Cuando no puedes devolver una
vida Los niños siempre han
representado el futuro de los padres, de una familia, de una nación y de la
humanidad en general. Es casi imposible que una persona permanezca sin sonreír
cuando ve un niño que extiende su mano y le entrega un regalo. Sonreír es la reacción
más natural que provoca el contacto con un niño. Cuando hay un accidente, una
emergencia o una situación de peligro, siempre se oye a alguien gritar:
“Primero las mujeres y los niños”, porque es el clamor más natural en el
corazón de la gente. Porque sin importar cuán duros hayamos sido en nuestro
trato para con otros adultos, nos sentimos conmovidos cuando se pone en riesgo
la vida de los niños, hasta el punto de que daríamos la vida por ellos. Sin embargo, es extremadamente
doloroso no poder dar la vida por alguien que amamos, y peor, privarlo de ella.
La gente no acierta a comprender lo que se siente, a menos que haya pasado por
una experiencia similar. Perder un hijo es de por sí terrible, ¡cuánto más
penoso ser uno mismo quien lo priva de la vida! No existe consuelo que no
implique un desgarro en el alma. Ahora bien, los problemas del
mundo endurecen a algunos hombres y mujeres hasta el punto de perder de vista
ese natural sentimiento de amor y cariño por la vida de alguien que está
desarrollándose en el vientre materno. Tal vez porque no recibieron la debida
educación, o porque sus padres nunca les hablaron al respecto, por ignorancia,
ingenuidad o porque fueron extraviados por propaganda que desvaloriza la vida
hasta el grado de proponer como una opción o solución drástica el cegar el
fruto del vientre. Los celos, el orgullo, el odio,
el no saber cómo resolver el problema u otro sentimiento perjudicial pudiera
causar que alguien perdiera momentáneamente los papeles y se cegara pensando
que el mejor proceder sería acortar una vida. Pero después, permanecería por el
resto de su vida en un estado de contemplación del ser amado o de la sufrida
madre, sin poder deshacer el daño ni disipar el dolor de una conciencia
sinceramente arrepentida. Parecería no haber precio que se pudiera pagar como
justa compensación. Solo queda la ilusión profunda de desear ver nuevamente al
ser amado. Por ejemplo, a veces se habla de
madres que voluntariamente deciden poner fin a su gestación, aunque les duele
profundamente hacerlo; también de madres que fueron forzadas física o
emocionalmente a hacerlo, a pesar de que hubieran preferido librarse de la
condena; y de madres que sufrieron una pérdida por una mala práctica médica, un
descuido o accidente; ¿y qué decir de madres que no sintieron ni sienten ningún
remordimiento por hacerlo? Y a veces se habla del padre,
esposo o hermano que maltrató a su esposa, madre, hija o hermana hasta el punto
de causar daño mortal a su criaturita. Pero casi nunca se habla del hombre o la
mujer que tiene una herida incurable en su corazón debido a lo que hizo. Sin
restar peso a la gravedad del daño que ocasionaron, muchas veces olvidamos que
ellos también sufren pensando que fueron los únicos culpables. Los sistemas judiciales del mundo
persiguen y castigan a los que cometen injusticias como las mencionadas; pero
no contemplan el dolor que hay tras una conciencia verdaderamente arrepentida.
Nada hay tan desgarrador como tomar conciencia de la gravedad del asunto. Vivir
con la idea de haber puesto fin a la vida de una personita tan indefensa, es
peor que poner a una persona tras las rejas o tomar su vida en compensación. No
parece haber manera de aliviar el dolor para sentimientos tan heridos. Es cuando miramos hacia el cielo
y preguntamos al Creador cosas que solo Él puede responder, y depositamos
nuestra esperanza en que Él puede comprendernos y ayudarnos a entender todo lo
sucedido y a asimilar el hecho de que somos imperfectos y que crecimos juntos
en un mundo que influyó drásticamente en todo lo que hicimos con nuestra vida
pasada. Un mundo que siempre nos impresionó por su modernidad y progreso, por
sus fiestas alegres y promesas de un futuro mejor; pero a fin de cuentas, un
mundo que nos hizo muchas cosas malas, que se mostró tan indiferente a nuestros
sufrimientos personales e ilusiones; un mundo en el que nunca pareció haber
compasión. Por eso, si alguna vez pensaste
en recurrir a una solución drástica como la mencionada, piensa en esto: Cierta
joven ingresó a la tienda de un farmacéutico y le entregó un bello ramo de
flores. Ella no lo conocía, pero preguntó por él y le dijo algo así: "Hace
muchos años, mi madre vivía en la casa de enfrente. Ella me contó que un día
usted la disuadió de tomar una decisión fatal, de modo que ella finalmente
decidió dar a luz el hijo que llevaba en su vientre. Yo soy la niña que usted
salvó ese día, y estas flores son para usted. Desde el fondo de mi corazón,
quise agradecérselo personalmente". Si alguna vez pasaste por la
dolorosa experiencia de perder a alguien que amaste profundamente, no pienses
solo en ti y tu sufrimiento, sino en el sufrimiento de todos aquellos que se
arrepintieron y no pudieron hacer nada por remediar su situación. Recuerda que
diariamente todos somos víctimas de muchas influencias malsanas del mundo que
nos rodea, y solo nos queda pedir y dar una sola cosa para contrarrestar por
todo el sufrimiento que nos agobia: Perdón. |