y refuerzan el error. Los que estudian
historia saben que Saulo de Tarso, un varón culto, educado en las
mejores escuelas del siglo I de nuestra era, que gozaba de una
envidiable posición social y económica, terminó reconociendo que acosó
y maltrató a los que seguían la secta de El Camino porque ignoraba
muchas cosas y reaccionaba ante ellas de una manera prepotente, llevado
por el prejuicio. El resultado fue que un día se vio forzado a
detenerse, reflexionar, revisar profundamente su escala de valores,
aceptar sus errores y modificar no solo su manera de ser sino sus metas
y la manera de alcanzarlas. De hecho, sus hechos posteriores no lo
hicieron famoso como Saulo de Tarso, sino como San Pablo.
Reconócelo
y remóntate como un águila
Reconócelo: Allá
afuera el mundo es injusto porque promueve una avalancha de ideas y
emociones que se basan en muchos conceptos erróneos y cuestionables. Si
esperas que el mundo sea justo, estás esperando el tren de las 8 pm a
las 10 pm. Es algo que nunca va a suceder.
Lo único que
podemos hacer es esforzarnos por entenderlo, revisar permanentemente
nuestra escala de valores para ver si no estaremos cometiendo alguna
injusticia con los demás, y hacer todo lo posible por no meternos en
problemas, sabiendo que si no obramos rectamente aumentaremos
innecesariamente nuestras probabilidades de sufrir por el peso de
alguna injusticia.
Una de las
primeras cosas que aprendimos en la vida fue a decir "¡No!", porque
nuestra curiosidad natural nos metió en una y mil dificultades a cada
rato. Pero hoy no se trata de que queremos coger un adorno fino,
llevarnos un objeto peligroso a la boca, meter el dedo en un conducto
eléctrico, correr por el borde de una piscina, quedarnos despiertos
toda la noche viendo televisión o usando la computadora, o que no
queremos bañarnos, tomar alguna medicina o no cumplir con nuestras
responsabilidades. Hoy no se trata de caramelos. Lo que nos duele es
que nos digan que "no" ante un reclamo por justicia.
Por ejemplo,
caes en desgracia y un amigo te ofrece dinero para pagar tus deudas y
resolver tus problemas si estás dispuesto a poner tu casa como
garantía. Acuerdan que si no puedes pagar, él se quedará con la casa.
La propuesta de tu amigo te parece justa, porque sabes que podrás
pagarle poco a poco, y ambos aceptan. Entonces te da el dinero y pagas
todas tus deudas. Pero de repente, tu amigo te dice que ya no quiere
hacer ningún trato contigo, que le devuelvas inmediatamente hasta la
última moneda de ínfimo valor. ¿Qué ocurrió? ¿Qué le hizo cambiar de
parecer tan abruptamente? Una persona malvada le dijo que alguien le
dijo que eres un ladrón, estafador y mentiroso, lo cual no es cierto.
Pero tu amigo prefiere creerle y te lleva a los tribunales y convence a
los jueces de que tú lo planeaste todo porque eres un ladrón, estafador
y mentiroso. Los jueces se parcializan, tu amigo se queda con la casa y
a ti te meten a la cárcel. Así es este mundo, así es este mundo. En
cualquier momento puede desatarse una guerra de manipulaciones en las
que se concede el premio al más cruel. Supongo que una de las mejores
ilustraciones que puedo usar es un concurso de "Vale Todo" en el que
los contrincantes se desangran dando rienda suelta a su habilidad para
derribar al otro.
Pero no te
engañes, el final de los que se benefician superficialmente de una
injusticia es siempre terrible. Conozco montañas de casos en que
personas que se jactaban de la gloria cayeron en la más triste
desgracia. Todos pagan. No me cabe la menor duda.
Acuérdate
de Hamán, el agaguita
La Biblia* cita
el caso del injusto Hamán, un agaguita malvado, y Mardoqueo, un hombre
a quien Hamán odiaba por ser el único que no se inclinaba ante de él en
símbolo de pleitesía. Abreviando y parafraseando el relato, el asunto
ocurrió más o menos así:
Cierto rey había
convocado a las jóvenes más bellas de su reino para escoger de entre
ellas a la que sería la reina, y cierto hombre llamado Mardoqueo,
procedente de un país distante, era primo de Hadassa, una joven hermosa
a la que había adoptado el día que murieron sus padres.
Cuando el
encargado de seleccionar y preparar a las candidatas vio a Hadassa, le
agradó mucho. De hecho, todos los que la veían se admiraban de su
hermosura. Por eso el día en que todas las jóvenes desfilaron ante el
rey, Hadassa procedió a salir y el rey quedó prendado de ella de modo
que la coronó como reina y convocó a un banquete al que invitó a todos
sus príncipes y amigos.
Nadie sabía que
Mardoqueo era pariente de Hadassa porque él le había impuesto guardar
el secreto. De hecho, nadie sabía que ella misma procedía del pueblo de
Mardoqueo.
Un día unos
hombres malos quisieron matar al rey y casualmente Mardoqueo se enteró,
de modo que fue y se lo contó a su prima, la que a su vez se apresuró
adonde el rey y le habló en nombre de Mardoqueo. Cuando el complot fue
sofocado, los hombres fueron ahorcados y el rey ordenó que los
pormenores de lo ocurrido se registraran en Los Libros Del Reino.
Después de un
tiempo, el rey en el cargo a Hamán el agaguita y ordenó a todos que se
inclinaran ante él. Pero Hamán empezó a odiar a muerte a Mardoqueo por
no inclinarse cuando pasaba, y desde entonces buscó maneras de destruir
a Mardoqueo y a su pueblo. No sabía que Mardoqueo era primo de la reina
y que el pueblo de Mardoqueo era el pueblo de la reina.
Poco después,
Hamán habló al rey acerca del pueblo de Mardoqueo, diciendo que era un
pueblo rebelde que no acataba sus órdenes, y sugirió destruirlos. Al
rey le pareció bien y ordenó que se pusiera todo por escrito para que
no se anulara, y lo selló con su anillo de sellar. “Haz lo que quieras
con ellos. No muestres piedad a nadie”, le dijo. Y Hamán se puso a
beber y brindar.
Al enterarse de
lo ocurrido, Mardoqueo se apresuró adonde la reina para contarle acerca
del macabro plan de Hamán, y ella movió los asuntos para entrar adonde
el rey y hablarle al respecto. Cuando el rey la hizo pasar, le dijo que
le pidiera lo que deseara, y ella invitó al rey y a Hamán a un banquete.
Al llegar a su
casa, Hamán convocó a toda su familia y fanfarroneó acerca de la
invitación de la reina y de su plan de destruir a Mardoqueo y a su
pueblo. Entonces su esposa y sus amigos le sugirieron que mandara a
hacer una plataforma especial para colgar a Mardoqueo y que lo ahorcara
antes de entrar al banquete del rey, y Hamán mandó construir un enorme
cadalso.
Pero la noche
anterior el rey no logró conciliar el sueño. Algo le preocupaba. De
modo que ordenó a sus siervos que le leyeran Los Libros Del Reino, y
allí estaba el informe acerca de cómo Mardoqueo había salvado
valientemente al rey en lo de la conspiración de los traidores. Por eso
preguntó qué habían dado a Mardoqueo como recompensa, y ellos
respondieron: “¡Nada!”.
Por
coincidencia, Hamán estaba de pie allí mismo en el patio, a punto de
entrar adonde el rey para pedirle que lo autorizara a ahorcar a
Mardoqueo. Pero al entrar, el rey le preguntó: “¿Cómo debería honrarse
a alguien que merece la admiración del rey?”. Y Hamán, suponiendo que
el rey estaba pensando en él, respondió: “Que el príncipe más
encumbrado del reino lo vista como a un rey, le ponga una corona en la
cabeza y lo monte en uno de los caballos del rey, llevándolo por la
plaza de la ciudad y gritando delante de él: ‘¡¡Así se le hace al
hombre a quien el rey admira!!'”.
Entonces, el rey
le ordenó: “Apúrate, toma el vestido y el caballo, y haz a Mardoqueo
tal como has dicho”. Y Hamán tuvo que cumplir la orden, después de lo
cual se retiró a su casa, avergonzado y furioso.
Poco después,
unos oficiales vinieron a Hamán de parte del rey y lo condujeron al
banquete que Hadassa había preparado. En el banquete, el rey preguntó a
la reina: “¿Qué deseas pedirme?”, a lo que Hadassa contestó: “Que el
rey me conceda mi vida y mi pueblo”. Y le confesó que ella era del
mismo pueblo que Mardoqueo, y que alguien había tramado destruir al
pueblo de Mardoqueo, lo cual significaba que ella también tendría que
morir debido a la orden del rey”.
Entonces, el rey
preguntó: “¿Quién es el que se atrevió a maquinar esta cosa tan
despreciable?”. Y Hadassa, señalando a Hamán, respondió: “El
enemigo que tramó todo esto fue Hamán el agaguita”. Ante aquello el rey
se molestó, se puso de pie y se retiró al jardín a reflexionar. Pero al
regresar a la casa vio a Hamán tirado sobre la reina (porque se había
aterrorizado y estaba agarrando su vestido al suplicarle piedad.), y
exclamó indignado: “¡¡Qué!! ¿Acaso también vas a forzar a la reina
estando yo presente?”. Y uno de sus esclavos dijo: “¡Hay más, oh rey!
¡Hamán ha construido especialmente un enorme cadalso en su casa para
ahorcar a Mardoqueo!”.
Y el rey se puso
tan furioso que dijo: “¡¡Ahorquen allí a Hamán!!”. Y ejecutaron la
orden del rey y colgaron a Hamán en el cadalso que había hecho para
Mardoqueo. Finalmente, el rey se quitó su anillo de sellar y lo dio a
Mardoqueo apoderándolo para que dispusiera todo lo necesario para que
el pueblo de Hadassa y Mardoqueo se defendiera del ataque inexorable
que Hamán había ordenado.
Todos
pagan
El mundo no es
justo. Pero puedes evitar meterte en problemas por medio de revisar
constantemente tus conceptos, descartando inmediatamente los que no son
correctos y reforzando los que se asen de la justicia. Puedes estar
seguro que, de todas maneras, tarde o temprano, todos rinden cuentas
por sus injusticias. Acuérdate de Hamán el agaguita.
*Libro de Ester
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