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Me han dicho que tengo cara de tonto
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

Las flores y semillas provienen de las plantas, y las plantas provienen de las flores y semillas. Por ejemplo, la flor se abre, expone el polen, las abejas se posan sobre ella, el polen se adhiere a sus patas y lo llevan a otras flores, que las reciben con beneplácito para crear la siguiente planta.

Los volcanes pueden permanecer moderadamente tranquilos durante algún tiempo, pero debido al incremento de la presión, la masa de fuego que hay bajo la tierra puede acabar escapando por la parte superior o reventando por cualquier lado. ¿Flores? ¿Volcanes? Permíteme  explicarte:

Por nacimiento, los seres humanos, salimos de seres humanos que vivieron antes que nosotros, nuestros progenitores o padres, y por lo general, un bebé proviene del interior de su madre, entra en el mundo y con los años se convierte en un ser capacitado para dar vida a otro.

Lo que quiero decir es que todo proviene del interior de alguien o algo que existió antes que nosotros, ya se trate de plantas, magma o seres humanos. En algunos casos se generan seres como nosotros, y en otros, no. Por ejemplo, una erupción volcánica puede ser muy devastadora, pero en sí misma la lava o la ceniza no resulta en volcanitos bebés.

Con esas tres ilustraciones, las flores, los volcanes y los seres humanos, me refiero a que, en la vida, algunas cosas proceden de otras que ya existían. No fuimos los creadores de la primera flor, ni del primer volcán ni del primer ser humano. Por ejemplo, en el caso de los seres humanos, solo podemos continuar, ramificar, alterar o interrumpir la línea de descendencia, pero no podemos crearla. ¡Ya existe!

Ocurre algo similar con la personalidad y el carácter. Nacemos con cierta influencia que proviene de nuestros antecesores, y podemos alterarla y modificarla, pero no podemos deshacernos de ella. Porque somos como las flores que transmiten el polen y dan lugar a flores nuevas; y somos como los volcanes, que tarde o temprano sacamos de nuestro interior lo que verdaderamente somos. el lenguaje figurado te permite visualizar lo que estoy diciendo. En pocas palabras, básicamente tú eres lo que eres como resultado de la contribución de tus progenitores.

Pero ¿es inalterable o cambiante?

Por una ley natural, no nacemos como páginas en blanco. Venimos al mundo con un código genético intraconstruido y preprogramado en muchos sentidos, es decir, previamente escrito y diseñado en el seno de la naturaleza, la cual dio órdenes a nuestras células para que formaran las diferentes partes del cuerpo de una manera específica que no pudimos controlar a voluntad. Nadie puede decir “quiero tener una nariz diferente” y lograr que su nariz comience a cambiar por sí  misma. La ingeniería genética nos promete que tal vez algún día podamos ejercer más control sobre nuestros genes, pero no por ahora (dicho sea de paso, la naturaleza tiene una programación definida, pero el ambiente donde uno nace y crece, así como la contaminación moral y ambiental y otros factores, pudieran dañar el código genético, ya sea por medios naturales o artificiales, y causar muchos problemas a los seres que vienen después).

Junto con la herencia física que recibimos de nuestros padres, también recibimos influencia sobre nuestra personalidad y carácter, la cual nos hacen reaccionar de determinadas maneras. Por eso a veces alguien pudiera decir: “Ríes como tu abuela”, o “eres terca como tu madre”, o “te gusta el fútbol como a tu tío”, o “eres músico (médico, abogado, artesano) porque somos una familia de músicos (médicos, abogados, artesanos)”. De modo que no venimos desprovistos de inclinaciones predeterminadas. Algunos investigadores hasta creen que venimos al mundo con una empatía básica.

Sin embargo, el que la naturaleza nos haya dotado de cierta influencia para comenzar, porque el ser humano necesita una identidad elemental, no significa que nuestra preprogramación sea como la de un perrito que solo puede ladrar, o un gatito que solo puede maullar. El ser humano tiene un cerebro distinto al de las demás especies. Cuenta con una cualidad única en la naturaleza terrestre: Puede autoprogramarse para ser y hacer lo que desee.

Si el ser humano quiere hablar varios idiomas, puede hacerlo; si quiere tener varias profesiones, puede hacerlo; si quiere viajar, puede hacerlo; si quiere construir casas, puede hacerlo; si quiere subir hasta la luna, puede hacerlo; si quiere bajar a las profundidades del mar, puede hacerlo; si quiere dominar a los tiburones y osos, o nadar con ballenas y leopardos marinos, puede hacerlo. No hay cosa que pueda imaginar que no pueda intentar hacerla. Ninguna otra especie terrícola conocida puede autoprogramarse.

Y lo mismo podemos decir de la cara de tonto. El que alguien tenga cara de tonto no tiene nada que ver con el rostro en sí, porque los rostros de las personas no son lo que nos transmiten emociones y sensaciones. Son los rostros los que reflejan nuestras emociones y sentimientos. Por ejemplo, la próxima vez que vayas a un velorio o mortuorio, mira detenidamente el rostro del fallecido y date cuenta del vacío que te causa. Es porque está desprovisto de emoción. Los muertos son absolutamente inexpresivos. Tienen rostro, pero, por ejemplo, no tienen una expresión que nos comunique cariño o ira. No comunican alegría ni tristeza, dolor ni satisfacción, o sea, no tienen cara de tontos ni de vivos.

Por lo tanto, la cara de tonto no depende de la cara en sí, sino de la expresión que pone del dueño de la cara. Porque son los sentimientos y las sensaciones los que crean o generan las expresiones del rostro. Y lo mismo podemos decir de los gestos y ademanes, el tono de voz y la escritura. Por eso los muertos no tienen expresión, porque no sienten nada. Y es interesante que si alguna enfermedad nerviosa interrumpe sus sensaciones, aunque la persona esté viva y sienta emociones, tal vez tampoco exprese nada. Tiene un rostro inexpresivo.

Depende mucho de ti

De modo que depende mucho de ti y de los sentimientos y las sensaciones que cultivas en tu interior. ¡Como un volcán! Lo que hay en tu interior es como el magma de un volcán. La expresión de tu rostro es solo un reflejo de lo que hay en tu interior. La pregunta clave es: “¿Qué influencia pudiera haber causado las expresiones que hicieron que alguien te diga que tienes cara de tonto?”. Si logras hallar la respuesta, podrás comenzar a modificar la programación que causa dicho efecto. Pero debes entender que tu expresión actual depende mucho de ti, de tus circunstancias y de tu autoestima.

A veces se dice de ciertos niños: “Tiene cara de vivo (porque se le ve muy despierto)”, o “tiene cara de esconder algo (porque ha hecho una travesura)”, o “parece desnutrido (porque está muy flaco)”, o “tiene algo (porque está enfermo)”. El rostro comunica lo que hay en nuestro interior. No es por gusto que alguien diga: “Esa mujer tiene cara de pocos amigos”, es decir, que su rostro envía el mensaje: “Si te acercas, puedo ladrarte o morderte”. No sería raro que, a raíz de dicho estímulo,  le pongan el sobrenombre de “Pitbull” o “Dragón”. Es como si lleváramos un letrero a todas partes indicando lo que somos por dentro. Lamentablemente, algunos envían mensajes contradictorios. Hay casos excepcionales. Alguien tal vez tenga un gran corazón, pero su rostro comunique rencor y desprecio, o viceversa.

Si caminas rígidamente, como un robot, y trabajas como vigilante, podrían apodarte “Robocop”. O si eres médico y tratas mal a tus pacientes, no sería raro que tus compañeros de trabajo te apoden “Cruelo”. El estímulo provoca la reacción de los observadores, y lo que es peor, el apodo va nutriendo tu carácter y personalidad. Si quieres modificar la situación, tendrías que dejar de caminar rígidamente o de tratar mal a tus pacientes. Mucho depende de ti.

Por ejemplo, a veces se oye a alguien decir: “A mí siempre me asaltan”, y a otro, “a mí nunca me asaltan”. No es que quiera establecer un análisis, pero cabe preguntarse qué tiene uno que no tenga el otro por lo cual a uno siempre lo asalten, y a otro no. ¿No será que los ladrones ven algo en la expresión de uno, como si dijera: “Soy asaltable”, mientras que el otro dijera: “Mejor no te metas conmigo”. Los ladrones no son tontos. Intuyen con quién se meten, porque no quieren problemas. Buscan víctimas fáciles. Es cierto que a veces se equivocan, pero en la mayoría de los casos, observan muy bien a quién van a asaltar, procurando no equivocarse. Porque prefieren no meterse con alguien que les dará batalla.

Por ejemplo, hace algún tiempo, al pasar por un parque, observé a una señora que caminaba con los que parecían ser sus hijos. Uno a la derecha y otro a la izquierda. Ella tenía una expresión dura y dominante, y ellos, cara de tontos, andaban con paso pesado, balanceaban poco los brazos y llevaban la cabeza gacha. Me quedé observando la escena con disimulo, pero con un enorme interés. No te imaginas el interés que les puse. ¿Por qué?

Tenían unos 15 ó 16 años de edad, y ella era una mujer muy gorda de unos 45 ó 50 que llevaba un paso firme y decidido. Los muchachos la seguían al compás, y para un observador perspicaz era obvio que los tenía dominados y que la "cara de tonto" obedecía a una influencia dominante o sobreprotectora de la madre. Pero esa escena se ve en muchos lugares, porque es muy común. Entonces, ¿por qué me llamó tanto la atención?

¡Porque los jóvenes vestían uniformes de karate, y los dos ostentaban nada menos que cinturón negro! Era evidente que la señora los estaba acompañando de regreso a casa de la academia de karate. Increíble.

Sabemos que nadie puede meterse con un cinturón negro y salir impune. Pero era muy interesante que no disimularan su cara de tontos. En opinión de algunos, eso los convertiría en especialmente peligrosos, porque al pasar por tontos y no estar vestidos con karateguis de seguro incrementarían las probabilidades que algún abusón inadvertido los fastidiara de vez en cuando, y ya te imaginas el resultado (en defensa propia, por supuesto).

Lo que quiero decir es que aunque nacemos con una expresión viva, dinámica y exigente, y casi todos pegamos un alarido increíble al momento de nacer, con el tiempo perdemos viveza durante el proceso de adaptación al medio ambiente familiar y social. Entonces, cuando la nariz sigue creciendo más de los que pensábamos, o nuestros ojos comienzan a torcerse, o las puntas de los pies se orientan hacia dentro, algún estúpido nos dice: “¡¡Tonto!!”, y regresamos a casa doloridos emocionalmente, y nos miramos en el espejo, lloramos y nos preguntamos “¿Por qué soy así?”.

A nadie le gusta que le digan tonto, y a nadie le gusta descubrir lo que significa esa palabra. Pero cuando dos, tres o más personas lo repiten, comenzamos a creer que tienen razón, y lo aceptamos, lo asimilamos y nos resignamos. Por lo tanto, no hacemos nada por modificar nuestra expresión, porque creemos que vinimos al mundo preprogramados para parecer tontos.

Cuando yo era niño, caminaba con las puntas de los pies hacia dentro y la cabeza gacha, pero había un vecino que caminaba con las puntas exageradamente hacia fuera y el cuello muy erguido, y yo lo observaba preguntándome: “¿Por qué camina así? ¡Se ve raro!”.  Y había quienes caminaban normalmente, ni con las puntas hacia dentro ni hacia fuera. Entonces me forcé a mí mismo y comencé a caminar con las puntas exageradamente hacia fuera, solo para contrarrestar mi defecto y ver qué ocurría. El resultado fue que corregí mi postura y nunca más volví a andar con las puntas hacia dentro ni exageradamente hacia fuera. Mi postura mejoró, y con ello, descubrí que uno no tiene por qué condenarse a sí mismo si todavía está a tiempo de hacer algo por mejorar su manera de andar.

Cuando estaba en los últimos años de la escuela, me enamoré de la chica más bonita de la escuela, y ella aceptó salir conmigo. Pero un día, caminando por un parque, tomó mi mentón con sus delicados dedos, me empujó suavemente la cara hacia arriba y me dijo: “Levanta la cara, Miguelito”. Hasta ese momento, yo no había tomado conciencia de que solía caminar con la cabeza gacha, y hasta hoy le estoy agradecido por señalarme ese pequeño defecto y enseñarme a alzar la cabeza. Ella me enseñó a caminar derecho y a pensar en que la vida estaba adelante y arriba.

Cuando tenía entre 10 y 14 años de edad, uno de mis hermanos mayores (16 años mayor) solía decirme: “La gente inteligente no ve las cosas, las mira; no oye los sonidos, los escucha; no toca las cosas, las palpa; no huele los olores, los olfatea; y no come los alimentos, los degusta”. Se refería al hecho de observarlo todo con interés. Y me daba ejercicios. Por ejemplo: “Hoy quiero que mires todas las narices que puedas, y a la noche conversamos sobre tus observaciones. También una vez me preguntó: “¿Cuántos diferentes pájaros puedes mencionar?”. Yo le dije: “Mmm, unos 20”. Y añadió: “A ver, comienza”. Y comencé: “Loro, canario, cuervo, gallina, pato, perdiz, avestruz, águila, búho, gaviota, gorrión, tucán, cóndor, pelícano, pavo…” y mencioné tantos que me quedé pasmado. Entonces me dijo: “Así como sabes más nombres de pájaros de lo que creías, también eres más observador e inteligente de lo que crees”. Siempre me levantaba la moral y me daba ideas para aprender a valerme por mí mismo y defenderme con el don de la palabra.

Pero tenía un hermano aún mayor (17 años mayor), que cuando me equivocaba, siempre me decía: “¡Caramba, hijo! ¿Por qué no te fijas en lo que haces?”, y me hacía gestos de desprecio y suspiraba, haciéndome sentir estúpido, culpable e ineficiente. Algunos años después, al cabo de ver cómo me menospreciaba, me armé de valor y lo abordé en privado, en su biblioteca. Lo interrumpí respetuosamente para preguntarle por qué me trataba tan mal. Pero simplemente dijo que yo siempre había sido un inútil y un engreído. Dijo que mi padre solo me había preferido a mí y que no tenía ningún sentido siquiera darme explicación alguna. Fue devastador.

Me saltaron las lágrimas. Casi caigo de rodillas para suplicarle, pero felizmente mi amor propio me lo impidió. Uno no tiene por qué rebajarse así. Y le sugerí que me ayudara, que me tuviera en cuenta. Pero me condenó con frialdad, alzando la voz: “¡¡Está de más!! ¡¡Tú y yo nunca seremos amigos!!”. Y dio por terminada la conversación. Siguió concentrado en lo suyo. Me retiré y nunca volví a pedirle nada. Nuestro padre había fallecido poco tiempo atrás de un paro cardíaco, y yo contaba con unos 16 años de edad, etapa en la que un joven suele necesitar más que nunca la guía y el apoyo de sus mayores. Me hundí en la tristeza.


Aunque el hermanito que mis hermanos mayores habían rogado con tanto empeño ("¡Queremos un hermanito! ¡Queremos un hermanito!") estaba allí frente a él, el final de la historia fue muy distinto. Por un lado, un hermano me hacía sentir inteligente e importante, mientras que el otro me hacía sentir estúpido e inservible. Pero fue más fuerte la influencia del primero, porque me ayudó a ser lo suficientemente inteligente para entender todas las cosas. Porque ¿a quién crees que preferí creerle? ¿Al que me bajaba la moral o al que me la levantaba?

De hecho, un día, el hermano que no me quería partió de viaje para siempre, dejándome una breve carta breve en la que me encargaba a mis dos hermanos menores y a mi madre, una responsabilidad más grande de lo que pensé que podía cargar, y nunca volvió a comunicarse conmigo. Se esfumó de mi vida y nunca volví a verlo. El otro, el que me animaba, falleció en la década del 90 dejándome un extraordinario legado intelectual. 

No te engañes

No tengo ni el tiempo ni el deseo de aburrirte contándote toda vida, pero te lo he dicho para que entiendas una cosa nada más: Es un engaño creer que uno es un tonto solo porque otros le digan que es un tonto. Y que mucho depende de ti, en cuanto a si lo crees o no, y en cuanto a si decides comportarte o no como un tonto. Suena duro, pero prefiero ser franco y asumir la responsabilidad de responder a tu consulta. Lo que tú crees es lo que finalmente importa. Porque es lo que influirá en tu actitud y, por tanto, en tus consecuencias. ¿A quién prefieres creerle? ¿Al que te levanta la moral o al que te la baja?

Los actores de cine tienen que actuar diferentes papeles. A veces hacen de malos y a veces de buenos, a veces de vivos y a veces de tontos. Pregúntate: “Cuando un actor parece tonto, ¿es acaso porque es tonto en la vida real?”. ¡De ninguna manera! Solamente parece tonto porque le han pedido que haga el papel de tonto, y lo hace tan bien que hasta le darían un Oscar por la mejor actuación. No es tonto, pero parece tonto. Lo que nos lleva a una conclusión interesante: La cara de tonto no es el resultado de que uno sea tonto, sino de que parezca tonto. En otras palabras, depende de su expresión, de sus actitudes y de su manera de comunicarse. Lo mismo ocurre con un actor. Para parecer tonto tiene que actuar como tonto.

La piedra angular del asunto es: “¿Te consideras tonto?”. Porque si te consideras tonto, no vas a querer modificar tu expresión y siempre seguirán diciéndote tonto. Pero si no te consideras tonto, podrás modificar tu expresión y lograr que dejen de decirte tonto. No te engañes. Lo que opinas de ti mismo afecta la expresión de tu rostro, y la expresión de tu rostro les comunica a los demás lo que piensas de ti mismo. El rostro es como las fumarolas de un volcán. Indican la actividad que hay en el interior. Por eso los actores pueden actuar el papel de tontos, y los tontos, el papel de vivos.

En cierta ocasión, Olga de Chong, de mediana edad, alumna de una de mis clases de La Cámara Junior de Lima, nos contó lo siguiente en un discurso. Acompañaba a su hija en automóvil al centro de la ciudad. Su hija se bajó para realizar un trámite mientras Olga la esperó en el auto (el auto era de la hija). De repente, Olga sintió un movimiento extraño y se percató de que eran unos delincuentes tratando de llevarse un neumático. No se habían dado cuenta de que ella estaba en el auto, porque era de baja estatura. Un sudor frío recorrió como un latigazo por todo su cuerpo y, aunque no sabía kung fu, recordó los movimientos de kung fu que hacían sus hijos cuando practicaban en casa. De modo que cometió la locura de bajar del auto, saltar en posición de ataque y extender sus manos con las uñas hacia delante, a la vez que dejaba salir un extraño sonido, tipo “¡¡jiooooooaaaaahhhh!!”. Los tipos la miraron fijamente, luego se miraron entre sí y salieron disparados como gatos techeros. Finalmente, Olga se dejó caer dentro del auto, temblando, muerta de miedo, diciéndose a sí misma: “¡Nadie va a robarle a mi hijita!”. Actuó como peleadora de kung fu, y ellos creyeron que era peleadora de kung fu. ¡Hasta ella misma se lo creyó!

No estoy diciéndote que le recomendé hacer eso, ni que fue un proceder sensato enfrentarse a los delincuentes. Pudo ocurrir una desgracia. Un neumático no vale más que la vida. Hay ladrones curtidos que no dudarían en responder violentamente. Pero este episodio nos demuestra que cuando una actuación es buena, todos la creen.

¿No podrías hacer eso mismo para modificar el concepto que los demás tienen de ti? No me refiero a tomar clases de karate o kung fu, sino a dejar de actuar como un tonto, es decir, dejar de expresarte de una manera que los demás lo interpreten como "Tonto"? En vez de mostrar una mirada pálida y caída, como la de un sabueso, es decir, triste y sin vida, ¿no podrías imitar la expresión de un águila y procurar darle más vida a tu mirada? ¡Sí! ¡Dejar de poner cara de tonto!


No me refiero a parecer malo o duro de matar, sino de abrir u poco más los ojos y convertirte en una persona más observadora, es decir, mirar las cosas en vez de solo verlas; escuchar los sonidos en vez de solo oírlos; palpar las cosas en vez de solo tocarlas; olfatear los olores en vez de solo olerlos; y degustar los alimentos en vez de solo comerlos? ¿Cuántos pájaros diferentes podrías mencionar?

También te ayudará trabajar en tu porte y manera de andar. No que parezcas un arrogante e insensible que pone la nariz en las nubes, sino un poco más erguido, de modo que proyectes más seguridad y confianza. Una postura encorvada no te favorece. Es como proclamar: “Soy asaltable, maltratable, humillable, manipulable”. Imagínate llevar una camisa con un logotipo que diga “patéame”. Sin duda no faltará un abusón que se cruce en tu camino y quiera darte gusto. ¿Podrías quejarte? Poner cara de tonto es como llevar esa camisa?

Tienes que parecer más convincente si quieres darle forma a una nueva manera de expresar tu personalidad. Y si piensas que no tienes esas cualidades necesarias, tómalas prestadas de otras personas por imitación ¡Actúa como si fueras como ellas! Poco a poco te sentirás mejor y ese sentimiento te ayudará a crear una nueva imagen. Dejarás de imitar a otros y te labrarás tu propia manera de ser.

Que no te suceda como a aquellos jóvenes de cinturón negro que aprendieron a defenderse de los ataques pero no hicieron nada por dejar de provocar ataques potenciales. La idea no es atacar ni contraatacar, sino dejar de ponerte en una situación que provoque un enfrentamiento, es decir, dejar de poner una cara tonta. 

Recuerda que la cara de tonto no es un asunto del rostro en sí, sino de la expresión que pones. Si tu mirada parece perdida y tu espalda se encorva como un junco; si dejas que tus anteojos resbalen hasta la punta de la nariz, o si te llaman y te demoras un siglo en voltear, entonces, prepárate, porque van a seguir tratándote como a un tonto, y tarde o temprano los ladrones te escogerán para asaltarte y los burlones para burlarse. ¡No puedo creer que eso sea lo que quieres!

Si no, entonces, mírate en el espejo y comienza a actuar como otra persona, una que comunique decisión y seguridad. Como decía el famoso psicólogo William James: “Actúa valerosamente, y el valor surgirá”. Es decir, actúa como un ratón, y te convertirás en un ratón; actúa como un águila y te convertirás en un águila. Recuerda el proverbio antiguo que dice: “Los justos son como un león joven que tiene confianza”.

No te digo que tomes clases de karate, porque como vimos en el caso de aquellos jóvenes que seguían con cara de tontos aunque tenían un enorme cinturón negro, la clave no es aprender a pegarle a los abusivos, sino dejar de parecerles una tentación para burlarse.

Cierto joven era el blanco de la burla de otros de su edad. Pensó: "Debo estar preparado". Y aprendió artes marciales hasta hacerse un experto, también físicoculturismo, y desarrolló un cuerpazo que llegó a ser la envidia de muchos. Pero no hizo nada con su actitud. Seguía siendo el blanco de algunos que le faltaban el respeto. Un día decidió enfrentarlos. Eran unos diez tipos que no servían para nada. Pero uno de ellos lo atacó en un descuido con un fierro y le quebró los brazos, luego lo pateó y le hizo varios cortes con un cuchillo. Terminó en el hospital. El punto central de todo esto es la actitud.


Si a menudo te dicen que tienes cara de tonto, o te tratan de una manera que parecen dar a entender que creen que eres tonto o raro, es tiempo de empezar a actuar de un modo constructivo. Mira al halcón y modifica tu mirada. Vuélvete más observador, no solo con la mente, sino con la expresión de tu rostro, porque, recuerda: No depende de tu cara, sino de tu actitud y de tu expresión. Pasa adelante, esquívalos, evítalos, mantén tu dignidad, no bajes al nivel de ellos, déjalos, ya disfrutan de su recompensa completa por su altivez. Cultiva la proactividad y realiza las acciones necesarias para evitar cualquier situación que te saque de tus casillas. Mantén el control sobre ti, en vez de tratar de controlarlos a ellos. Ten paciencia. Espera un poco de tiempo y verás como desaparecen de tu vida para siempre.

Por supuesto, estos cambios no debes hacerlos por agradar a los demás, sino por tu propio desarrollo personal. El que alguien te diga que pareces tonto te sirve como punto de referencia para mejorar. Por ejemplo, tarde o temprano querrás encontrar un trabajo remunerador y disfrutar de la seguridad de un buen empleo; pero si el que te entrevistara pensara: "Este parece tonto", ¿crees que te dará el puesto? Existe una remota probabilidad. Sea como fuere, tienes que mantener una actitud de progreso permanentemente. No lo hagas por ellos, ¡hazlo por ti!


Es lamentable decirlo, pero la burla, el menosprecio y la segregación pueden ocasionar heridas emocionales muy profundas, y con ello, la mar de reacciones negativas, o hasta hostiles. En abril de 2007, un joven disparó a quemarropa contra decenas de maestros y estudiantes en una universidad de los Estado Unidos después de enviar una grabación exponiendo sus motivos. Según él, era un acto de venganza por la burla y la humillación que sufrió de parte de una sociedad que nunca lo comprendió. Es fácil que digamos: "¡Hombre! ¡Ese tipo estaba loco! ¡Era un desequilibrado!", o "La ciencia ha demostrado que su cerebro estaba mal!", pero eso no modifica el concepto que él tenía de sí mismo respecto a los demás ni lo que finalmente decidió hacer.

Desequilibrado o no, la experiencia de sentirse burlado y humillado (en una palabra, feo, ya sea por fuera o por dentro) fue suya propia, y nadie pudo reconocer la magnitud de su resentimiento sino hasta que detonó la dinamita emocional que se había acumulado en su corazón. Al margen de los que pensemos, nunca resulta en algo bueno el que alguien se sienta feo por dentro o por fuera. Ese es un concepto subjetivo que nadie tiene por qué usar para hacerse daño a sí mismo ni a los demás.


¿Y si genéticamente te pasaron una herencia que no te agrada, o en tu hogar hubo influencias que te hicieron sentir disminuido? No te vengues volviéndote un crítico recalcitrante de cuanto defecto puedas pescar en los demás, o peor, ¡disparando contra la multitud! Haz un esfuerzo por recuperar tu dignidad, elévate un poco sobre el suelo y siéntete bien contigo mismo y con los demás. No te conviertas en un viejo amargado o una vieja frustrada que ahuyenta a las personas con una lengua hiriente, con una mirada de pocos amigos o una pistola.

Recuerdo una anciana amargada que nunca permitía que alguien la ayudara con las bolsas del mercado. Siempre respondía ásperamente: "¡Yo puedo sola!". Un día le vino un fuerte dolor a la columna y el orgullo la consumió porque, por un lado, se resistió a pedir ayuda a sus vecinos, y por otro, sus vecinos no se la ofrecieron nunca más. El resentimiento es una fuerza muy poderosa que jamás debemos menospreciar, pero el final siempre nos resulta mal a todos, sobre todo cuando la víctima del desprecio sería capaz de reaccionar destruyéndolo todo a su alrededor (ya no quiero vivir, me quitaré la vida. Pero me llevaré conmigo a todos los que pueda).

Si cuando te dijeron “cara de tonto” te sentiste herido, entonces puedes comprender cuán dañino es utilizar expresiones como esa. No hagas lo mismo con otras personas, especialmente con los niños. Una persona positiva es comunicativa, ayuda, estimula, felicita, encomia, elogia, agradece, coopera y levanta la moral; una persona negativa dice cosas que matan la motivación y destruyen la autoestima. No actúes así. Nunca hagas eso. El final no es bonito. Si quieres un final feliz, solo hay una teoría: Tienes que reodearte de gente feliz y noble, segura de sí misma y comunicativa, y preguntarles cómo lo logran. La próxima vez que un amigo de la paz toque la puerta de tu corazón, ábrele y préstale atención. Tal vez posea la clave de la felicidad.

"Pero es una crítica constructiva"

Quizás alguien se justifique diciendo: "Pero solo le hice una crítica constructiva". Sin embargo, una crítica no se convierte en constructiva simplemente porque el que critica cree, supone, piensa, se imagina o alucina que está haciéndole un bien diciéndole en su cara pelada lo que cree que tiene que escuchar.  Ninguna clase de crítica parece ser lo suficientemente buena como para ayudar a nadie, si esta no se basa en los principios de la crítica (más información sobre el tema de la crítica, en la obra “Nadie es Perfecto, Cómo criticar con éxito”, de Weisinger y Lobsenz).

Recuerda que las flores y semillas provienen de las plantas, y las plantas, de las flores y semillas. La flor se abre, expone el polen, las abejas se posan sobre ella, el polen se adhiere a sus patas y se lo llevan a otras flores que las reciben con beneplácito para crear la siguiente planta. Los volcanes pueden permanecer moderadamente tranquilos durante algún tiempo, pero la masa de fuego que hay bajo la tierra podría escapar por la parte superior y reventar debido a la presión. Y los seres humanos salimos de seres humanos anteriores por nacimiento. El bebé proviene del interior de la madre, entra en el mundo y se convierte en un nuevo ser, capaz de preservar la cadena de la vida.

Tú eres como una flor que poliniza a otros con tus cualidades e influye en los que vienen después, ya sean hijos, sobrinos, nietos, amigos o compañeros de estudios o de trabajo. Eres como un volcán cuyo magma bulle por salir y contarle al mundo todo lo que puedes dar. Hay presión en tu interior, y la pregunta que me enviaste es como una fumarola que indica que quieres mejorar y explotar. Eres un ser humano que ha recibido una herencia, es cierto, pero que no tiene por qué vivir atado a tradiciones, costumbres o falsedades esclavizantes que no promueven la verdad y la bondad de las cosas. Recibiste una herencia, pero no tienes que vivir conforme a una influencia destructiva, que te baje la moral.

Si quieres que cesen de una vez por todas los apodos o sobrenombres desagradables, tienes que actuar como un águila, remontarte sobre los árboles y las montañas y disfrutar de un nuevo concepto de ti mismo, uno que se ajuste más a la verdad. Porque si bien es cierto que tu cara depende en parte de tu herencia genética, no puedes culpar a tus genes de la expresión que estás poniendo en este momento. Recuerda: tu expresión refleja el magma que hay en tu interior. Si tu magma es negativo, tu rostro será negativo, y si positivo, positivo.

Finalmente, te sugiero leer el artículo “El crimen del fotógrafo” donde explico el enorme daño que causan los fotógrafos ineficientes que toman fotografías que contribuyen a que las personas cultiven una imagen empobrecida de sí mismas. Y ten presente esto: No existe peor insulto que decirle “¡Feo!” a alguien; ni peor actitud que provocar dicho insulto. En pocas palabras, haz algo por lo cual te admiren, y no por lo cual te insulten. Procura enviar el estímulo adecuado y producirás las reacciones adecuadas.

Por último, nunca te creas todo lo que hable la gente. Hay muchos resentidos que sencillamente no aprecian a los demás ni tienen frases agradables para ellos. "¿De qué se trata, para oponerme?". No faltará alguien que te diga que eres un inútil y te eche en cara todas tus fallas; y habrá quienes digan que leer o mirar tus obras no vale la pena, o que tus esfuerzos de toda una vida no son nada más que basura, pero tarde o temprano desaparecerán de tu vida como una neblina. ¿Vas a creerles y dirigir tu vida desde su perspectiva destructiva? ¡De ninguna manera!

En realidad, nadie tiene cara de tonto. ¡Ponen cara de tontos! Por eso, si crees que estás poniendo cara de tonto, imita un ejemplo diferente. Decídete a modificar cualquier estímulo negativo que estés enviando con tus expresiones. Porque lo importante no es ser un karateca por fuera, sino un karateca por dentro. ¡Desarrolla la mirada observadora del halcón y comienza a ver las cosas con otra perspectiva!
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