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¿Debería uno responder cuando lo insultan?

©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Siempre ten presente que nadie hace algo a cambio de nada. La búsqueda de recompensas o incentivos es una actividad humana básica. El ser humano, al margen de si es una persona buena o mala, es por naturaleza un ávido buscador de estímulos y respuestas, y para obtenerlas se vale de sus acciones y actitudes.

Además, durante nuestra vida cultivamos tanto cualidades constructivas como destructivas, y, dependiendo de la influencia que recibimos de nuestro entorno, daremos más énfasis a unas que a otras. Recuerda la conocida ilustración del cajón de manzanas: Una basta para que se pudra el resto.

Muchos niños no tienen la culpa de haber vivido bajo la autoridad de padres que no supieron o no pudieron criarlos como se esperaría. Y en las noticias se oye últimamente de casos de niños y jóvenes que sufrieron durante largos años bajo influencias verdaderamente terribles. El hambre, la pobreza y la maldad a que han llegado algunos sectores de la Tierra no pueden menos que conmovernos.

Pero ¿acaso en algún lugar se dicta el “Curso Para Ser un Padre Eficaz”? Y si lo hubiera, ¿se inscribirían muchos? Hasta el título nos suena extraño. No estamos acostumbrados a títulos de esa clase. Todos criamos a nuestros hijos espontáneamente, sin más guía que el instinto o la tradición familiar, y cuando alguien nos ofrece guía, o un curso para padres, generalmente pensamos que no tenemos tiempo.

Haz una prueba y date una vuelta por un vecindario donde nadie te conozca y llama a la puerta de los vecinos diciéndoles: “Buenos días, ¿me permite hablar con usted sobre la felicidad (o sobre una vida mejor, o sobre cómo resolver sus problemas o sobre cómo educar a sus hijos)”, o tan solo preguntándoles: “¿Tendría la amabilidad de atenderme un momento?”, y anota en una hoja de papel cuántos te reciben y cuántos te despiden. Te asombrará el resultado. Les parecerá muy raro que alguien quiera hablarles de esas cosas.

Por alguna extraña razón, en las grandes ciudades la gente tiende a rechazar tajantemente a cualquiera que se atreva a venir a hablarles de valores o moralidad. No sucede lo mismo en las zonas rurales o apartadas, donde el prejuicio no está tan arraigado. De una manera
u otra, todos dependemos de la clase de valores que hayamos cultivado. No podemos culpar a alguien por intentar suicidarse si durante toda su vida hemos desalentado o menospreciado sus deseos e intentos de mejorar como persona. Los valores , allí está la clave.

Algunos dicen: "Dejaré que mis hijos crezcan espontáneamente y cuando hayan crecido tomarán su propia decisión respecto a los valores que quieran defender. Hay que dejar que vivan su juventud. Que se vistan como quieran, que tengan los amigos que quieran, que hablen como quieran, que coman como quieran, que se muevan como quieran, que estudien lo que quieran". Pero eso sería como dejar que un árbol creciera torcido, esperando que se enderezara por sí mismo cuando el tronco ya estuviera grueso y pesado. ¿Dónde jamás se ha visto eso? ¡Nada más contradictorio! ¿Permitir que destruyan su vida viviéndola al tanteo, solo para que después se les abran los ojos ante el fogonazo de las consecuencias y traten de recoger los pedazos para reconstruirla cuando no ya casi no existe esperanza, es decir, cuando sus padres ya estén muertos y no puedan reconocer los resultados funestos de tan radical enfoque?


¿Positivos o negativos?

Algunas personas son positivas. Buscan incentivos que refuerzan su inclinación hacia las cosas positivas. Vale decir que animan, alientan, fortalecen, ayudan, alivian, apoyan, favorecen, cooperan, solucionan, remedian y auxilian, comprenden las limitaciones de los demás, simplifican los procedimientos, ceden el paso, expresan aprecio por el esfuerzo ajeno, piden por favor y dan las gracias, ahorran tiempo, energías y dinero, e inventan cosas que facilitan o mejoran la calidad de vida, para lo cual generalmente usan expresiones edificantes o constructivas y frases de cortesía que denotan intenciones nobles.

Y algunas son negativas. Buscan incentivos que refuerzan su inclinación hacia las cosas negativas. Vale decir que niegan su apoyo sin tener una razón válida, desaniman, desalientan, debilitan, generan dolor, no cooperan, siempre acaban envueltas en problemas y más problemas, hieren y huyen, exigen perfección, no suelen ceder el paso en momentos de conflicto, no tienen reparos en expresar desprecio por el esfuerzo ajeno, son brutalmente francas, no piden las cosas por favor, piensan que el mundo les debe todo, no dan las gracias cuando reciben algo de alguien, malgastan su tiempo, energías y dinero, e inventan cosas que desmejoran la calidad de su vida, y por su puesto, no es de esperar que usen expresiones edificantes o constructivas, frases de cortesía que denoten intenciones nobles. La compasión no es su fuerte. No les interesa las consecuencias que sus palabras o acciones pudieran tener en los demás.

En realidad, todos tenemos cosas positivas y negativas, porque lamentablemente hemos crecido en un planeta lleno de problemas y dificultades. Por eso no es de extrañar que la única manera de salir a la superficie y tomar aire sea mirando hacia dentro de nosotros mismos y comenzando a eliminar de nuestro interior las inclinaciones negativas. Pero ese es un proceso voluntario que depende enteramente de uno mismo. Nadie puede modificar a otra persona. Es un  proceso íntimo y personal que depende de nuestras propias decisiones. Anda, pregúntale a un psicólogo si es posible que una persona modifique su manera de proceder si no quiere hacerlo. De ahí el dicho: “Cada uno es arquitecto de su propio destino”. Porque mucho depende de uno mismo.

Lo que dicen los diccionarios

No es necesario estudiar psicología o filosofía para entender lo que significa un insulto. Los diccionarios no solo nos proveen definiciones básicas que nos ayudan a conocer el significado de una palabra, sino a inferir cosas profundas a partir de cada definición.

Por ejemplo, si buscas “insulto” en un diccionario, notarás que lo define como una palabra o acción ofensiva cuya finalidad es provocar o irritar, de donde puedes inferir que se trata de una forma de estímulo que procura cierta respuesta o reacción negativa de tu parte.

En otras palabras, mediante una acción provocativa o irritante, el ofensor logra captar tu atención para darse a sí mismo, mediante tu respuesta, una satisfacción, pago o recompensa: el incentivo que buscaba. En este caso, una satisfacción o recompensa negativa, porque en su fuero interno sabe que la reacción a un insulto es por lo general también desagradable, molesta, incómoda o dolorosa.

Una cuestión de autoestima

Toda persona, y por ende sus acciones, tiene un valor intrínseco; pero también tiene un valor asignado por los demás. Cuando cae bien, la felicitan; pero cuando mal, la critican duramente. Por eso se considera al insulto como la representación más opuesta a una felicitación o muestra de aprecio.

Los seres humanos nacemos con un valor natural, inherente, intrínseco e incuestionable. Pero lamentablemente hay quienes se valoran a sí mismos y a los demás según criterios cambiantes, como, por ejemplo, los beneficios que pueden recibir.   

Nuestra autoestima o autovaloración tiñe nuestras acciones, porque de hecho estas proceden de nosotros mismos. Por la misma razón, la estima y valoración que damos a los demás tiñe la manera como los tratamos. Una persona materialista que menosprecia a alguien que no está a su altura, cambiará de actitud si observa que su situación económica o social ha mejorado hasta el punto de ser semejante o mejor que ella. Tal vez se vuelva amigable y hasta busque una relación.

Sin embargo, una persona que aprecia a los demás por lo que son, y no por lo que tienen, trasciende el materialismo, la xenofobia, la intolerancia y el prejuicio y puede relacionarse con un mayor círculo de personas en un plano respetuoso y equidistante, sin considerarlas superiores o inferiores.

¿Cómo ver la irritación que causa un insulto?

Por ejemplo, si alguien te lanza unas gotitas de limón a los ojos, estos se cerrarán por reflejo condicionado para iniciar cuanto antes el proceso de alivio. En sentido figurado, tus oídos reaccionan de manera similar ante un insulto, y en vez de abrir tu corazón, hace que se cierre y refugie como si fuera dentro de un caparazón, para protegerse de más ataques. Eso también puede ayudarte a entender que un insulto constituye un impacto directo al amor propio, porque manifiesta desprecio o baja valoración del individuos y/o de sus acciones u obras.

Pero si te preguntaras "¿Por qué alguien querría lanzar limón a los ojos a otra persona?", tal vez podrías entender mejor al ofensor y decidir si responderle o no. En la mayoría de los casos es recomendable no responder, porque solo da publicidad al asunto y, por ende, notoriedad al ofensor, quien probablemente tendrá mucho gusto de insultarte aún más; y en otros casos, tal vez lo mejor sea ofrecer una respuesta sencilla, respetuosa y breve, como por ejemplo, para aclarar un malentendido o justificar tus acciones.

Hace unos años la revista Selecciones citó el caso de un periodista que publicó un artículo subido de tono. Decía algo parecido a esto: "Fulano no debería candidatear para Alcalde, porque ni siquiera tiene cualidades para Perrero Municipal". Enfurecido, el candidato le exigió una retractación pública so pena de enfrentar una demanda. Entonces el periodista publicó una nota del mismo tamaño y en la misma página: "Me retracto de haber dicho que 'Fulano no debería candidatear para Alcalde porque ni siquiera tenía cualidades para Perrero Municipal', ya que me ha amenazado con demandarme por daños y perjuicios si no escribo una retractación. De modo que me retracto: Reconozco que Fulano SÍ TIENE CUALIDADES PARA PERRERO MUNICIPAL, pero opino que no debería candidatear para Alcalde."

Con esto no queremos decir que tus ojos se vuelvan inmunes al limón, o que no te importe el dolor que pudieras sufrir ante un insulto. De hecho que te importa. Pero ten en cuenta que responder o no es una decisión personal que debes tomar basándote en los riesgos y beneficios que resultarían de responderle. Porque aunque no puedes impedir que te insulten, sí puedes impedir que socaven tu autovaloración.

Hay un libro extraordinario que puede ayudarte a discernir profundamente las causas y efectos de la crítica en los seres humanos. Sirve tanto para aprender a expresar uno sus opiniones de maneras constructivas como para entender por qué ciertas personas tienden a expresar sus disgustos de maneras poco amables. También te ayudará a saber lo que puedes hacer cuando no puedas cambiar una situación que le resulte irritante a otros. El título es Nadie es Perfecto, Cómo Criticar con Éxito, de Weisinger y Lobsenz.

¿Ayudará al ofensor tu respuesta, o te ayudará a ti?

Reflexiona en esto: Siendo que un insulto es a todas luces un estímulo negativo, ¿ayudarás de alguna manera al ofensor a mejorar como persona si le respondes agresivamente? ¿Realmente se trata de un insulto, o solo has interpretado como un insulto una mera opinión personal? ¿No será que quiso decirte algo constructivo, pero su escasa educación no le permitió construir una expresión de calidad?

En fin, suponiendo que verdaderamente se haya tratado de un insulto, veamos un ejemplo interesante. Cierto hombre está a punto de llegar a casa y estacionar su automóvil, cuando, de repente, un conductor imprudente hace una maniobra temeraria y casi ocasiona un accidente. El hombre reacciona insultándolo, y el conductor imprudente se detiene bruscamente, baja de su automóvil y fanfarronea haciéndose el macho. Pero para su desgracia, se encuentra con la horma de su zapato: El hombre que estaba a punto de estacionar era boxeador y lo recibe a puñetazos, enviándolo al hospital.

¿Crees que le produjo satisfacción el haber prevalecido a golpes contra el ofensor? No, ese no fue el fin de la historia. Ahora el fanfarrón lo demandó por daños y prejuicios y ganó el juico, ocasionándole además una enorme pérdida de tiempo, dinero, energía y bienestar. De nada le sirvió pegarle y ganar aquella discusión. ¡Se gana cuando se obtiene un beneficio!

Por eso, pregúntate: ¿Beneficiarás al ofensor si le respondes? ¿Personalmente te beneficiará responderle? Las respuestas a estas preguntas te permitirán tomar una decisión responsable en cuanto a si conviene o no responder a un insulto que no tiene otra finalidad que provocar un incentivo negativo.
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