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Frustración e impotencia
©Miguel Ángel Ruiz Orbegoso

La frustración es el malestar que resulta de que uno no vea realizado aquello que esperaba; y la impotencia es el profundo e inconsolable dolor emocional que resulta de no poder remediar una situación o circunstancia desagradable, o de no poder llevar a cabo una idea.

Es cierto que los diccionarios definen esencialmente la impotencia en general como una falta de poder para hacer algo. Pero en nuestra opinión va más allá de comunicar una debilidad que sume a uno en la inacción. Quienes se sienten impotentes ante cierta circunstancia suelen creer que nada podrá librarlos de la dificultad.

Si uno se siente débil o carente de poder, podría optar por fortalecerse. Pero la impotencia tal como la usamos en Oratorianet.com es el sentimiento de completa desolación que resulta, no solo de la improbabilidad de conseguir un efecto deseado o de evitar cierta consecuencia indeseada, sino de una verdadera imposibilidad de lograrlo, o de evitarlo por medios humanos.

Por ejemplo, suele decirse que la impotencia sexual (dificultad del varón para tener relaciones sexuales normales) y la esterilidad (incapacidad tanto del varón para engendrar hijos como de la mujer para concebirlos) son formas de impotencia. Sin embargo, sabemos que a medida que la humanidad desarrolló sus conocimientos y procedimientos en los campos legal y científico, resolvió o palió de alguna manera estos problemas mediante la adecuación de las leyes e invirtiendo en investigación científica.

Para el caso de una pareja de esposos que no podía tener hijos por causa de la esterilidad, se permitió que adoptaran hijos de otra pareja; y por otro lado, se descubrieron y/o legalizaron métodos científicos para engendrarlos y concebirlos de formas alternativas. Para los que no podían tener relaciones sexuales, se crearon drogas y otros productos que les permitieran llevarlas a cabo. En todos estos casos, los interesados adquirieron la capacidad de lograr su objetivo. No fue realmente imposible lograrlo.

Pero ¿qué hay si uno no pudiera lograr lo que desea, o impedir que suceda lo que no desea, y no cuenta con los medios ni el apoyo necesario para lograrlo? Entonces, siente una verdadera impotencia. Por eso, la impotencia a la que nos referimos es, como dijimos, el profundo e inconsolable dolor emocional que resulta de no poder remediar la situación o circunstancia desagradable, o de que no exista ninguna manera poder de llevar a cabo su idea.

En la mayoría de los casos, se trata de algo que ya sucedió y no se puede rehacer ("¡Oh, cómo pudiera reconstruir el pasado! ¡Cómo desearía que esto no hubiera ocurrido nunca! ¡Cómo quisiera borrarlo de mi mente!"). En ocasiones, se trata de algo que quisiéramos hacer de todo corazón, pero sería imposible hacerlo ("¡Tengo todo el dinero del mundo para realizar mi sueño de ir a la Luna, pero los médicos me han dicho que mi corazón no lo soportaría!" o "¡Tengo toda la intención y todos los conocimientos que necesito, pero no me alcanzará el tiempo!"). En estos casos, la impotencia no es solo una definición que se refiere a una falta inherente y temporal de cierta capacidad o poder para hacer algo o dejar de hacerlo (como tener dinero, salud, sabiduría, fuerzas o motivación), sino un sentimiento muy profundo y doloroso. 

Mientras una persona pudiera sentirse impotente por no tener dinero suficiente como para resolver un problema terrible, otra pudiera sentirse impotente por tener suficiente dinero pero no suficiente tiempo. O mientras una pudiera sentirse impotente por no poder ingresar a la universidad, otra pudiera sentirse impotente por tener un título profesional y, sin embargo, no conseguir trabajo en ninguna parte porque padece de una enfermedad que, aunque no sea contagiosa, es suficiente para que la segreguen debido al prejuicio.

De manera que el sentimiento es casi el mismo en todos los casos. Por un lado, frustración y un profundo dolor emocional por no poder resolver el problema de ninguna manera, y por otro, las causas son infinitamente distintas. Finalmente, aunque el problema pudiera mitigarse, paliarse o aliviarse de alguna forma, a veces sucede que no basta para consolar a uno porque no puede resolver el problema completamente. Es un horrible sentimiento que persiste, ocasionando una herida que nunca termina de cerrar.

¿Debilidad o impotencia?

Por eso, es mejor no confundir una debilidad, o falta de poder, con la impotencia. Porque no son lo mismo. En caso de estar débil o carente de fuerzas, uno podría fortalecerse (si no tiene dinero, tal vez pudiera conseguirlo; si no tiene conocimientos, pudiera obtenerlos, o si no tuviera tiempo, pudiera conseguir que le den tiempo extra). Pero no podría reconstruir el pasado ni detener, adelantar o torcer la realidad. La realidad es como es, y el pasado es como es: como un témpano de hielo que queda suspendido en el tiempo.

Por eso decimos que, cuando no podemos modificar el pasado ni aproximar ni acelerar el futuro, tal vez podríamos 1) adquirir o reforzar el poder y/o 2) aceptar la realidad y aprender a superar las consecuencias (lo que pasó, pasó, y lo que todavía no ha ocurrido, esperemos a ver en qué termina todo). Y no solo produce impotencia lo ocurrido o lo que no pudo ocurrir, sino tan solo pensar en ello.

Por ejemplo, "El futuro está en tus manos" o "La tecnología del futuro ahora" son frases publicitarias o propagandísticas que pudieran sonar muy bien, pero no son ciertas. El futuro siempre estará en el futuro, y por más que consigamos cualquier cosa hoy día, estará en el presente por solo un momento. Cualquier cosa que sucede en el presente, queda congelada en el pasado, nunca se traslada al futuro.

Por la misma lógica pensamos que podemos corregir nuestros errores y mejorar nuestro desempeño, pero no eliminar la experiencia. El permafrost puede derretirse y volverse líquido, pero el pasado no puede convertirse en presente ni el pasado en futuro. Eso solo puede hacerse en nuestras fantasías, en las películas o en los dibujos animados. 

En otras palabras, podremos lograr cuantas cosas sean posibles y probables, pero no podemos hacer cosas imposibles. Todo lo imposible es imposible. Punto. Porque aun en el caso de que se consiga, se demostraría que nunca fue imposible. Incluso los admiradores de Einstein podrían fantasear con viajar algún día a través del tiempo y mirarlo todo, pero no podrían deshacer o rehacer lo que ya sucedió. En todo caso, solo podrían hacer algo de hoy en adelante.

El término "deshacer el daño" en realidad significa una compensación mediante una satisfacción, presente o futura, que opaque los efectos frustrantes, logrando que desaparezcan las razones para sentirse uno impotente. Esto es lo que hace, por ejemplo, una compañía aérea que retrasa su vuelo. Causa frustración e impotencia en sus pasajeros. Pero les paga todos los gastos en un hotel cinco estrellas durante el tiempo que demora su estadía, socavando el sentimiento de queja. Su imagen queda bien, y todos dejan de hablar mal de la compañía.

Por eso, es mejor pensar que la impotencia no es solo una falta o carencia de poder Porque podemos reforzar el poder o la capacidad o la competencia, o podemos hacer un esfuerzo y adquirir o
recuperar los dones que necesitamos para hacer o corregir las cosas.

Pero cuando nos parece que no existe ninguna manera de corregir la situación, rehacerla, deshacerla o rectificarla, experimentamos una verdadera impotencia. En tal caso, el sentimiento de desconsuelo realmente puede consumir hasta la felicidad más grande. No es cuestión de definirla fríamente como una falta de poder o de capacidad, porque muchos concordarían en que se trata de un sentimiento desagradable muy difícil de aliviar.

¿Cómo superar o sobreponernos a los sentimientos de impotencia?

Anteriormente dijimos que más que la carencia de poder, la impotencia es un sentimiento desagradable que se debe al desconsuelo que resulta de descubrir que de ninguna manera será posible realizar cierta idea, sueño, propósito, meta o modificación. Cuando sentimos que no hay nada que podamos hacer para reparar un daño o para llevar a cabo cierto objetivo, nos sentimos completamente desarmados y desconsolados. Por lo tanto, surge la pregunta: ¿Hay algo que siquiera podamos hacer para contrarrestar dicho malestar y proveer alivio a nuestro desconsuelo? ¡Felizmente, sí!

El concepto que tenemos del pasado, presente y futuro afecta nuestra perspectiva. Somos en gran parte el resultado de la forma como hemos aprendido a ver nuestras preocupaciones y sentimientos de culpa y de realización personal, tres clases de sentimientos que se
licuan en nuestro interior, ayudándonos o perjudicándonos, impulsándonos o frenándonos, consolándonos o desconsolándonos, entusiasmándonos o robándonos energía.

A todos les gusta tener éxito, es decir, alcanzar sus metas, que los encomien por ello, y detestan fracasar o que los ridiculicen. Perseguimos el éxito instintivamente y huimos del fracaso como si fuera de una culebra venenosa. Somos permanentemente afectados por nuestro concepto del éxito y del fracaso, por nuestra manera de considerar el pasado, el presente y el futuro, por la manera como asumimos nuestras responsabilidades y privilegios, por nuestra habilidad para medir el riesgo y prever las consecuencias, por nuestra destreza para situarnos en la realidad o de proyectarnos imaginariamente a un mundo de ensueños, por nuestros sentimientos de  competencia o incompetencia para llevar a cabo tanto las tareas cotidianas como las extraordinarias.

Por eso, aunque no podemos rehacer el pasado ni acelerar el futuro, ni tampoco modificar la realidad o cambiar al mundo, felizmente podemos sacar ventaja de nuestra manera de reaccionar ante el suceso imprevisto, los accidentes, las enfermedades ocultas y otras causas indeseables de desconsuelo. Por ejemplo, los bufetes de abogados, las compañías de seguros y de bomberos, las comisarías, las oficinas fiscales, los departamentos de medicina legal, de psicología, psiquiatría, y las salas de cirugía y de emergencia se enfrentan todos los días a problemas y dificultades que a veces parecen inmanejables. ¿Cómo pueden los trabajadores de estas instituciones sobrevivir emocionalmente a la avalancha de consecuencias que observan diariamente, es decir, ante tan variadas y constantes formas de sufrimiento? ¿Cuál es su secreto? ¿Acaso disfrutan de ello? ¿O es solamente porque no les ocurre a ellos ni a sus familias?

Bueno, no podríamos negar que unos pocos tal vez tengan cierta inclinación masoquista, pero no es el caso de la mayoría. La mayoría tiene el deseo de ayudar a las personas a enfrentar las consecuencias de sus errores, de ayudarlos a enfrentar o resolver eficazmente sus problemas, aliviar o paliar sus sufrimientos. Y no podríamos negar que muchos escogen esos medios de vida para mantenerse a sí mismos y a sus familias. No podríamos decir que sería injusto que esperen recibir algún tipo de compensación o pago por su labor.

Cierta estudiante de derecho a quien pregunté por qué escogió una carrera que se caracteriza por estar repleta de problemas, me respondió: “Es que discutir tiene su fascinación”. A lo que exclamé con ironía: “Te gusta el castigo”, y ella añadió: “No, lo que me gusta es ayudar a las personas a resolver sus problemas poniendo a sus órdenes mi competencia para discernir las leyes y exigir su aplicación”. ¡Ese era su secreto! Ver las dificultades como desafíos a su inteligencia, y manejarlas lo más adecuadamente posible valiéndose de toda su experiencia acumulada. Se trataba de un servicio que le permitía obtener dinero lícitamente para mantenerse a sí misma y a los suyos. No se ubicaba ni involucraba en los problemas, sino al margen de ellos, como una observadora, analizando sus ángulos para enfrentarlos de la manera más adecuada posible, teniendo como motivación la satisfacción de ciertas necesidades, tanto suyas como las de sus clientes y de las personas que dependían de ella. Todo compensado.

Cierta mujer estaba feliz porque compró su primer automóvil. Lamentablemente, una mala maniobra involuntaria ocasionó un accidente leve. La parte afectada bajó de su vehículo y comenzó a gritarla con groserías y falta de comprensión. Parecía un demonio encarnado dando rienda suelta a toda su furia. Era una situación muy desagradable porque el fantasma de la impotencia surgió de repente en su vida como nunca antes. No podía rehacer el pasado, no podía trasladarse al futuro, no podía negar la realidad, no sabía cómo manejar la situación, estaba sola y se sentía completamente desesperanzada. Pero entonces recordó que su automóvil estaba asegurado y simplemente le dijo: “Discúlpeme. No fue a propósito, sino una causalidad”. Y mientras la mujer continuaba gritando y amenazándola, presa de la histeria, ella se limitó a llamar por teléfono a su representante de seguros. Luego dijo: “Señora, ya le pedí disculpas. No lo hice intencionalmente. Ya viene mi asegurador. Cuando llegue, puede gritarlo a él”, y tomó asiento en su automóvil. Cuando el representante del seguro llegó, guardó silencio y se limitó a observar cómo él manejaba la situación, cumpliendo con su misión de aliviarle la carga emocional, física y económica. El resultado fue que finalmente ambas partes llegaron a un acuerdo basado en los términos de las pólizas de seguro y todo se resolvió. Su horrible sentimiento de impotencia fue reemplazado por uno de alivio y esperanza.

Es verdad que hubo secuelas para ambas partes, pero cada una tendría que cargar con eso. Es parte del riesgo que todos asumimos por viajar por una vía, ya sea que lo hagamos en transporte público o privado, en una bicicleta, motocicleta, automóvil o camión, de día o de noche, en verano o invierno. No puede rehacerse el pasado ni podemos pasarnos la vida recriminando a todo el mundo por todo lo que nos sucedió.

Por otro lado, no estoy diciendo que adquirir un seguro sea la panacea para frenar la impotencia. Si uno tiene un automóvil, de todas maneras sería muy inteligente contratarlo. Pero digo que la manera como aprovechamos nuestras experiencias pasadas, la manera como visualizamos el futuro, la manera como encaramos la realidad, la manera como conceptuamos el mundo, la habilidad con la que podemos ver y analizar las ventajas con que contamos, nuestra manera de reaccionar ante el suceso imprevisto, las causas indeseables de desconsuelo, incluidas las enfermedades, afectan nuestro concepto de frustración e impotencia. Si en vez de dejarnos llevar por el primer pensamiento de fracaso, decidimos pensar objetivamente en algo práctico que nos permita sobrevivir emocionalmente ante una consecuencia desagradable, habremos hecho algo más constructivo que simplemente murmurar y quejarnos

Nota también que ella 'no supo cómo manejar la situación, lo cual la hizo sentirse sola y completamente desesperanzada'. Eso no hubiera ocurrido si hubiese tenido un poquito de conocimientos sobre Derecho, porque pudo haber exigido que en el parte policial constara la agresión verbal y daño psicológico, para que la otra parte cesara en su exceso de confianza. En fin, aquí lo que ocurrió, ocurrió y no podía deshacerse, y ese es el punto de este artículo, el sentimiento de impotencia producido por el hecho de no poder evitar algo que ya ocurrió.

En otras palabras, aunque verdaderamente nos hallemos en una situación desesperanzada, una que nos produzca un profundo e inconsolable malestar emocional por no poder remediarla, o no se nos ocurra cómo resolverla; o porque no podamos llevar a cabo cierta idea, proyecto u objetivo, procuremos recordar que sí podemos hacer algo al respecto: Fortalecernos y hacer como los bomberos, los representantes de seguros o los abogados: Analizar fríamente el asunto, procurar visualizar la mejor ventaja lícita y luego dejar los asuntos en manos de quienes verdaderamente pueden ayudar.

En el ejemplo anterior, el accidente ocurrió y era imposible deshacer el daño, no había manera de desaparecerlo, era una circunstancia que producía el inconsolable sentimiento de impotencia. Y aunque quizás alguien diga algo a favor de la parte ofendida, en el sentido de que gritar, insultar y perder el control fue bueno porque hizo catarsis, en realidad solo pudo empeorar las cosas para sí misma y para los demás porque no solo pudieron denunciarla por agresión verbal, sino que, al negarse a reconocer la realidad, pretendió rehacer el pasado, algo que ciertamente era prácticamente imposible.

Sí. El sentimiento de impotencia es una de las peores manifestaciones de la frustración, y no es una exageración decir que, en algunos casos, el desconsuelo que despierta tiene el poder de deprimir a uno hasta el punto de desear la muerte (“¡Trágame tierra!”). Pero si uno reflexiona en los recursos que mantienen vivos a los que viven profesionalmente de los problemas, como los abogados, bomberos, policías, médicos, representantes de seguros y consultores en salud mental, seguramente hallaremos el alivio necesario para seguir adelante y recobrar el poder.

Cierto obrero de construcción cayó aparatosamente desde una gran altura sobre un tubo que lo atravesó completamente. Su impotencia fue muy grande porque seguía consciente. Pensaba que le había llegado su fin, en sus seres queridos que dependían de él, en los horribles minutos finales encomendando su alma al cielo y en el efecto que la noticia tendría en sus familiares y amigos. Toda suerte de pensamientos culpabilizantes: "Cómo pude ser tan tonto y no darme cuenta del peligro", "Por qué resbalé", "Si tan solo hubiese usado equipo de protección", "Es mi culpa por confiarme demasiado".

Lo extraño fue que no murió. Estaba completamente atravesado, pero no había muerto. Pasaron los minutos, hubo una gran conmoción. Le decían que ya venían los bomberos, que resistiera. A los pocos minutos llegaron los bomberos y estos vieron una escena con horror. Nunca habían visto a alguien que siguiera vivo después de algo semejante. No quisieron extraerlo, porque no sabían qué daños internos habría causado la caída, por eso, como el obrero seguía consciente, le aplicaron fuertes calmantes y decidieron aserrar el tubo por arriba y por debajo y transportarlo lo más rápidamente a un hospital especializado. El hombre llegó al hospital y fue recibido por el médico de turno en emergencia. Un experimentado gastroenterólogo que me relató lo sucedido, alumno de mi curso de oratoria en un hospital. De inmediato indicó las pruebas de rigor para poder diagnosticar y tratar al paciente.

Al enterarse de que milagrosamente el tubo no había comprometido zonas vitales, lo echaron en una cama especial y le inyectaron dilatadores alrededor de la zona de impacto, por arriba y por debajo, y poco a poco, el tubo cedió por la fuerza de gravedad hasta que finalmente salió de su cuerpo. Lo suturaron y le dieron las medicinas de rigor. Al poco tiempo, el accidentado pudo volver a su hogar. El experimentado médico me dijo que fue la escena más espeluznante de su carrera, pero al mismo tiempo, la operación más simple que jamás había efectuado en una sala de emergencias.

En otra parte no le fue tan bien a un obrero chino. Estaba trabajando en la construcción de un edificio cuando una barra de acero cayó como una espada desde el noveno piso y le atravesó el casco de seguridad, clavándosele unos 10 cms en la cabeza. Pero no murió. Los bomberos cortaron la barra, lo llevaron al hospital y se la sacaron luego de 4 horas de penosa cirugía. ¿Y cómo quedó? Felizmente, por increíble que parezca, no hubo mayores daños cerebrales.

¿Y adónde se fueron los sentimientos de impotencia de estos obreros? ¿Y qué pasó con sus horribles imágenes mentales relacionadas con la muerte o la incapacidad de por vida? Quedaron en nada, porque,al margen de las molestias, no pasó de un susto. Increíble, pero cierto. Y hay casos y casos. De modo que podrían surgir situaciones que nos parecieran dramáticamente desesperanzadas, como si nos atravesaran con un tubo o nos cayera una barra de acero en la cabeza desde un noveno piso, cosas que sin duda nos producirían la más terrible impotencia, pero finalmente no pasarán de un susto.

Por eso, si recibiste el zarpazo de una circunstancia que te produjo el horrible sentimiento de la impotencia, nunca olvides que siempre recibirás el apoyo necesario si puedes hacer un pequeño esfuerzo adicional y piensas que tal vez no todo es tan triste ni desesperanzado como parece. Por ejemplo, el hecho de que estés leyendo este artículo con tanto interés es en sí mismo un apoyo. No resuelve el problema, claro, pero te ayuda a entenderlo o racionalizarlo, te anima a recuperar el tono, lo cual de seguro repercutirá positivamente en tu tranquilidad, la cual a su vez será esencial para pensar con claridad y tomar decisiones que sirvan para reforzar tu motivación y hacer frente a la realidad.

Sí. Aprovecha toda tu experiencia pasada, procura visualizar objetivamente el futuro, imagina el problema superado, pero sin negar la realidad. Ten presente que el mundo no te pertenece, analiza tus ventajas, piensa en todos los recursos con que puedes contar, reacciona constructivamente ante el suceso imprevisto o las enfermedades y otras fuentes de desconsuelo, haz un genuino esfuerzo por sacar algún provecho a la decepción, y no te dejes llevar por el primer pensamiento de fracaso. Decide más bien pensar en cosas de valor práctico que te permitan sobrevivir emocionalmente ante los resultados desagradables. 

¡Mira arriba y adelante y habrás descubierto un secreto para hacer frente a la impotencia, una de las más desagradables manifestaciones de la frustración! 

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